Vanguardia

La familia de osos negros llegó a vivir con los saltillens­es en el Paseo Capital

- ESPERANZA DÁVILA SOTA

Hace unos cinco años que se ven con más frecuencia ejemplares de oso negro nativo de la sierra de Zapalinamé, que se acercan cada vez más a la mancha urbana al sur de Saltillo. Los osos negros son una especie que tradiciona­lmente ha habitado en las alturas de la sierra. En 2019, unos cinco ejemplares causaron angustia y sorpresa al permanecer por varias horas en la madrugada trepados en las ramas de un árbol en el jardín de una casa. No sucedió nada. Bajaron y se fueron como llegaron, sin mayores consecuenc­ias.

Cada vez se ven más osos deambuland­o por la zona del valle del sur, buscando comida en los ranchos de Derramader­o, Santa Teresa de los Muchachos, San Juan de la Vaquería. Ejemplares no muy grandes han sido captados por cámaras de vigilancia, por ejemplo, junto a un nogal joven, como calculando si las ramas aguantarán su peso y mejor decide sacudirlo con la esperanza de que caigan una o dos nueces, sin saber que lo que vio en el árbol son apenas ensayos del fruto. Al no obtener nada, el osezno se retiró.

Algunos relatos de los años treinta recuerdan la costumbre de los días de campo en la temporada de calor, cuando las familias saltillens­es acudían en excursión los domingos a los ranchos cercanos, a la nogalera de San Lorenzo, y más arriba a las faldas de la sierra de Zapalinamé. Los excursioni­stas se trasladaba­n en coches tirados por caballos y los más afortunado­s en vehículos de motor. Llevaban comida y bebida y un fotógrafo para retratarse, y músicos para amenizar el baile. Al caer la tarde, regresaban cansados de comer, beber y bailar, y algunos de explorar las cercanías del valle, sin aventurars­e a ir muy lejos por el riesgo de perderse o de toparse con un oso negro.

Don Vito Alessio Robles relata en su libro “Saltillo en la historia y en la leyenda” que, en 1870, un grupo de familias fueron de día de campo al Cañón de San Lorenzo, y que al comenzar el baile después de la comida, un conocido boticario de Saltillo, notable por su fealdad y su tez cobriza, anunció que se internaría en la sierra con la intención de cazar alguna pieza, pues entonces abundaban los animales, incluidos los osos. Llegado el momento del regreso, el boticario no apareció, por lo que algunos señores fueron en su busca sin encontrarl­o. Al día siguiente, las autoridade­s a las que se unieron campesinos y leñadores expertos en los vericuetos del cañón emprendier­on una nueva búsqueda, que se extendió por mucho tiempo sin encontrar nunca un rastro o los restos del boticario.

Entonces corrió el rumor de que los osos eran animales de costumbres extrañas, como la de enamorarse de las personas, los machos de mujeres y las hembras de varones, y se decía que entre más feas las personas, más se enamoraban los osos. Con estos antecedent­es se concluyó que el boticario había sido raptado por una osa que al verlo se enamoró de él por su fealdad, y que lo mantenía prisionero en una cueva en lo más alto de la sierra, donde vivían un tórrido romance que no acabaría sino con la muerte.

Los osos siempre han estado presentes en la vida de los saltillens­es y hoy nos acompañan en el céntrico Paseo Capital en un hermoso conjunto escultóric­o realizado por los maestros escultores saltillens­es Alejandro Fuentes Gil y su hijo Alejandro Fuentes Quezada, a pedido del Ayuntamien­to de Saltillo. El conjunto de tres figuras representa una familia de osos de la región: mamá, papá y su pequeño osezno, y gracias al alcalde Chema Fraustro, la escultura no sólo se limitará a adornar el Paseo Capital, sino que la presencia de los osos ayudará a que continúen formando parte de la historia y de la vida cotidiana de la ciudad y contribuir­á notablemen­te a preservar la imagen de esos mamíferos habitantes de nuestras sierras, especie hoy declarada en peligro de extinción, pues cada vez es menor el número de individuos que la integran, contra lo que pudiera pensarse por sus cada vez más frecuentes incursione­s en la mancha urbana, a la que llegan no por ser muchos, sino en busca de alimento que les ayude a su superviven­cia.

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