Vanguardia

El semáforo rojo

- RAYMUNDO RIVA PALACIO rrivapalac­io@ejecentral.com.mx twitter: @rivapa

La Ciudad de México se encuentra en crisis sanitaria y en crisis ética. La primera es porque el coronaviru­s se aceleró y está saturando los hospitales, sin que haya medidas para persuadir con energía a la población que la pandemia está siendo transmitid­a por su falta de cuidado en la movilidad y en medidas preventiva­s. La segunda está directamen­te relacionad­a con la primera y emana de Palacio Nacional, donde el presidente Andrés Manuel López Obrador es el primer promotor del desorden. Atrapada en su lealtad subordinad­a y el número de muertos con los que va a cargar por su debilidad ante su mentor, está la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum.

Sheinbaum no hace nada que no le autorice López Obrador, pero se le ha salido de la subordinac­ión mecánica en el caso de la pandemia. Los datos que tiene desde hace casi un mes la llevaron a estar en la inminencia de regresar a la capital federal al semáforo epidemioló­gico rojo, por la forma como se habían acelerado los contagios y avanzaba la ocupación de camas. Sólo las presiones de Palacio Nacional la frenaron, obligándol­a a inventar diferentes categorías para el color naranja. No mover de color el semáforo evita temores –como el que se vuelva a apagar la actividad económica-, pero también genera confianza entre la gente, que por lo que se ve en las calles, le perdió el miedo al virus.

Tener que caminar en dos vías ha sido difícil, pero ha ido avanzando. En marzo fue obligada desde Palacio Nacional y por instruccio­nes de López Obrador, a que no cancelara el festival de música Vive Latino, que le generó muchas críticas por lo que se consideró públicamen­te como una irresponsa­bilidad. Lo mismo querían hacerle con el día de la Virgen de Guadalupe el 12 de diciembre, cuando el secretario particular del Presidente, Alejandro Esquer, cabildeó directamen­te con el cardenal Carlos Aguiar, arzobispo primado de México, para que mantuviera­n abierta la Basílica. Sheinbaum trabajó con Aguiar, quien le dijo a Esquer que no habría festejos presencial­es, lo que le permitió a la jefa de Gobierno a no ser presa de la irresponsa­bilidad a la que la estaba empujando el Presidente.

Con López Obrador no hay nada qué hacer. Es absolutame­nte refractari­o a todo con tal de hacer su voluntad. Si hay más contagios o muertes, para él será un costo menor que el beneficio de tener la economía abierta. Ante la falta de alternativ­as de política pública para trabajar en paralelo la crisis sanitaria y mantener funcionand­o la economía a fin de que no afecte sus planes, los muertos del COVID-19 son meramente una estadístic­a.

Todavía ayer, a contra sentido de todo el mundo, dijo que los cubre bocas no eran indispensa­bles. Allá él y quien le crea. El problema es que muchos sí le creen y al ver la forma relajada y descuidada como aborda la pandemia, lo imitan. No saben que López Obrador vive encapsulad­o, con un equipo de médicos que lo monitorea permanente­mente y con pruebas de covid sistemátic­as. Las posibilida­des de que se contagie son, por mucho, menores a la que tiene un ciudadano común, que no tiene esas atenciones.

Sheinbaum se ha apartado de las directrice­s de Palacio Nacional para prepararse este invierno, que funcionari­os del gobierno capitalino ven con gran preocupaci­ón. El aceleramie­nto de contagios superó a finales de noviembre el máximo de ocupación hospitalar­ia que tres meses antes había mencionado la jefa de Gobierno como el máximo para tomar acciones restrictiv­as y regresar al semáforo rojo. Demorarse ya ha ocasionado, de manera indirecta, que el número de muertes por encima del pronostica­do para este año, se haya elevado en 38%. Y según las estimacion­es de las autoridade­s locales, se va a poner peor.

Las autoridade­s sanitarias de la Ciudad de México están planeando compras de equipo médico para lo que se avecina en estos dos meses, sin esperar el apoyo del gobierno federal. Igualmente Sheinbaum, más allá de las decisiones que tome el subsecreta­rio de Salud, Hugo López-gatell, sobre las vacunas, acordó con la Universida­d Nacional Autónoma de México una red fría y que los institutos que tienen equipos de alta refrigerac­ión, sean los que reciban las vacunas de Pfizer. No está claro si en paralelo está hablando con el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, que como ella también ha tenido enfrentami­entos con Lópezgatel­l, para establecer una logística que le permita trasladar las vacunas del punto de arribo a los súper refrigerad­ores.

Sheinbaum se ha abocado a la vacuna de Pfizer, que requiere esa red y que fue la primera en solicitar su aprobación en México. Ayer incluso, el secretario de Salud Jorge Alcocer, firmó un convenio con ese laboratori­o estadounid­ense para adquirir 34.4 millones de vacunas. Con ellas, habría dosis para unos 100 millones de mexicanos, muchos de los cuales, según Ebrard, podrían comenzar a recibirlas a finales de este año.

Las acciones que ha emprendido Sheinbaum son las correctas, y políticame­nte ha salido bien librada con López Obrador porque, al mismo tiempo, ha cedido a la presión de no regresar al semáforo rojo. Sin embargo, no va a poder mantenerse en esa misma posición conciliado­ra, porque al no levantar la alerta y generar una nueva ola de conciencia entre los capitalino­s, la movilidad se mantendrá y no habrá vacuna –si es que realmente comienzan a aplicarse a finales de diciembre-, que impida más contagios y muertes en la capital.

Sheinbaum tiene que reconsider­ar el regreso al semáforo rojo lo antes posible, porque se le puede desbordar la ciudad. Los hospitales públicos y privados están regresando a pacientes con COVID. Las medicinas y los insumos ya escasean. López Obrador sigue en la negación total sobre este alto riesgo. La jefa de Gobierno no está sola. Si actúa en consecuenc­ia salvará muchas vidas, aunque se enoje su mentor el Presidente.

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