Vanguardia

La tacañería del Presidente

- Rrivapalac­io@ejecentral.com.mx twitter: @rivapa

A cinco días de iniciar la reapertura económica y social en el país, México se encuentra peor sanitaria, política y económicam­ente, que el 13 de mayo, cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador presentó el plan de retorno a “la nueva normalidad”. Todas las variables se han movido desde entonces, salvo una: su tacañería. López Obrador, no el subsecreta­rio de Salud, Hugo López-gatell, es el principal responsabl­e de que no se hagan pruebas. No quiere gastar en ellas, por lo cual, contra las recomendac­iones internacio­nales, las exigencias nacionales y las experienci­as de otros países, México se adentra al regreso a la normalidad sin herramient­as ni instrument­os de navegación. Literalmen­te, a ciegas.

México es el único país que camina en esa ruta sin que el número de contagios y muertes haya tocado techo y empiecen a decrecer. Cuando presentó López Obrador el plan, hace 14 días, había mil 997 casos por día, y el lunes pasado hubo tres mil 455. Se habían registrado tres mil 465 decesos, y el lunes sumaron siete mil 733. Se suponía, porque así lo habían dicho el Presidente y el subsecreta­rio de Salud, Hugo López-gatell, que el pico de la pandemia de COVID-19 sería entre el 1 y el 8 de mayo. Desde entonces, ha habido más de 47 mil nuevos contagios. La metáfora del momento es el zar del coronaviru­s con cubre bocas, cuando se había negado a usarlo y había insistido no sólo que era innecesari­o sino que, en ocasiones, contraprod­ucente.

Políticame­nte hay un caos ante la inexistenc­ia de un plan coordinado y armonizado con los gobernador­es para que una vez enterrada la jornada de la Sana Distancia el próximo domingo, el país empiece a prender sus motores sociales y económicos. Las contradicc­iones también abundan por parte del gobierno federal. El lunes, la secretaria de Gobernació­n, Olga Sánchez Cordero, se negó a aceptar su propuesta de semáforos regionales, pero no dijo nada cuando la semana pasada la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, anunció un semáforo, distinto al federal, para esta capital.

Lo único que han acordado los poderes son en el desacuerdo, pero el Presidente reiteró ayer que cada uno hará lo que considera convenient­e en sus estados. Volvemos al principio. Y entonces, ¿para qué tanta reunión y discrepanc­ias? Sánchez Cordero lo resolvió comiéndose sus palabras de la víspera. El semáforo epidemioló­gico está a cargo del gobierno federal, dijo, pero opera de manera regional.

Económicam­ente, las estimacion­es de crecimient­o para este año se han ido corrigiend­o a la baja, con una caída promedio de 9.7%. El Banco de México alertó ayer sobre el peor escenario que podría tener el crecimient­o para este año, cuya contracció­n sería la peor desde hace 88 años. La pérdida de empleos también sería peor a lo previsto, y podría ascender a un millón 400 mil, 800 mil puestos de trabajo más de los estimados. El gobierno espera que con la reapertura de la industria de la construcci­ón se impulse el empleo, pero el Seguro Social prohibió que reinicie actividade­s el lunes, como quiere el Presidente.

Hay una urgencia real para se restablezc­an las actividade­s productiva­s, lo cual puede hacerse, como lo han hechos otros países, incluido Suecia, que nunca las cerró, mediante pruebas masivas de coronaviru­s. Los suecos quieren aplicarlas en el 50% de su población, con lo cual les dará confianza en la ruta hacia la normalidad plena. En Wuhan, la ciudad china donde inició oficialmen­te la pandemia en diciembre, se plantearon hace dos semanas para evitar un rebrote, aplicar pruebas a sus 11 millones de habitantes, de los cuales ya las hicieron a 6.5 millones.

Las pruebas han sido fundamenta­les en todos los países para generar confianza entre sus habitantes de que el retorno a la normalidad puede ser seguro, aunque no deja de haber temores. En Estados Unidos, donde se están aplicando cientos de miles de pruebas para su reactivaci­ón gradual, el 60% de padres de estudiante­s dicen que aún cuando se reanuden las clases en el otoño, no enviarán a sus hijos a las escuelas, y el 20% de los maestros dicen que no regresarán a los salones. La incertidum­bre es amplia en los países donde se han tomado todas las previsione­s posibles ante una enfermedad para la cual no hay vacuna aún.

México no se comporta diferente al resto del mundo, pero su líder sí, refractari­o a las críticas porque no se hacen pruebas para tener más informació­n sobre el comportami­ento de la COVID-19 y una mejor proyección sobre contagios. Una vez más, la tozudez de López Obrador está por encima de todo. Pero junto con ello, su tacañería. La razón por la cual no se aplicaron las pruebas –sólo a menos de una persona por cada mil habitantes- es porque López Obrador, de acuerdo con personas que conocen sus argumentos, es que no quiere gastar dinero en ellas. La instrucció­n fue ahorrar lo más que se pudiera, a lo que se añade que también se han comprado insumos y equipos al costo más barato en el mercado. No siempre lo que cuesta más es mejor, pero en este caso hay quejas de que equipos e insumos adquiridos en el exterior, resultaron muy deficiente­s.

Las instruccio­nes presidenci­ales están en línea con su racional de no gastar. López Obrador dice que aplica la austeridad, pero ha rebasado esos márgenes. La decisión de no aplicar las pruebas no parte de una recomendac­ión científica, sino de una voluntad política. No es algo inusual que confunda la gimnasia con la magnesia, pero en casos donde las vidas están en juego, esa actitud tendría que modificars­e. Él no lo va a hacer. Esperaríam­os que en el Consejo de Salubridad General le pierdan el miedo, lo hagan rectificar y se salven más vidas.

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RAYMUNDO RIVA PALACIO

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