La casona de don Marcelino Garza busca nuevos dueños
En la segunda mitad del siglo 19, arribó a Saltillo el comerciante Marcelino Garza, quien nació en San Nicolás de los Garza, Nuevo León.
Aunque tenía ingresos en la minería e incluso en la fábrica de papel, la compraventa de propiedades en la capital, en la entonces villa de Ramos Arizpe y la municipalidad de Jiménez era otra de las actividades comerciales a las que se dedicaba don Marcelino.
Entre las propiedades que adquirió se encuentra una casa sobre la calle Allende y justo enfrente era de su patrimonio el terreno que hoy ocupa la Plaza Manuel Acuña, también conocida como la plaza “de los huevones”.
Fue en 1885 cuando con el nombre de Jardín de los Hombres Ilustres, el terreno con plantas y banquetas fue donado por Garza y su esposa Delfina Villarreal de Garza.
De ese matrimonio hay descendientes que fueron destacados en la historia de esta ciudad como marcel in ol. garza, fundador del Club Rotario de Saltillo y presidente del Consejo del Casino de Saltillo.
Tal era la importancia de don Marcelino garza como comerciante, que el propio Gobierno Municipal llegó a deber le dinero y fue parte de los empresarios que fundaron el Banco de Coahuila.
De todas las propiedades que tuvo el comerciante, la que ha causado curiosidad entre los saltillenses es la ubicada en la actual calle de Hidalgo, al lado del Casino de Saltillo y a escasos metros de la Catedral de Santiago y la Plaza de Armas.
La casa pasó de generación en generación hasta, según los actuales propietarios, ser propiedad del matrimonio conformado por Marcelino Garza Amaya y su esposa María Arizpe de Garza, quienes a su vez, la venden alrededor de 1960 a Melchor Rodríguez de la Garza y María Concepción Imperial.
Cuenta la historia que un día de esa década, estaba María Concepción sentada en una banca de la Plaza de Armas luego de salir de misa en la Catedral de Santiago, a lo cual se le acercó María Arizpe y comenzaron a platicar.
Entre la conversación, surgió que María Arizpe vivía a escasos metros de la Catedral de Santiago, lo cual en su devoción, le pareció maravilloso a María Concepción, situación que aprovechó Arizpe para venderle la casa.
Descendientes de María Imperial cuentan que la propiedad se vendió amueblada, aunque aquel mobiliario no fue el que se mantuvo en la casa pues no era del agrado de la nueva propietaria, quien a su vez era coleccionista de antigüedades y llenó su nueva vivienda con muebles traídos de distintos países de Europa.
María Concepción, fue quien permaneció por más tiempo viviendo en la casa, asignando a cada habitación, ya fuera común o privada, un estilo particular de decoración.