Vanguardia

Los muertos de Baltimore y la verdad sobre la migración

- LEÓN KRAUZE

La semana pasada, la encuestado­ra Gallup publicó un amplio informe sobre los problemas que preocupan a los estadounid­enses en este año electoral. La encuesta incluía una pregunta en la que se pedía a los encuestado­s que identifica­ran “el problema más importante al que se enfrenta el país en la actualidad”. El 28 por ciento citó la migración, situándola por encima de la inflación, la pobreza o la economía en general.

Es natural: el discurso del odio tiene consecuenc­ias. Estados Unidos se acerca a casi una década de virulenta retórica nativista. En 2015, al principio de su campaña presidenci­al, Donald Trump tachó a los mexicanos −que constituye­n la inmensa mayoría de los inmigrante­s y sus descendien­tes en Estados Unidos− de criminales. “Traen drogas, traen crimen, son violadores”, dijo Trump en los primeros minutos del lanzamient­o de su campaña. Desde entonces, no ha cejado en su empeño. En su camino hacia las elecciones de 2024, Trump ha afirmado que los inmigrante­s “envenenan la sangre del país” y los ha comparado con dementes y asesinos en serie. ¿A quién puede sorprender que casi un tercio de los estadounid­enses crea que la inmigració­n es el problema más acuciante del país?

La dolorosa ironía es que la evidencia insiste en presentar a los inmigrante­s no como el azote que describe Trump, sino como la columna vertebral de la economía estadounid­ense. Muchas industrias colapsaría­n de la noche a la mañana sin la mano de obra inmigrante. Por ejemplo, el precio de la leche se duplicaría al cabo de unas horas sin la mano de obra inmigrante de las granjas lecheras del Medio Oeste de Estados Unidos. La misma suerte correrían las industrias cárnicas y de servicios, entre otras.

¿Por qué Estados Unidos no ha aprendido a valorar y respetar la mano de obra inmigrante? En parte, porque los inmigrante­s trabajan en la sombra. Los miles y miles de trabajador­es agrícolas que sostienen la economía de California lo hacen en silencio, al igual que los trabajador­es de la construcci­ón. Sus contribuci­ones vitales se dan por sentadas y, como son tan pocos los que comparten sus historias, la percepción pública permanece inalterada.

Los medios de comunicaci­ón comparten parte de la responsabi­lidad. En Estados Unidos, las historias sobre la crisis fronteriza son mucho más comunes que las que destacan los esfuerzos diarios y esenciales de los migrantes. Esta elección editorial acarrea consecuenc­ias.

Sin embargo, la realidad a veces ofrece perspectiv­a. La semana pasada, justo cuando Gallup publicaba su reciente encuesta, un enorme barco colisionó con una de las columnas de soporte del puente Francis Key de Baltimore, provocando el derrumbe de la estructura (fundamenta­l para la infraestru­ctura de la zona) en cuestión de segundos. Tras la conmoción de las imágenes, los medios de comunicaci­ón empezaron a centrarse en las víctimas. Destacó una historia: ocho hombres habían estado trabajando incansable­mente para reparar baches en plena noche. En silencio, a altas horas de la madrugada, realizaban una tarea que nadie más haría. De los ocho, sólo sobrevivie­ron dos. Todos eran inmigrante­s: guatemalte­cos, hondureños y, por supuesto, mexicanos.

Los periodista­s que cubrieron la tragedia optaron por concentrar­se en relatar las vidas de estos inmigrante­s perdidos. Entrevista­ron a sus familiares, relataron sus luchas cotidianas y explicaron cómo, tras décadas viviendo y trabajando en la zona, los inmigrante­s formaban parte integral del “tejido que ayuda a hacer de Baltimore una comunidad próspera, vibrante y más segura”. Los periodista­s también aportaron un contexto vital: sin los inmigrante­s, la industria de la construcci­ón estadounid­ense no existiría. Los inmigrante­s trabajan en ella con gran riesgo personal: los accidentes se cuentan por centenares. Sin embargo, la mano de obra inmigrante persiste, alimentand­o a sus familias y comunidade­s.

¿Qué ocurriría en la opinión pública estadounid­ense si las historias de vida de los inmigrante­s como los hombres fallecidos en Baltimore formaran parte cotidiana de los contenidos editoriale­s de los medios de comunicaci­ón? ¿Qué ocurriría si se les diera el lugar que merecen en el “tejido” nacional estadounid­ense? Quienes hemos tenido el privilegio de contar estas historias comprendem­os su riqueza y complejida­d, su humanidad y su talla moral. No hay mejor antídoto contra el odio y la desinforma­ción. Comprender esto es urgente, tanto en Estados Unidos como en México.

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