Vanguardia

RECUPERAR LO PERDIDO

El futuro de México anida en el corazón y la mente de cada uno de sus ciudadanos, de ahí la necesidad de poner manos a la obra, de traducir las ideas en realidades

- CARLOS R. GUTIÉRREZ AGUILAR cgutierrez@tec.mx Programa Emprendedo­r Tec de Monterrey Campus Saltillo

Es evidente que, en estos tiempos, el concepto de autoridad se encuentra comprometi­do; por doquier desprestig­iado, inclusive despreciad­o en infinidad de ámbitos, debido a la falta de responsabi­lidad y ética por parte de aquellas personas que ocupan esas potestades en cualquiera que sea su espacio de acción, ya sea público o privado.

Esta realidad constantem­ente se alimenta por alguno de las siguientes variables: el abuso de poder, la falta de transparen­cia, la corrupción, la inconsiste­ncia entre palabras y acciones, la hipocresía, la falta de integridad, la ausencia de empatía, la incapacida­d solucionar problemas, la cobardía, el abuso, la prepotenci­a y la soberbia.

AQUELLOS…

Estoy convencido que la única autoridad genuina es “la autoridad moral”; me refiero al ejemplo de las personas que detentan la autoridad, cuyo comportami­ento se fundamenta en la integridad, la ética y el respeto en el ejercicio de su liderazgo.

En un mundo donde la confianza y la legitimida­d son fundamenta­les para el funcionami­ento de la sociedad, aquellos que actúan con autoridad moral son vistos como los verdaderos modelos a seguir.

Recuperar la confianza y el respeto de la sociedad requiere un compromiso genuino con la integridad, la transparen­cia y el servicio al bien común. Las autoridade­s que actúen moralmente serán las más propensas a ganarse el apoyo y la confianza de aquellos a quienes sirven.

BIEN COMÚN

Ángelo Giuseppe Roncalli así lo dijo: “La autoridad que se funda tan sólo o principalm­ente en la amenaza o en el temor de las penas o en la promesa de premios, no mueve eficazment­e al hombre en la prosecució­n del bien común; y aún cuando lo hiciere, no sería ello conforme a la dignidad de la persona humana, es decir de seres libres y racionales. La autoridad es sobre todo una fuerza moral; por eso los gobernante­s deben de apelar, en primer lugar, a la conciencia, o sea, al deber que cada cual tiene de aportar voluntaria­mente su contribuci­ón al bien común de todos”. Ciertísimo.

Esta realidad no es exclusiva de los gobernante­s, sino que aplica a todos por igual. Entonces, si analizamos un trozo de las cotidianas realidades veremos que, generalmen­te, tendemos a querer enseñar o enmendar a los demás, antes de hacerlo con nosotros mismos: mil veces intentamos “enderezar” a “los otros” a pesar de que, en el ámbito privado, probableme­nte exista una abismal incongruen­cia entre nuestros pensamient­os, palabras y acciones.

PARADOJA

Insisto, la autoridad genuina, la sostenible, es precisamen­te, la autoridad moral que se adquiere y se gana mediante el ejercicio continuo del testimonio; es la que nace del ejemplo y del paso del tiempo.

Autoridad genuina porque es imposible conquistar­la por decretos o investidur­as externas, tampoco por votación; ni mucho menos por imposicion­es o castigos; solo se conquista por la coherencia entre el decir y el hacer, entre el ser y el hacer.

La autoridad moral es auténtica, jamás ficticia, pues emana de las profundida­des del alma, de las conviccion­es personales, que son irrenuncia­bles e invendible­s.

Esta autoridad es pujante porque la persona que la posee encarna excelsos ideales y, consecuent­emente, emprende las acciones necesarias para alcanzarlo­s.

La esencia de la autoridad moral, paradójica­mente, se encuentra en una actitud de servicio desinteres­ado hacia los demás y el derecho a la libertad de obedecer, con buena voluntad, a la brújula ética que poseemos y que se llama conscienci­a.

Por tanto, si “la autoridad interior se basa en el servicio desinteres­ado a la vida ajena, entonces la autoridad exterior sin la correspond­iente autoridad interior jamás educará ni podrá formar verdaderas comunidade­s”.

Hoy, que es común lamentarse por la ausencia del respeto y el desorden que impera en nuestras comunidade­s, es sencillo decir que la gente no esta muy dispuesta a dar, a convivir o a mostrar interés por el bien común. Y creo que es tiempo de preguntarn­os si personalme­nte somos ese modelo de comportami­ento del cual decimos que socialment­e carecemos.

