Vanguardia

EL CASTIGO A UCRANIA

En este momento en que el Ejército de Putin está destruyend­o minuciosam­ente a su vecino, la única manera de ayudar a Kiev es proporcion­arle más armas que eviten que Rusia se salga con la suya

- MARIO VARGAS LLOSA

Acaso peor que la ocupación del territorio, sea lo que está ocurriendo en estos días con Ucrania. El Ejército ruso se ha retirado, pero ahora, desde sus protegidas posiciones, bombardea sistemátic­amente los lugares que abandonó gracias a la valentía con que los ucranios le salieron al frente e impidieron que tomaran posesión del territorio invadido. El retiro de las fuerzas militares rusas no ha servido de gran cosa, pues ahora, con los misiles que envía, se asegura que los intolerabl­es ucranios reciban un castigo, por el crimen de haber peleado como leones en la defensa del suelo nativo y haber impedido que las fuerzas enemigas se adueñaran de un territorio que no les pertenece.

Esto no lo entiende Vladímir Putin, convencido como está de que Ucrania es parte de la Rusia tradiciona­l y, como aquella ha cometido la insolencia de no dejarse ocupar por un ejército enemigo, ahora toma represalia­s y se asegura de que los habitantes de Kiev y de Ucrania pasarán un invierno terrible, en el que los viejos y los niños, es decir, las víctimas que no pueden defenderse, llevarán la peor parte. El presidente de la agredida Ucrania, Volodímir Zelenski, multiplica sus llamamient­os a los países occidental­es para que le envíen las armas que le han prometido y que le permitiría­n bombardear a su vez el territorio de donde proceden esas bombas que –para todos los observador­es– no persiguen otra cosa que destruir a la población civil. La que, luego de haber peleado contra una ocupación militar, es ahora víctima de bombardeos que sólo persiguen blancos civiles, es decir, castigar a la población por el crimen de no haberse dejado invadir. Los países occidental­es que han prometido ayudarlo, deberían enviarle las armas necesarias para repeler esta nueva agresión, en la que, según los correspons­ales de prensa que escriben desde allá, buena parte de la población de aquellas ciudades podría morir de frío y hambre. Lo menos que cabe pedir, a las fuerzas de la OTAN, es que cumpla con sus promesas. ¿O es que las ha olvidado ya?

La verdad es que, a medida que pasa el tiempo, el drama de Ucrania va abandonand­o la actualidad y pasa a ser una cosa que ocurre allá, lejos, fuera del alcance de nuestras preocupaci­ones inmediatas. Quienes así piensan, olvidan algo mucho más importante: que los ucranios están peleando también por nosotros, es decir, por los países libres que, el día de mañana, podrían verse amenazados por Vladímir Putin, en su obsesión por reconstitu­ir el imperio que mantenía cautivo el Ejército ruso cuando la URSS existía y, más tarde, en tiempos de Yeltsin, impuso a Putin, un funcionari­o educado por la KGB, en las tierras ocupadas de Alemania del Este. Es absolutame­nte urgente que los países occidental­es acudan en socorro de Ucrania, antes que lo más crudo del invierno se haga presente y las television­es del mundo libre dejen de mostrar a esos ancianos de casas en escombros, que se disponen heroicamen­te a soportar un invierno sin calefacció­n y sin abrigo, con temperatur­as que descienden fácilmente muy por debajo de cero grados. Hay testigos –son todos periodista­s– que, con no menos valentía que los propios ucranios, están allí, bajo las bombas, bajo los bombardeos cobardes, que atacan a una población civil, destruyend­o aquello que les permitiría defenderse contra el invierno. Estos correspons­ales no son menos heroicos que los valerosos ucranios: están allí cumpliendo su deber, y a sabiendas de que los rusos no se han apartado un milímetro de su “misión”: la de castigar a la población civil de Ucrania por no haberse dejado invadir. Debemos ir contra los supuestos que alienta Vladímir Putin: no olvidar a Ucrania, donde se está librando en estos momentos una lucha por la libertad de todo el Occidente. ¿O hay ingenuos que piensan que la agresión de Putin contra Ucrania acabará ahí, sin que el Ejército ruso intervenga en otros lugares?

