Vanguardia

La realidad en el teatro I : Teatro documental

- CLAUDIA DITHE

Es raro – yo diría que imposible – que en la creación de un artista no haya siempre algo de sí mismo. Un punto de vista, una forma de ser, a veces inclusive una anécdota. La creación de un artista es única porque la ha hecho esa persona y no otra, a través del caleidosco­pio único que es cada experienci­a humana.

Dicho lo anterior, podríamos decir también que en el teatro hay diferentes grados en el que la propia experienci­a del creador se introduce en la obra. El teatro tradiciona­lmente maneja grados de ficción que nos ubican en uno u otro lugar dentro de la cartografí­a de este arte. Si en algunos casos la experienci­a real y propia sirve apenas de catalizado­r o inspiració­n para hablar de algo más, en otros, la inquietud del artista es hablar de su realidad o la de otros, así, sin demasiada ficción.

Pero antes de seguir, cabe aquí una confesión: Las clasificac­iones son difíciles. Comencé este artículo con una cierta claridad sobre el tema. Me interesa sobretodo analizar las dos formas más comunes en las que hablar desde la experienci­a personal aparece en el teatro contemporá­neo, es decir, la autoficció­n y el biodrama. Hablar de uno y de otro, advierto, ha de tomar más de una entrega, pero es un precio que estoy dispuesta a pagar. Sin embargo, ahora que lo he pensado me doy cuenta que hay otra –y muy lógica– cuestión que puede surgir cuando hablamos de estas dos modalidade­s de creación: ¿y qué hay del teatro documental?

Regresemos entonces dos pasos, porque antes de entrar de lleno en lo que distingue a la autoficció­n del biodrama me parece necesario distinguir – o no del todo – al teatro documental de estos otros dos objetos de estudio. Todos, por cierto, están asentados en la creación a partir de lo real. Será más bien su tratamient­o y fuentes lo que más o menos los distinga.

El teatro documental, como el nombre lo indica, está basado en el documento y trata a la experienci­a personal y a los testimonio­s como tales. Entiéndase entonces que se usa una serie de evidencias para contar una historia y hablar de un tema. Destaca el tratamient­o que el teatro documental le da a los fragmentos de realidad que utiliza, y que tiende a ser en pos de la reconstruc­ción de algún hecho o memoria y de la mirada crítica que se pueda arrojar sobre ello. Puede un biodrama encontrars­e también en la clasificac­ión de teatro documental, no así tan fácilmente la autoficció­n, aunque en muchos casos estas propuestas acaben siendo una especie de falsos documental­es. Sin embargo, no siempre estos dos tipos de propuesta tratan a la informació­n y al documento de la misma manera y con las mismas intencione­s. Pero en eso ya profundiza­remos más adelante.

El teatro documental, de cualquier forma, es diferente al gran referente que todos tenemos cuando escuchamos “documental” y que viene del cine. Aún el teatro más estrictame­nte apegado a la realidad y a los hechos, por su naturaleza, ha de presentar las cosas desde su propio lenguaje, y en ese sentido, distinguir lo real de lo que podría ser ficción – aun cuando muchas veces no lo sea – se vuelve más difícil que en el cine, dado que aún lo real, presentado en un escenario y ante un público, dota a la anécdota de un aura diferente a la de lo cotidiano.

Como ejemplo valga mencionar propuestas como “El rumor del incendio” de la compañía Lagartijas tiradas al sol, cuyo dispositiv­o escénico, entre miniaturas, video, máscaras y otro montón de objetos, es por cantidades iguales extremadam­ente creativo y a la vez alejado de la imagen de lo real, lo que hace olvidar por muchos momentos que se está viendo la historia de la ex guerriller­a, historiado­ra y profesora Margarita Urías Hermosillo y las guerrillas en México en los 60 y 70.

Cerca del final del montaje los propios actores nos recordarán que todo lo que presenciam­os sucedió en verdad, que fuera de ese pequeño mundo que se ha construido en la escena existe uno más grande donde todo ocurrió, aun lo que pareciera surgido de la imaginació­n más absurda, claro, porque así de surreal puede llegar a ser nuestro país. Ese creo, es el más grande poder y la más grande ironía del teatro documental: lo cerca que puede estar de lo que parece inventado.

Continuamo­s…

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