Vanguardia

Juguetes sexuales (II)

- ARMANDO FUENTES AGUIRRE ‘CATÓN’, CRONISTA DE LA CIUDAD

Aquel señor estaba leyendo un libro. Le comentó a su mujer:

-Este psicólogo opina que el sexo es la fuerza que mueve al mundo.

-Será −respondió secamente la señora−. Pero tú ya no empujas nada.

Está claro que el acto sexual no sólo sirve a la pareja humana para el propósito de la procreació­n, sino también para derivar del gozo y placer. Ninguna intimidad mayor que ésa puede haber, ni plenitud mejor, ni deleite más cumplido. Si alguien inventara hoy algo mejor que el sexo, y patentara su invención, se volvería el hombre más rico del planeta.

Como el sexo es gran fuente de placer, entonces la pareja humana puede usar todos los medios que le permitan incrementa­r ese disfrute, a condición de que lo haga con libertad y en forma responsabl­e, de modo de no causarse daño o hacerlo a los demás.

El otro día leí algo que me dejó turulato, y vaya que a mis años ya pocas cosas me dejan turulato. Sucede que en Estados Unidos se han puesto de moda los juguetes sexuales, cuyo uso es ahora tan natural y frecuente como el del condón. Yo pertenezco al tiempo en que no se podía hablar abiertamen­te del condón. Aun la palabra misma estaba prohibida. Además casi nadie usaba condón. Si alguien pedía uno en la botica −aún no había farmacias− lo hacía sólo ante un dependient­e hombre, y en voz baja, para que nadie se enterara.

La misma reserva, o parecida, existe ahora entre nosotros en relación con los juguetes sexuales. Últimament­e han proliferad­o los sex shops (hasta en Saltillo ya los hay), pero imagino que su clientela toma algunas precaucion­es para entrar en esos locales y adquirir los artículos deseados.

En Estados Unidos, en cambio, esos juguetes se compran ya con la misma naturalida­d con que se compra el pan. Lo que me dejó turulato es saber que los –y las– artistas de Hollywood han convertido los juguetes sexuales –que adquieren y usan en versiones caras– en símbolo de status, como antes las mansiones palaciegas o los automóvile­s de lujo. Además se habla de ellos abiertamen­te. Angelina Jolie, por ejemplo, dice usar panties que llevan integrado un vibrador, el cual se acciona por medio de un botón en el elástico. Los productore­s no sabían por qué la actriz ponía los ojos en blanco en medio de una junta de trabajo, como si el tema la apasionara mucho. Ahora conocen la razón.

Eva Longoria, por su latina parte, es dueña de un dildo (aparato en forma de órgano sexual masculino) que hasta nombre tiene: se llama, vaya usted a saber por qué, “El conejo”. Paris Hilton tiene uno de cristal, que lleva en el extremo posterior una cola de zorro plateado.

El más caro artilugio sexual que se conoce lo mandó hacer el gran futbolista David Beckham para regalársel­o a su esposa, Victoria Adams, el día de su cumpleaños. Es un dildo de platino sólido, hecho a mano, adornado en su base con diamantes de 10 kilates. El aparatejo costó la módica suma de 2 millones de dólares. Imprudenci­a temeraria: a lo mejor ella terminará prefiriend­o ese costoso sucedáneo a la versión original.

No se necesitan tales lujos, y ni siquiera juguetes de ninguna clase, para gozar el juego del amor. Los mejores artefactos para eso nos los puso Mamá Naturaleza, la más sabia diseñadora que ha existido. El amor pleno, el respeto mutuo, el sentido de responsabi­lidad con la pareja y con nosotros mismos, serán los mejores ingredient­es en el disfrute de esos preciosos dones que Dios puso en nosotros para perpetuar la vida: el amor y la sexualidad.

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