Vanguardia

La gran mentira

- ‘CATÓN’ CRONISTA DE LA CIUDAD

El año de 1906 la señorita profesora Dolores Correa Zapata, maestra de Economía Doméstica en la Escuela Normal para Profesoras de la Ciudad de México, publicó su librito “La Mujer en el Hogar”, dedicado —naturalmen­te— a doña Carmen Romero Rubio de Díaz. De esa obra, que tengo en ejemplar de colección, entresaco los siguientes párrafos:

“...Los hábitos de la mujer mexicana son en lo general los más apropiados para constituir la felicidad del hogar. Lástima que, acaso como hereditari­o rasgo aristocrát­ico, sea bastante común en las señoras el hábito de levantarse tarde. Lo que acontece a diario es que cuando la señora se levanta los niños ya se han ido a la escuela sin arreglarse, poniendo a la señora en evidencia, o sin desayunar, exponiéndo­se a enfermarse; el señor se ha ido también en ayunas, con peligro de pasar ‘a calentarse’ con una copa en la cantina, y está hirviendo ya el puchero en que la criada ha echado un trozo de jamón rancio, o de carne pasada, o una col podrida. Toda buena señora debería cambiar el aristocrát­ico hábito de levantarse tarde por el hábito, vulgar pero saludable, de levantarse temprano...”. “...Vamos a hablar ahora de los peligros del hogar. “Herida.- Hay mujeres que a la sola vista de la sangre, en vez de acercarse a restañarla, prorrumpen en gritos, se tapan la cara con las manos y huyen despavorid­as alejándose del paciente. Casos suelen verse en que, a la vista del niño herido, la señora se desmaya por un lado, la criada por otro, los demás niños lloran asustados, y sólo queda en pie el papá, que a punto de contagiars­e también del susto tiene sin embargo fuerzas para cargar a su hijo y llevarlo en brazos al médico. Hay quien suponga que los desmayos se toman como único recurso para librarse de los reproches del señor, por no haber tenido buen cuidado del niño.

“Envenenami­ento.- Al apercibirs­e de que un niño

ha comido cerillos lo primero que debe dársele es un vomitivo. Después de que haya arrojado se le dará un purgante. Por último se le sujetará a una dieta rigurosa, no dándole a comer durante tres días más que pequeñas cantidades de atole.

“Mordedura de perro rabioso.- La eminencia del peligro debe dar en este caso a la madre todo el valor que se necesita para aplicar al niño adorado un hierro candente en el lugar donde ha sido mordido por el perro.

“Congestión y hemorragia­s cerebrales.- Al mismo tiempo que se procura atraer la sangre a los miembros inferiores se debe procurar igualmente desalojarl­a de la cabeza por medio de compresas de agua fría renovadas incesantem­ente. Hay que cortar el cabello si es largo.

“Epidemias.- La mujer que quiere merecer el título de cristiana no sólo debe defender a los suyos, sino favorecer (en lo posible) a sus semejantes. En una pequeña ciudad de la República se pronuncia todavía con veneración el nombre de una piadosa dama que en la época aciaga del año 40, en aquel terrible cólera que diezmó campos y desoló ciudades, fue el hada benéfica de su ciudad. El régimen que usó para prevenir el contagio no podía ser más sencillo. Consistía en tomar por todo alimento carne asada, arroz cocido y pan frío, y una sola fruta dos veces al día; bañarse dos veces por semana con agua hervida y hojas aromáticas, llevar el vientre cubierto con un parche de perrubia y copal, sujeto con una banda de franela, y en el pecho un escapulari­o doble, y tan ancho que dejase cubiertos pecho y espalda, llevando en un lado la efigie del Crucifijo y en otro la estampa de la Santa Virgen. Dicho escapulari­o debía contener una capa de algodón bendito y una bolsita con alcanfor, debiendo ponérsele además, cada tres días, tres gotas de esencia de canela...”.

Buscar libros antiguos y hurgar con curiosidad en ellos suele entregarme siempre una lección: es una gran mentira esa de que todo tiempo pasado fue mejor. Eso aunque el tiempo de hoy sea de epidemia.

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Armando Fuentes Aguirre

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