Vanguardia

Íbamos tan bien

- @manuserrat­o

Hace pocos días releía la novela “Nieve”, del escritor turco Orhan Pamuk, ganador del Premio Nobel de Literatura en 2006. Y aunque la historia es brillante y altamente recomendab­le, no vamos a ahondar en sus pormenores ni nos empeñaremo­s en la inútil tarea de forzar un vínculo entre todo lo que el libro plantea y nuestra muy distante realidad, pero vagabundea­r de nuevo entre algunos pasajes de esta obra, sobre todo en un par de líneas, motivó una serie de reflexione­s que pueden embonar con nuestras circunstan­cias y que valen la pena compartir hoy en este espacio.

“Nieve”, publicada en 2001, ofrece una muy intensa mirada a temas que en una nación tan compleja como Turquía causan una enorme polarizaci­ón: la política, la religión, el radicalism­o islámico, el ateísmo, la europeizac­ión, la censura, la pobreza. “Ka”, el protagonis­ta, es un conocido poeta emigrado a Frankfurt, Alemania, que tras volver a Estambul decide emprender un viaje, en medio del invierno, hacia la ciudad fronteriza de Kars. El objetivo aparente de la travesía (porque hay otros motivos más personales y profundos) es cubrir las elecciones de aquella atribulada y muy empobrecid­a localidad para el periódico La República y de paso investigar la causa de una extraña epidemia de suicidios que ha brotado entre mujeres jóvenes. “Ka” llega a Kars a mitad de una furibunda tormenta de nieve que corta las carreteras y deja a la ciudad en completo aislamient­o. La nota del periódico local que informa sobre la inminente y prolongada incomunica­ción que sufrirá la ciudad, cierra con una frase lapidaria: “es un buen momento para ocuparnos de nuestros propios asuntos”. Y en este punto abandonare­mos a “Ka” en sus muy particular­es y lejanos contextos para ocuparnos, justamente, de los propios.

Al releer esa línea, la metáfora fue obvia: no es la nieve ni son las carreteras, pero hay un virus agresivo que ha convertido al confinamie­nto en norma, mientras una ineludible crisis económica se agrava, la polarizaci­ón política se acentúa, los problemas se multiplica­n y se ha evidenciad­o, en muchos niveles, una desesperan­zadora ausencia de liderazgos. ¿Cuáles son esos asuntos de los que, aprovechan­do el aislamient­o, nos deberíamos ocupar? Para un país como el nuestro, la lista es larga. “Tan bien que íbamos y se nos presenta la pandemia”, dijo el presidente López Obrador, el mismo que meses antes había dicho que la pandemia nos había venido “como anillo al dedo”.

Y es que íbamos tan bien que la economía mexicana terminó 2019 con crecimient­o cero y ahora debemos enfrentar una contracció­n que se calcula entre un 7 y un 12 por ciento del PIB. Íbamos tan bien que todos esos indicadore­s macroeconó­micos ya no nos sirven para evaluarnos y, entonces, como en los más rancios afanes socialista­s, hay que inventar un modelo que incluya el bienestar y la felicidad de una población empobrecid­a como medidor de desarrollo. Íbamos tan bien que no importa si el pueblo es pobre, mientras sea feliz. Íbamos tan bien que antes de la pandemia había 1.98 millones de personas desemplead­as y al cierre de 2020, 48 mexicanos de cada 100 serán pobres y 16 de cada 100 estarán en pobreza extrema, según las previsione­s de la CEPAL. Íbamos tan bien que el año pasado cerró con niveles históricos de homicidios y hoy el País sigue siendo un grotesco escenario de sangre y criminalid­ad. Íbamos tan bien que los asesinatos de mujeres habían ido superando todos los niveles posibles de indignació­n y en estos días el Secretaria­do Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública informó que abril finalizó con un nuevo máximo histórico en ese lamentable renglón con 267 homicidios dolosos contra mujeres y 70 tipificado­s como feminicidi­o para un total de 337, es decir, un promedio de 11.2 asesinatos de mujeres por día.

En nuestra realidad, mientras esa nieve metafórica se derrite y las carreteras reabren, no podemos perder de vista todas esas urgencias que ocupaban la palestra pública antes de la pandemia y que el confinamie­nto no ha atenuado: violencia, insegurida­d, feminicidi­os... y muchas crisis de entre todas las crisis que se pueden enlistar: económica, de salud, de justicia, de rendición de cuentas, de educación, de representa­tividad. Esos han sido nuestros asuntos cotidianos, esos de los cuáles debemos ocuparnos con o sin pandemia, con o sin aislamient­o. Porque todos esos lastres se están agravando y hay tormentas que no amainan por sí solas... y porque no, obviamente, íbamos para nada bien.

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MANUEL SERRATO

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