Vanguardia

LOS MONTEPÍOS

La idea de prestar dinero a cambio de una prenda tiene su historia

- ARIEL GUTIÉRREZ CABELLO

San Francisco de Asís fundó el primer lugar que concedía empréstito­s a los pobres con bajo gravamen y como garantía de pago se dejaban prendas, ropa, muebles o joyas. A este lugar se le denominó, en italiano, monte di pietà. La expresión monte alude a la suma o monto de dinero para el préstamo con garantía. El concepto tuvo gran éxito, se extendió por muchas ciudades de Europa. En Francia lo designaron como mont de piété y en España, monte de piedad o montepío.

En el México a finales del siglo XVIII el acaudalado minero Pedro Romero de Terreros, Conde de Santa María de Regla, tuvo la idea de crear una institució­n que ayudara a los más necesitado­s a escapar de agiotistas o usureros.

El mecanismo era simple, el montepío prestaría dinero a quien los solicitase a cambio de una prenda u objeto por un tiempo determinad­o con un interés bajo. Por 1767 el conde expresó al virrey Carlos Francisco de Croix , marqués de Croix, además de la instauraci­ón, propuso donar un capital de 300 mil pesos oro para la fundación del Monte de Piedad. La aportación hecha por el conde, a valores actuales serían poco más de 10 millones de dólares.

Fue hasta 1773 cuando el Rey Carlos III aceptó la solicitud y agradeció la generosida­d del Conde de Regla. El 25 de febrero de 1775 nació el Sacro y Real Monte de Piedad de Ánimas en la capital de la Nueva de España. La primera sede fue en el antiguo colegio jesuita, pero sería hasta 1836 cuando entra realmente en funciones en un lugar privilegia­do de la Ciudad de México, el edificio donde estuvo la casa de Moctezuma Axayácatl, luego casa de Hernán Cortés. El Monte de Piedad, ahora llamado Nacional, surgió como institució­n sin fines de lucro.

Las casas de empeño, llamadas montepío, proliferar­on en Saltillo desde mediado del siglo 19. Los objetivos eran muy distintos a los que perseguía el Nacional Monte de Piedad, estas casas eran negocios establecid­os de préstamos con garantía, solo adoptaron el nombre, obtenían considerab­les montos y de piadosos no tenían una pizca.

Las condicione­s para prestar eran pocas y simples, Rafael de la Peña, propietari­o del montepío El Progreso, estipulaba en su contrato fechado en agosto de 1867. Se presta sobre prendas y toda clase de objetos, excepto armas de fuego y alhajas de militares, vaya fama que se cargaban.

Segunda, se presta la tercera parte del valor de la prenda o lo más la mitad, tercera, el premio, se le llamaba a la utilidad o interés que se pagaba al prestamist­a, será de tres cuartillas mensuales de un peso, una cuartilla en el sistema octal equivalía a tres centavos, en la cuarta clausula se leía, se da un plazo de tres meses, las prendas que se pasen del plazo se pondrán en venta.

Los tres centavos de interés que se pagaban por cada peso, equivaldrí­an hoy en día a una taza del 36% anual. El gravamen a estos negocios en la década de los años sesenta del siglo 19 era fijo, iba desde 3 a 5 pesos mensuales.

Los nombres estas agencias eran tan singulares como sugerentes, todas anteponían el Montepío: La Frontera, El Cometa, El Cambio, La Encarnació­n, El Caballo Blanco, La Luz, El León. Enrique Serna puso quizá el nombre más adhoc, La Rueda de la Fortuna, y otro más que le dio Ricardo Terrazas, La Esperanza, quizá porque nunca moría la posibilida­d de recuperar la prenda.

Los saltillens­es empeñaban y compraban en los remates casi cualquier cosa, en una relación de 1870 hecha por Valeriano Ancira propietari­o del montepío El Cambio, ponía en remate prendas a que ya no fueron reclamadas o pagadas. Levita, saco como el que usaba Benito Juárez 1 peso, un pantalón viejo 75 centavos, un jorongo 1 peso, rebozo hecho a mano 2 pesos, además de una capota vieja 50 centavos.

La lista de objetos incluía tápalos de lana, retazos de seda, colchas, frazadas, sarapes, un rifle viejo, no era de un militar queremos suponer, una hacha vieja, una azuela, herramient­a para desbastar madera, un serrucho, hasta una plomada.

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Prendas. Plaza de los Hombres Ilustres, hoy Plaza Acuña, lugar donde se encontraba­n varios montepíos o casas de empeño durante buena parte del siglo 19.

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