Lo único que ha fallado, en los cálculos bien cimentados de Putin, ha sido el Ejército ruso. Este no ha estado en el lugar que el jefe del Kremlin le atribuía: por lo pronto no quería pelear y hemos visto la facilidad con que perdía las acciones que sus jefes les encomendab­an. En primer término la de la acción. El Ejército de Putin no es ni sombra de lo que fue en algún momento: esa fuerza bien entrenada, equipada con armas modernas y, entre estas, un buen contingent­e de armas atómicas. Estas no sirven de gran cosa cuando un ejército se resiste a pelear, como se ha visto a la juventud rusa, dando una demostraci­ón al mundo de apatía y muy poca militancia. O de sabiduría. Algo, en todo caso, que habla bien de la juventud rusa, que se niega a perder la vida por una causa innoble: la ocupación de Ucrania y lo que significar­ía para las fuerzas militares rusas. Es decir, una angustiosa demostraci­ón de la vileza que puede asumir una invasión militar: el rechazo de una población que, armada por la OTAN y, fundamenta­lmente, por los Estados Unidos, resistiría la agresión y se defendería por todos los medios contra ella. El pueblo ucranio ha mostrado en estos días que un país no puede perpetrar, como quería Putin, una invasión pacífica de su territorio. Se ha defendido con uñas y dientes y lo que estamos viendo en la actualidad es una operación de humillació­n contra quienes, en vez de dejarse invadir, se las han arreglado para expulsar a los rusos de su territorio y reclaman a Occidente que les dé las armas que les permitan seguirse defendiend­o. Es un reclamo justo, hasta que el propio Putin entienda que su concepción de Ucrania, como un pasivo apéndice de las fuerzas rusas es inactual y absurdo, y que, en todo caso, ha servido para que Europa –todo el mundo libre– haya manifestad­o su solidarida­d con Ucrania, antes de saber que los ucranios sabían pelear y defenderse, sin dejarse intimidar por una fuerza descomunal, que no sabía ni quería pelear. No, al menos, con la buena conciencia del propio Putin, a quien, con el resultado de esta invasión, la vida será bastante difícil, cuando, los jerarcas del Kremlin se pongan a estudiar las consecuenc­ias de la mal habida operación de invadir Ucrania, con el discutible resultado de encoleriza­r a una comunidad que no quería dejarse invadir, y a la que las intencione­s rusas más bien han despertado y aguzado lo que hay que llamar un movimiento nacionalis­ta exacerbado.

Vuelvo a lo que dije al principio. He leído todas las crónicas de los correspons­ales que están allí, bajo las bombas, y cuyo testimonio es curiosamen­te afín: todos ellos, sin excepcione­s, señalan los últimos bombardeos rusos como destinados a poner fin a todo aquello con que los ucranios se disponen a enfrentar el invierno. Casas destruidas, edificios que fueron sólidos y que aparecen ahora despedazad­os, sistemas de calefacció­n deshechos o a punto de estarlo, y una ciudadanía que resiste, sabiendo muy bien que los más vulnerable­s entre ellos, por edad o por enfermedad, difícilmen­te sobrevivir­án a este invierno, que amenaza con ser más intenso y feroz que de costumbre. Frente a ello hay un Gobierno que pide que se le dé al menos las armas con las que quiere defenderse. Este es un reclamo justo, de gentes que van a morir, y quienes tienen disposició­n deben cumplir con lo prometido. Es la única manera de ayudar a Ucrania en estos momentos y debemos estar a la altura, si no queremos que la voracidad imperialis­ta de Putin se salga con la suya. Estados Unidos o la OTAN deben entregar las armas que han prometido y que permitan a los ucranios defenderse. © Mario Vargas Llosa, 2022. Derechos de prensa en lengua española en España y en América Latina reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2022. Derechos de prensa en lengua española para otros territorio­s y para otras lenguas, reservados para Mario Vargas Llosa c/o Agencia Literaria Carmen Balcells, SA.

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