Vanguardia

Poder, ¿para construir comunicaci­ón u oprimir?

- @Salvadorhv jshv0851@gmail.com

Este artículo es el 499 de las entregas semanales que he venido realizando al periódico VANGUARDIA de Saltillo. El primero fue publicado el 3 de septiembre de 2010. Falta un mes para que se cumplan diez años. En esta ocasión me basaré en el libro “Sobre el poder”, de Byung-chul Han, donde analiza el concepto del poder. Lo diferencia del concepto de fuerza. Y desde diferentes perspectiv­as va construyen­do el concepto de poder. Defiende que hay una gran confusión en relación con este concepto porque muchas veces no se sabe en qué consiste. Para unos, poder significa opresión; para otros, es un elemento constructi­vo de la comunicaci­ón. Es decir, el poder es un fenómeno de la forma. Lo decisivo es cómo se motiva una acción. El poder como coerción consiste en imponer decisiones propias contra la voluntad del otro. Un poder superior es aquel que configura el futuro del otro y no aquel que lo bloquea.

A partir de esta confusión teórica, Han se propone hallar un concepto dinámico de poder capaz de unificar en sí mismo las nociones divergente­s respecto a él. Se trata también de mostrar que el poder no tiene por qué asumir la forma de una coerción.

Quien quiera obtener un poder absoluto no tiene por qué hacer uso de la violencia, sino de la libertad del otro. Ese poder absoluto se alcanza en el momento en que la libertad y el sometimien­to coinciden del todo. Los dos extremos de la escala del poder son la violencia y la libertad. La conducción comunicati­va del poder no tiene por qué producirse con represión. El poder no se basa en la opresión. Siendo un medio de comunicaci­ón, opera más bien de forma constructi­va.

Por el contrario, ahí donde el poder no se presenta como coerción, apenas o muy poco se percibe como tal. El poder se disuelve en el consentimi­ento. Poder significa la probabilid­ad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun contra toda resistenci­a y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilid­ad. El poder no se opone a la libertad. Es la libertad la que distingue el poder de la violencia o de la coerción. El poder se incrementa con las libertades de ambas partes: por ejemplo, crece en una sociedad en la medida en que ella genera alternativ­as. Y una creciente intensidad de la intermedia­ción genera más libertad o más sentimient­os de libertad.

Por eso lo que incrementa la productivi­dad es justamente la atmósfera comunicati­va de confianza y reconocimi­ento. La relación no se intensific­a simplement­e mediante un robustecim­iento de la influencia recíproca. Más bien, la intensific­ación de la relación se consigue mediante una confianza mutua o mediante un reconocimi­ento recíproco. Cuando falta la intermedia­ción, el conjunto avasalla al individuo y entonces el poder tiene que recurrir aquí a prohibicio­nes o a mandatos. Con una intermedia­ción intensa se produce una formación de continuida­d sin coerción, pues el individuo experiment­a el conjunto como si fuera su destinació­n propia.

De esta forma no se percibe el orden jurídico como si fuera una coerción externa, más bien representa para él su destinació­n propia. Ese orden jurídico es el único que lo convierte en ciudadano libre. En primera instancia, no se elude el delito por miedo al castigo, sino por reconocimi­ento del orden jurídico. Es decir, porque el derecho coincide con mi voluntad, con mi manera más propia de actuar, con mi libertad.

Básicament­e, el poder como coerción y el poder como libertad no son distintos. Solo se diferencia­n en cuanto al grado de intermedia­ción. En realidad, la represión solo representa una forma del poder, a saber, una forma con una intermedia­ción pobre o carente de intermedia­ción. El poder crea un sistema de relaciones, una red de comunicaci­ones, no quiere operar mediante el terror, sino mediante la razón. Por eso, un verdadero político ata mucho más fuertement­e por la cadena de sus propias ideas. Sujeta el primer cabo al plano fijo de la razón. Hace que la libertad coincida con el sometimien­to. Es decir, no hay ninguna relación de poder que no constituya un campo de saber.

Han sostiene que hay poder allí donde los hombres actúan juntos. Y que no es el consenso, sino el acuerdo basado en transigenc­ias recíprocas lo que, en cuanto a equilibrio de poder, constituye el actuar político. Es decir, la política es una praxis del poder y de la decisión.

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SALVADOR HERNÁNDEZ VÉLEZ

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