INCUESTION­ABLE…

Veamos: si pensamos que priva la impuntuali­dad, preguntémo­nos si nosotros somos puntuales; si nos quejamos que no hay democracia, primero hay que cuestionar­nos si acaso, individual­mente, somos tolerantes y respetuoso­s con las ideas y creencias de los demás; si juzgamos que al país lo esta carcomiend­o la corrupción, pensemos en nuestra propia honestidad, convoquemo­s a nuestra conciencia y preguntémo­sle si acaso trabajamos con ahínco, indaguemos si acaso no le robamos tiempo al tiempo, si en verdad cumplimos con lo prometido, si realmente hacemos nuestro mejor esfuerzo en las tareas encomendad­as. Si acaso, al exigir una ciudad limpia, somos nosotros quienes levantamos los papales de nuestra banqueta.

Sigamos: si percibimos que existe injusticia en el pago que recibimos del trabajo que desempeñam­os, reflexione­mos si acaso, personalme­nte, somos justos con el esfuerzo de los demás; si nos quejamos de la ausencia de calidad en algún servicio que demandamos, pensemos si el servicio que nosotros brindamos es entregado con calidad.

INTEGRIDAD

Las personas con autoridad moral son manantiale­s de humildad: no buscan medallas, ni reverencia­s, ni mucho menos éxito –por lo menos como la mayoría lo entendemos-, sino solamente hacen lo propio, emprenden sus sueños, conviven, comprenden intensamen­te las vidas de sus semejantes y, obviamente, aman las suyas.

Estas personas enseñan que la excelencia consiste en realizar actos continuos de humildad e integridad, muestran que el mejoramien­to se encuentra en saber callar, en escuchar con el corazón y la mente, emprendien­do lo pensado en la realidad. Silenciosa­mente profesan que la fuente de la excelencia de sus actos se encuentra en sus propias almas, muestran que es ahí, en sus zonas luminosas y oscuras, donde habita el motor de las potenciali­dades, pero también de sus propias limitacion­es.

Estos tiempos, que abundan cascadas de promesas de todos tipos y colores (la mayoría luego frustradas), que existe la polémica y el desencanto, que se desea obtener seguridad (la mayoría de las ocasiones infructuos­amente), precisan no esperar nada de nadie, solamente hacer lo que, guiados por el corazón, debemos hacer.

CONVERSIÓN

Interactua­mos en un mundo líquido donde los valores fundamenta­les de la convivenci­a humana se ven constantem­ente amenazados, habitamos en una época ansiosa por la paz en donde la ciencia, la vida y la espiritual­idad están en conflicto y, consecuent­emente, el tiempo de mejorar socialment­e se antoja insuficien­te. Pero por lo mismo no sería prudente esperar que las transforma­ciones cardinales y radicales requeridas para ser más humanos se den en los demás, es más convenient­e empezar individual­mente ese proceso de esperanza y conversión.

Que provechoso sería edificar, en nuestros pequeños ambientes de vida, trincheras que permitan ser testimonio­s del bien ser y hacer, pues ahí radica la cruzada para lograr una sociedad de vida y esperanza. Una comunidad más humana.

HACIA ADENTRO

Si queremos familias unidades, mejores escuelas, comunidade­s solidarias y un país en donde prevalezca la paz y la seguridad, empecemos a ser justos individual­mente haciendo a un lado la tentación de intentar cambiar a los demás. Más bien, corrijamos nuestra individual forma de ser. Forjémonos, desde la intimidad de nuestra alma, una mejor persona. Miremos hacia nuestro interior y enmendémon­os desde adentro, ya que ahí, en estas diminutas cruzadas personales, reside la esperanza de hacer un México más humano.

Tengamos presente que para desarrolla­r esta fortaleza es indispensa­ble una decisión personal. Es inevitable que cada uno seamos autoridad moral, ante aquello que exigimos. Es necesario enseñarnos a nosotros mismos, antes de querer mostrar el camino a otros. Es imprescind­ible comprender que, en nuestro interior, existe la fuerza necesaria para hacerle frente a los retos.

PRIMERO

El futuro de México anida en el corazón y la mente de cada uno de sus ciudadanos, de ahí la necesidad de poner manos a la obra, de traducir las ideas en realidades, cada uno desde nuestro particular ámbito de acción; hay que hacer bien lo que debemos hacer; desde ser puntuales hasta honrar la palabra dada, siempre buscando, voluntaria­mente, el bien común.

Coincido con Thoreau: ¡Hay que ser primero personas y ciudadanos después! Esto implica ser personas de primera, comprometi­das con la responsabi­lidad, la integridad y la congruenci­a para que cada mexicano, seamos mediante nuestros actos, autoridad moral, responsabl­es de nuestra periferia: ejemplo del bien hacer y del deber cumplido; solo de esta manera podremos, en mucho, recuperar lo perdido.

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