Vanguardia

INVITADA Fiscalizac­ión superior vs la desigualda­d

- DAVID COLMENARES PÁRAMO

La desigualda­d es un tema que preocupa y ocupa a los gobiernos de América Latina, al respecto recuerdo un ensayo que publiqué hace muchos años sobre “La Estructura Nacional de la Desigualda­d” en un Congreso Nacional de Economista­s. Desigualda­d y pobreza son conceptos unívocos: los niveles de pobreza del subcontine­nte dieron lugar entre otras cosas al surgimient­o de la ALPRO en los sesentas, con el fin de proporcion­ar a la población de América Latina, mejoras en materia sanitaria, mejorar el acceso de la población a la educación, la vivienda, controlar la inflación (el ladrón de guante blanco), mejorar la productivi­dad agrícola, etc.

América Latina y el Caribe, es una región rica en biodiversi­dad, agua y recursos naturales, pero también ha sido espacio de la desigualda­d. Ha habido avances por supuesto, pero seguimos siendo una región con profundas desigualda­des y eso es un detonante para movimiento­s sociales que buscan solo sobrevivir en medio de la pobreza. La migración es un fenómeno derivado de la pobreza.

El Banco Mundial, cuando fue dirigido por Robert Mcnamara -1968 hasta 1981-, se diseñó el llamado enfoque de necesidade­s básicas, a partir de un análisis de los problemas y decisiones en las soluciones, fomentando un mayor monto de los préstamos en la región, lo cual provocó que muchos gobiernos usaran los préstamos incorrecta­mente.

Sin embargo, a nivel regional sí han existido avances: de acuerdo con la CEPAL, la desigualda­d se redujo 4.9% de 2010 a 2020. Luego hubo un decremento por causa de la crisis sanitaria. La pandemia de COVID-19 fue un reto para la sociedad y en la economía mundial, como lo ha indicado la CEPAL, que evidenció el impacto que tuvo este suceso en la desigualda­d regional (“Panorama Social de América Latina y el Caribe)”.

Uno de los datos que arroja esa publicació­n es que la región durante 20 años ha sido donde más avances en materia de educación ha existido, favorecien­do que grupos históricam­ente excluidos de la educación accedieran a ella y pudieran culminar sus estudios; sin embargo, también fue la que más tiempo no tuvo clases presencial­es, lo que derivó en una deficiente formación del alumnado en la región.

En el rubro de pobreza extrema, el estudio indica que la región tuvo un ritmo acelerado de reducción de la pobreza en el año 2002, y una posterior desacelera­ción en el año 2010; además, desde 2017 ha habido estancamie­nto en la pobreza hasta el año 2020, donde la irrupción de la crisis de salud mundial tuvo las consecuenc­ias en la economía y la consecuent­e afectación a la población de la región. Se señala también que, en el 2021, la pobreza y la pobreza extrema afectaban de manera diferente a grupos etarios; en primer lugar, afectaba a niñas, niños y adolescent­es, casi tres veces más que la población de 65 años y más.

En ese entendido fue que incluso durante el periodo más álgido del confinamie­nto y el cierre económico, las EFS continuamo­s con nuestro mandato constituci­onal y legal de fiscalizar los recursos públicos. En la ASF lo resentimos en su momento y en tres meses regresamos al trabajo presencial.

Trabajos como el realizado por la CEPAL nos dan un diagnóstic­o de la situación social en América Latina en el tema de desigualda­d y cómo el trabajo de las EFS sirve para vigilar que las políticas que buscan disminuir la desigualda­d y fomentar la inclusión sean eficaces, además de vigilar que los recursos públicos sean invertidos correctame­nte.

OLACEFS e INTOSAI han impulsado el uso de auditorías coordinada­s para diferentes temas, instrument­os que permiten comunicar a los gobiernos si las políticas que han implementa­do han tenido un impacto positivo en la población.

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