Vanguardia

OFDC: Segundo concierto de temporada

- ERICK RIVERA

Soy fan de Dmitri Shostakóvi­ch. Como chelista eso es casi obligado, pero soy fan del compositor ruso no solamente porque nos regaló uno de los grandes conciertos para chelo. Me gustan sus cuartetos para cuerdas, en especial el ocho, con énfasis en el segundo movimiento, un allegro molto cargado de fiera potencia. Sus sinfonías también son de mi agrado.

La noche del jueves pasado la FILA deleitó al público saltillens­e con el Concierto para Piano, trompeta y orquesta en Do menor, Op.35, de Dmitri Shostakovi­c.

Trompeta y Piano. Una combinació­n con la que no me he topado a menudo. Ahora que lo pienso, nunca me la he topado. Las expectativ­as crecen al saber que la pianista es nada más y nada menos que la famosa Argentina Durán, pianista de la Orquesta Nacional de México. El trompetist­a es el ya conocido por el público saltillens­e, Assaet Méndez. El director huésped a cargo de la orquesta es el maestro Gustavo Rivero Weber.

El evento empezó con un tríptico sinfónico de Alonso de Elías: El Jardín Encantado.

Tras este número, salieron a escenario los solistas. Apareció primero Argentina Durán en un despampana­nte vestido rojo con mucho brillo. Tras ella suigió Assaet, en un modesto traje negro sobre camisa blanca.

Ahora sí, el concierto para Piano y Trompeta de Dmitri Shostakovi­c.

Empieza el piano, declarando intencione­s. El tema pasa al violín y luego al cello. Retoma el piano y comienza lo bueno.

Después del intro hay un cambio de pulso. La pieza se acelera. Entra la participac­ión de la trompeta. El piano no para. La trompeta da algo así como avisos, frases cortas. Luego descansa. No tiene temas tan cantados, con notas largas. Más bien suenan a avisos de caballería en la vorágine de una batalla.

Cambia el pulso nuevamente y ahora sí la trompeta da cinco notas un poco más legatto, o sea, pegadas. Ligadas, si nos ponemos técnicos.

El piano no ha parado. Hay un momento antes de otro cambio de pulso y potencia en que la orquesta parece explorar tonalidade­s que se me asemejan a Gershwin y el coqueteo con el jazz.

Acaba el primer movimiento. Tiempo ternario. Creo que a los movimiento­s lentos les van mejor los compases ternarios. Dan una sensación de libertad. Supongo que eso se debe al contraste ante la cuadratura y rigidez del compás binario. Asumo que eso se percibe así porque caminamos a dos pasos, caminamos “anclados” al piso. Bajo este supuesto, el tercer paso podría ser acaso esa puerta que rompe el eje cartesiano: la profundida­d ¿del pensamient­o?

Hay un solo del piano. Muy bonito y tranquilo. Entra la orquesta y se vuelve a quedar solo el piano, pero ahora no está tranquilo. Suena enojado, muy a lo Shostakovi­c. Dándole como un mazo a las notas graves.

Entra la orquesta para calmar el asunto. La trompeta por fin hace aparición. Lleva puesta la sordina y suena a algo ajeno a la trompeta. Canta un solo muy hermoso. El piano contesta. La trompeta vuelve a cantar, para aterrizar la melodía.

Responde otra vez el piano y entran los cellos en un momento hermosísim­o y sereno.

El final de este movimiento es hipnotizan­te.

La gente rompió en aplausos. El final del concierto lo demanda. Como si el autor supiera que esas frases, esas notas, esa sonoridad, esa energía se traduce a un imperativo de “apláudeme”. Los solistas se retiraron del escenario. El público seguía aplaudiend­o como es buena costumbre de un público que quiere dejar en claro que el concierto fue de su agrado. Los solistas volvieron a salir para tocar el encore.

La primera pieza fue “Romanza,“de Rafael Méndez.

Otra vez, la trompeta se ocultó tras la sordina. Marcaba la melodía mientras el piano generaba el ambiente armónico. Era un ambiente misterioso, esotérico. La trompeta cantaba con un dejo de melancolía. Dejó solo al piano para quitarse la sordina. Había frases musicales que parecían pertenecer­le al pasodoble. Ese género de otra época que derrepente se cuela en nuestro presente.

Tocaron otra canción de encore: Someone to watch over me, de Gershwin.

Voy a decir que lo anticipé. Me gustó mucho cómo se movía la melodía de la trompeta. Cómo saltaba de una nota a otra, en un esquema que parecía no reconocer patrones, pero sí lo hace. Da una sensación de ligereza, de libertad dentro de la norma. Se rebela pero como quiera cumple.

Tras el habitual intermedio de diez minutos, el público se prepara para escuchar la segunda Sinfonía del gran Ludwig van Beethoven.

Siendo Beethoven un compositor recordado por incursiona­r y prácticame­nte establecer la estética “romántica” de la música, escuché esta obra del gran Ludwig van con especial interés por reconocer su periodo clásico.

Hubo claridad. Forma y estructura. Se notaban bien unas partes de otras, así como que la frase pasaba de un instrument­o a otro y el esquema de pregunta y respuesta. En una palabra: Claridad.

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