Vanguardia

¿Y los aguaceros de mayo? Recuerdo del gobernador Román Cepeda

- ESPERANZA DÁVILA SOTA

La expresión española “Como agua de mayo” (qué bueno que a AMLO se le ha olvidado) tiene su fundamento en los aguaceros que en esta temporada deja caer el cielo sobre la sedienta tierra. Por eso, los organiller­os tocaban la tonada de “Los Aguaceros de Mayo” y Chava Flores la cantaba a todo pulmón: “Los aguaceros de mayo tuvieron la culpa que fueras infiel… Hoy que veo llorar al cielo, yo lo acompaño en su llanto, me acuerdo los aguaceros, cuando yo te quise tanto. Hoy que ya tengo impermeabl­e, sombrero y paraguas, no encuentro otro amor, los aguaceros de mayo tuvieron la culpa de mi cruel dolor”. En otro sentido, favorecier­on a Juan Pablo el Sierreño, la noche en que se robó a Rosita, la hija de Antonio, en la canción de Los Tigres del Norte: “Los aguaceros de mayo borraron las huellas que dejó el caballo, perdieron el rumbo que siguió el jinete”.

Los aguaceros de mayo siempre sorprenden a Saltillo, hacen reverdecer los cerros y crecer la siembra de temporal. Así también hacen sufrir. Mayo da paso a la temporada de huracanes y ciclones. El día 15 inició en el Pacífico y en el Atlántico comenzará el 1 de junio. La región recuerda los más devastador­es, y no fueron en mayo: Gilberto, septiembre de 1988, y Alex, junio de 2010. Hoy se acaba mayo y este año ningún aguacero parejo ha logrado empapar la tierra de esta región. Dos o tres lluvias ligeras no acaban de abatir la sequía.apenashace­unasemanaq­uecayó una tormenta en la sierra de Arteaga, que hasta deslavó los cerros en la carretera a Los Chorros. A cuenta gotas, pero ahí va llegando la bendición de la lluvia.

Coahuila, con vasta tierra desértica, ha padecido los efectos de la sequía a lo largo de su historia, igual que el País entero. Las crónicas ya dan cuenta de severas sequías en el México antiguo, dicen que en 1450 “llovía fuego, se perdían las cosechas y bajaba el nivel de la Laguna”, tanto que viendo el rey la mortandad que causaba la aridez, les dio licencia a sus súbditos

para que salieran del reino a buscar qué comer y que muchos salieron y nunca más volvieron.

Hoy se recurre a procedimie­ntos como bombardear las nubes para probar la lluvia. Ayer era válido recurrir a otros métodos para tratar de alejar las sequías que afectaban la agricultur­a, la ganadería y la vida misma de las comunidade­s, cuando su superviven­cia y la de la región dependían de sus propias cosechas y su propio abasto de carne. Hace medio siglo, en Saltillo, los matachines bailaban sus danzas de día y de noche durante muchos días frente al ojo de agua que brota en el barrio del mismo nombre, y las rancherías aledañas sacaban en procesión por las calles y los sembradíos en el campo las imágenes religiosas de sus santos patronos, entonando cánticos y rezos para implorar la lluvia.

Cuando no bastaba con eso, las autoridade­s se veían en la necesidad de buscar otros medios para hacer caer el agua y mantener la vida en las poblacione­s. En 1954, el gobernador Román Cepeda, consternad­o por la desesperac­ión de la gente ante la escasez de agua, mandó a buscar a un tal profesor Udave, quien por una buena suma había hecho llover en otros estados mediante un dudoso ritual. Se cuenta que don Federico Berrueto Ramón, maestro y consejero del gobernador, le dijo que eso no era lógico ni científico, que cómo podía creer esas tonterías y pagarle a un loco para que hiciera llover. Don Román le dio una sabia y estremeced­ora respuesta: “Tiene razón, maestro, pero al ver lo que sufre nuestra gente, ¿cree usted que tenemos derecho a quitarle la esperanza, lo único que es verdaderam­ente suyo?”. Ese año, lo que no pudo hacer la danza de los matachines ni los ruegos desesperad­os de la gente, lo hizo el extraño ritual que una noche de luna en cuarto creciente realizó aquel “loco”. Al amanecer del día siguiente empezó a caer una llovizna que pronto se convirtió en aguacero.

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