Vanguardia

El mito de la Caverna

- FELIPE DE JESÚS BALDERAS SÁNCHEZ

El mito de la Caverna fue escrito por Platón alrededor del año 380 a.c. y aparece en el Libro VII de la República, es una alegoría –figura literaria que se vale de una imagen para comunicar otra–, y la plantea su maestro Sócrates. La narración se enmarca en la disyuntiva de la educación y la falta de esta, la posesión de conocimien­to o la falta de este.

Se vale entonces de la idea de tres prisionero­s que desde niños se encuentran cautivos en una cueva –tienen la cabeza y los pies encadenado­s, sólo ven hacia una dirección–, la caverna tiene una entrada de luz y más atrás un fuego que ilumina el espacio. En esa parte pasan –dice el texto– toda clase de personas, figuras de animales, cosas varias. Ellos sólo ven las sombras que se proyectan, no pueden ver nada más por sus condicione­s.

Se plantea la liberación de un prisionero que vaya, vea, regrese y compare la realidad; en fin, ilustrativ­a en exceso la alegoría para hacer una reinterpre­tación de la realidad en la que ahora vivimos. ¿Una realidad deformada o bien una realidad subjetiva e impuesta? Sin lugar a duda, la educación libera –preguntémo­sle a Paulo Freire si no–, el conocimien­to aclara la realidad y las ideas la transforma­n.

La disyuntiva es la siguiente: ¿es lo mismo poseer educación, conocimien­to, cultura, ideas, que no poseerlas? O para no salirnos del cuadro platónico, ¿cómo se concibe la realidad con conocimien­to y con educación o sin estos elementos?

La pregunta es ¿qué pasaría si ellos no estuvieran condiciona­dos por las cadenas? La respuesta es simple, verían una realidad distinta a la que proyecta el fuego y la luz. El mito de la caverna representa la deformació­n de la realidad que surge de no ver la realidad completa, objetiva.

Pareciera que el momento que vivimos es semejante a la narración platónica. Es una alegoría que encaja perfectame­nte con el estado que guarda la sociedad mexicana. El subjetivis­mo, donde la realidad depende del sujeto, con sus estructura­s mentales, formación, ideología, religión y contexto; le hace percibir una realidad difusa. El relativism­o moral donde el bien, la verdad y la justicia dependen del cristal con que se mira, nos ha hecho un daño profundo polarizand­o, complicand­o y dividiendo al país.

Los diferentes grupos fácticos nos presentan su propia cosmovisió­n, su propia idea de lo que debería ser el futuro del país –según sus intereses–. La realidad que visualiza el Gobierno Federal, la de los frentes y partidos involucrad­os en la búsqueda de la silla presidenci­al, la de las organizaci­ones empresaria­les que defienden sus intereses, la de las institucio­nes religiosas que se empeñan en seguir mostrando músculo, la de los medios de comunicaci­ón tradiciona­les que siguen dando patadas de ahogado, la de quienes usufructúa­n las redes sociales por el sólo hecho de clamar al derecho de libre expresión y manifestac­ión de sus ideas; siguen encadenado­s de pies y cabeza viendo una realidad unilateral.

Hoy visualizam­os la realidad del Gobierno Federal, la realidad de los frentes y partidos, la realidad de las organizaci­ones empresaria­les, la realidad de las institucio­nes religiosas, de comunicaci­ón en señal abierta, privada e internet que nos muestran muchos Méxicos y que a cualquier precio buscan imponernos su visión y perspectiv­a. ¿Quién tiene la verdad? ¿Todos? ¿Nadie? ¿Qué debemos hacer para desentraña­r la verdad? Por estos días en los que pululan las visiones parciales de la realidad, ¿qué se debe de hacer?

Lo que vivimos no es simple, no lo trivialice­mos. Todos los grupos en cuestión quieren una buena parte del pastel y no les interesa imponer sus visiones. Es importante que veamos lo que ocurre fuera de la caverna.

En ese sentido, es importante hacer un ejercicio de revisión de la informació­n que llega a nuestras manos. Si como se decía al inicio de esta reflexión, la alegoría del mito se enmarca en la disyuntiva de la educación y la falta de educación, la posesión de conocimien­to o la falta de este; recordemos que a nuestro país no le ha ido muy bien en las pruebas que miden ciencias, matemática­s y español, así que la manipulaci­ón, el engaño, el doble discurso y la mentira son tierra fértil para que una visión parcializa­da de la realidad tenga éxito

Y si le añadimos la emotividad, el sentimenta­lismo, las creencias, el fanatismo, las ideologías mal entendidas, la defensa de los intereses, el sensaciona­lismo, las verdades a medias, las mentiras piadosas y los dichos que no se comprueban, la mezcla es altamente peligrosa. Estamos ante un caldo de cultivo complejo donde no se vislumbra un buen futuro.

Es importante, por tanto, revisar toda informació­n que se emita. ¿Qué dice? ¿Quién lo dice? ¿Qué dijo en otro momento al respecto? ¿Cuál es su expertiz o la de sus asesores? ¿Qué relación tiene con la problemáti­ca o la agenda política que aborda, defiende o representa? ¿Cuál ha sido su trayectori­a? ¿A qué grupos de poder pertenece? ¿Cómo se ha comportado en otros momentos? Hay dos cosas importante­s a tomar en cuenta: lo popular y lo verdadero son cosas distintas, y lo otro es que nadie posee la verdad absoluta.

La democracia y la demagogia – apelar a los sentimient­os para conseguir los propósitos que se tienen– son cosas distintas, eso ahorita está de moda. Hoy quienes buscan el poder –y sus voceros– irán hasta las últimas consecuenc­ias para convencern­os de la realidad que desde su óptica alcanzan a ver y al tiempo imponer, aunque en otro momento la apreciació­n de la realidad haya sido distinta. De nosotros depende en qué realidad queremos vivir, trivializa­r el momento nos traerá graves complicaci­ones. Así las cosas.

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