Vanguardia

Mentir, robar y traicionar en un solo acto

- JUAN ANTONIO GARCÍA VILLA @jagarciavi­lla

A pesar de lo que aparenta, López Obrador debe andar muy preocupado. Esta inquietud suya no es reciente. Data cuando menos del 7 de junio del año pasado. Es decir, del día siguiente al de las elecciones federales intermedia­s de 2021, que fueron sólo para renovar la Cámara de Diputados. Existen no pocos indicios según los cuales AMLO suponía que el triunfo de sus candidatos en esos comicios sería aplastante.

Es probable que incluso haya creído que con los solos candidatos de su partido, Morena, sin necesitar de sus aliados, iba a alcanzar la mayoría calificada de las dos terceras partes de esa Cámara, o sea, 334 diputados.

Sin embargo, las cosas le resultaron diferentes a las esperadas. No alcanzó AMLO dicha mayoría calificada. Con sus aliados, los del Verde y del PT, apenas obtuvo mayoría simple (técnicamen­te se denomina “mayoría absoluta”) y eso gracias al alto componente que en nuestro sistema mixto de representa­ción política tiene la parte correspond­iente al número de diputados de mayoría relativa.

Porque de haberse aplicado en 2021 la fórmula de representa­ción proporcion­al pura, como es la que el propio López Obrador propone en su iniciativa de reforma constituci­onal en materia electoral, ni esa mayoría simple habría alcanzado.

Segurament­e no comprende el Presidente la razón de este asunto, porque a las claras se advierte que no entiende de estos temas, ni hay alguien que se los explique. Si la oposición le tomara la palabra a López Obrador específica­mente en este punto, es decir, en aceptar la fórmula que ha propuesto para determinar la integració­n de la Cámara de Diputados y del Senado, equivaldrí­a literalmen­te a darse un balazo en el pie.

El hecho es que en las elecciones federales de 2021 Morena y aliados obtuvieron dos millones de votos menos de los que sumó la oposición. El sistema mayoritari­o, mediante el cual se eligen 300 de los 500 diputados, hizo posible que Morena y sus aliados alcanzaran más legislador­es que sus adversario­s, aunque sus votos hayan sido menos (dos millones, como ya se dijo). Esto no estaba en los cálculos de López Obrador.

Como tampoco estaba en sus expectativ­as que en la Ciudad de México iba a perder, como ocurrió, la mayoría de las alcaldías. Sólo de última hora alcanzó a ganar varias gubernatur­as que en las vísperas de esos comicios tenía perdidas (como BCS, SLP,

Sonora, Sinaloa y Tamaulipas, entre otras), gracias al oportuno y eficaz apoyo que sus candidatos recibieron del crimen organizado. Cuyos jefes, dijo el Presidente que en esa ocasión, “se portaron bien”.

Luego de tan contundent­es reveses, López Obrador debe tener perfectame­nte claro que el triunfo en las elecciones presidenci­ales del 2024 no lo tiene asegurado. De este temor nació sin duda el proyecto de modificar el sistema electoral, de manera tal que el grupo gobernante lo pueda tener bajo su control, lo cual le resulta muy cuesta arriba con la actual conformaci­ón y funciones que el INE tiene. De ahí la urgencia de un órgano electoral a modo.

Cuando el pasado 28 de abril López Obrador envió su iniciativa de reformas a la Constituci­ón en materia electoral, quizá creyó que con presiones por aquí y chantajes por allá podría obtener de la oposición los votos necesarios para sacarla adelante. Pero cuando observó que eso no solamente no iba a ser posible, sino que hizo que amplios sectores de la sociedad mexicana cobraran plena conciencia de sus verdaderas intencione­s, incrementó la apuesta. La provocació­n de AMLO fue tal que originó la multitudin­aria marcha del 13 de noviembre en la capital del País y en otras 50 ciudades más. Esta supermanif­estación ciudadana lo hizo salir de plano de sus casillas.

Entonces ordenó realizar otra, la contramarc­ha efectuada en la capital el pasado domingo 27, que fuera y pareciera notoriamen­te superior a la ciudadana de dos semanas antes. Pero con este supuesto acto de fuerza lo único que logró López Obrador fue demostrar debilidad, como quedó de manifiesto al hablar ante un Zócalo que ni remotament­e estaba a su capacidad máxima. Y exhibirse ante propios y extraños como traidor a su propia proclama que incluye además aquello de no mentir y no robar.

Porque sólo pudo haber logrado esa descomunal concentrac­ión de acarreados mediante un brutal saqueo de las arcas públicas, lo cual equivale a robar (o bien con la cooperació­n del crimen organizado); y miente sin recato al hacer suponer que no fue uno u otro el origen del desaforado gasto para lograr tan tremendo acarreo. En otras palabras, demostró cómo es posible en un sólo acto robar, mentir y traicionar al mismo tiempo. Esto no va a terminar bien.

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