El siglo es joven…
Cuán lejano nos parecía el año 2000 en nuestras mocedades.
Para quienes nacimos en el siglo pasado al menos, el nuevo milenio se percibía casi mítico, como un tenue resplandor en el horizonte lejano. Y más que una fecha, era una tierra prometida, de prodigios y adelantos.
¿Y qué creen? Que así como no queriendo la cosa, ya nos aventamos la quinta parte de la centuria que pareciera que recién estrenamos. Estamos a menos de un mes de concluir las dos primeras décadas del Siglo 21.
Estamos tan atrasados en nuestra agenda de pendientes que arrastramos del milenio anterior, que ni siquiera hemos podido concluir decorosamente la saga de Star Wars.
Los avances de la humanidad durante los últimos veinte años parecen enfocarse primordialmente en la tecnología de las telecomunicaciones. Pero la ciencia aplicada al cuidado ambiental o al bienestar común, pareciera que ha brillado por su ausencia.
Aún peor en lo referente a la paz y los derechos civiles, allí pareciera que la humanidad ha desandado varios pasos que se supone ya estaban decididamente avanzados.
Debo reconocer que en toda mi inocencia yo fui uno de los más sorprendidos cuando
“América la Biutiful” le apostó por un régimen eminentemente blanco, de corte supremacista y xenófobo.
Y no se crea que me asombré porque considerase que lastres como el racismo ya estaban superados (soy medio cándido, pero no indejo). Es sólo que pensaba que ya por mero pudor nadie podría proclamarse defensor de valores que harían ver a John Edgar Hoover como un consumado progresista.
Pero he allí a una de las contradicciones superlativas de nuestro tiempo: una sociedad con cero tolerancia para la incorrección política, que se ofende por todo, tiene como presidente a un mamarracho que se ha saltado todos los protocolos de la decencia.
Si eso no tiene enferma por disonancia cognitiva a toda una nación (la que rige la economía y el destino de prácticamente todo el mundo) entonces que lo reelijan por cinco periodos más.
Ya agotamos dos décadas del Tercer Milenio y la reivindicación de las minorías se limita a que en cada película, serie o producción de Netflix esté debidamente representada dicha minoría.
Lo cierto es que por más que vivamos en una aldea global, difícilmente podemos presumir igualdad entre todos los aldeanos.
En México, como en otros países de cultura afín, el machismo es un problema que aún se ve lejos de poder erradicarse.
Pero el machismo individual es una cosa: es apenas un rasgo de pendejez que muchos individuos arrastrarán –por desgracia– durante toda su vida sin cuestionárselo siquiera.
Por ello es fundamental enfocarse en el machismo institucional, el que prevalece como norma en gobiernos y corporaciones privadas, porque éste cobija, alienta y protege al que se da en el ámbito privado.
Es obvio que tras siglos de privilegios, el machismo se iba a inquietar y a oponer resistencia ante cualquier esfuerzo encaminado a destituirlo de su pedestal de privilegios y prerrogativas.
Claro que hoy por hoy, disentir con el llamado “movimiento”, o cuestionarlo en sus formas, le convierte automático en enemigo de su causa.
Es prácticamente imposible debatir sin caer en los lugares comunes o en falacias que anulen toda posibilidad de diálogo.
Para mí –como comunicador– si un mensaje da más de que hablar por el medio empleado, por su forma o por razones meramente accesorias, es un mensaje poco efectivo. Y uno lo que quiere es que su mensaje se posicione para crear conciencia, no que sea desdeñado.
Pero un mensaje amable sería blandengue, o ya se ha intentado antes sin resultados, o no calará lo suficiente en la conciencia colectiva, o sencillamente no le haría justicia a las mujeres que han sufrido violencia “de género” en cualquiera de sus modalidades.
Se dice que ninguna revolución ha sido pacífica, pero yo disiento. La revolución más importante y trascendental que ha experimentado la humanidad fue la que permitió el advenimiento de la letra impresa y la Ilustración.
Las revoluciones cruentas por el contrario sólo dividen al pueblo en bandos opuestos, mientras que los detentores del poder y las clases hegemónicas se ríen de la agitación en los estratos inferiores.
Podemos seguir gritando consignas, haciendo pintas, destruyendo el patrimonio público. ¡Yo no me opongo, se lo juro! Lo único que no deseo es el antagonismo entre dos partes esenciales y complementarias.
Estamos a cuatro semanas de despedir la segunda década del Tercer Milenio y se siguen cometiendo injusticias ancestrales contra mujeres, niños, ancianos, minorías raciales y las clases menos favorecidas.
Si la violencia fuera el camino a seguir ya nos lo estaría gritando la experiencia, pero yo sigo apostando por la ilustración.
Claro, educar no es tan romántico como salir a marchar y desfogar toda la frustración acumulada y, por desgracia, ver resultados suele tomar más tiempo del que dispone una vida humana en promedio, pero no hay por qué desesperar, el siglo aún es joven.