Vanguardia

Cinema para aviso

- ARMANDO FUENTES AGUIRRE ‘CATÓN’, CRONISTA DE LA CIUDAD

Se me va yendo la nostalgia poco a poco.

El pasado domingo por la tarde −los domingos en la tarde son aburridos hasta en París y Nueva York− me puse a ver una película de Glenn Ford. A mí me agradaba ese actor con cara de muchacho bueno. Su imagen era de nice guy: cuando la hacía de villano el papel no le salía bien. Y sin embargo su escena más famosa fue una villanía: en la clásica película “Gilda” le propinó una sonora bofetada a Rita Hayworth. Quizá ésa es la cachetada más famosa en la historia de la cinematogr­afía. Cuando en el Cinema Palacio se exhibió el film, al llegar el momento del célebre mamporro los varones jóvenes aplaudiero­n con entusiasmo esa acción machista. Hoy, por fortuna, nadie la aplaudiría.

Glenn Ford nació en Canadá, pero muy niño sus padres lo llevaron a California. Desde la secundaria empezó a hacer teatro, y a los 23 años firmó un contrato con la Columbia Pictures. Su carrera iba en ascenso cuando estalló la Segunda Guerra. En ella el joven actor vio acción como marino.

Terminado el conflicto volvió a Hollywood, y bien pronto alcanzó la popularida­d por su atractivo rostro de galán de pelo oscuro y su aspecto de hombre sencillo que inspiraba confianza y simpatía, pero que al mismo tiempo daba imagen de valor, seguridad y fortaleza. Con todas esas cualidades, y por el carácter introspect­ivo de sus personajes, Ford llegó a alcanzar un sitio de importanci­a en la pantalla. Se desempeñó con gran eficacia profesiona­l tanto en filmes de primerísim­a calidad (“Gilda”, “A stolen life”, “The blackboard jungle”) como en películas de categoría B, lo mismo de vaqueros que de guerra.

¿Recuerdas las películas de Glenn Ford que en el Palacio vimos? He aquí algunas: “Cimarrón”, “La Casa de Té de la Luna de Agosto”, “Melodía Interrumpi­da”, “Los Cuatro Jinetes del Apocalipsi­s”, “¿Arde París?”... Me acuerdo especialme­nte de una cuyo título original es “Follow the Sun”, y cuyo nombre en español he olvidado. Esa película narraba la vida de Ben Hogan, uno de los más grandes golfistas norteameri­canos. Glenn Ford, claro, era Ben Hogan, pero en el film aparecía el propio Hogan haciendo el papel de otro golfista. Cosas de Hollywood... Se me grabó la escena en que el protagonis­ta tiene un accidente de automóvil. Ahí vi por primera vez empleado un recurso cinemático que después se convertirí­a en clisé: tras de la volcadura se desprende la copa de una de las llantas, que luego de rodar un trecho por el asfalto cae y da vueltas y vueltas hasta quedar inmóvil, en seguida de lo cual se hace un dramático silencio. Cine, cine puro.

Glenn Ford se casó tres veces. Al parecer nunca escarmentó. En 1970, luego de divorciars­e de su segunda esposa, escribió su biografía. La leí poco después de su aparición, y disfruté la lectura por la sinceridad del relato y por el amable sentido del humor del artista.

Glenn Ford tenía 90 años al morir. Vivía solo, y solo murió. Fue encontrado, ya muerto, por una sirvienta que ni siquiera sabía quién era su patrón. No sé si decir: “Así es el cine” o decir: “Así es la vida”.

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