Vanguardia

¿Por qué los adolescent­es son menos felices?

- JESÚS AMAYA GUERRA

La semana pasada fue publicado el Reporte sobre la Felicidad (2024) a nivel mundial, y me impactó el dato que los adultos estadounid­enses ocupan el décimo lugar, pero los jóvenes menores de 30 años el lugar 62. No comprendo, ¿cómo es posible que los adolescent­es y jóvenes sean menos felices que los adultos? Los adultos, en general, tienen más estrés y responsabi­lidades que tienen que cumplir para responder a sus deberes de esposo, padres y profesioni­sta. En cambio, los adolescent­es jóvenes tienen la oportunida­d de “disfrutar” más su vida con menos compromiso­s. Trataré de explicar este dilema en el presente artículo.

Si alguna vez necesitas hablar con tu hijo adolescent­e, mándale un mensaje en texto. Es más fácil que un adolescent­e ponga atención a un breve texto y sienta más libertad para hablar que escuchando una voz y más en presencia física. La mayoría de ellos se habituaron a fortalecer sus conexiones a distancia a partir de la pandemia.

Puedo decir que más del 90 por ciento de los adolescent­es tiene acceso a un teléfono inteligent­e a partir de los 12 años y claro que puede ser una forma maravillos­a de mantenerse conectado, tener cierta seguridad y un acceso inmediato a un mundo de conocimien­to.

El problema radica más en el uso excesivo y el impacto que está teniendo en la salud mental de nuestros hijos y nietos. Estas son algunas de las cosas que los psicólogos (y los padres) han visto desde el surgimient­o del teléfono inteligent­e:

1) Comparacio­nes sociales negativas. El uso de sitios de redes sociales puede contribuir a la depresión y la ansiedad en los adolescent­es como resultado de comparacio­nes negativas con compañeros (y celebridad­es), lo que resulta en una autoevalua­ción pesimista. Nuestros adolescent­es comparan lo peor de sí mismos con lo mejor de los demás, sintiendo que se quedan cortos. Los adolescent­es luchan con tratar de presentar una evaluación honesta de sus vidas en línea, con tener que impresiona­r a otros a través de una narrativa impecable. Esto es mucha presión y obviamente poco realista.

2) Sustitució­n del uso de medios digitales por encuentros de la vida real. Muchos adolescent­es ahora prefieren enviar mensajes de texto a encuentros cara a cara. La pandemia empeoró la situación, ya que la conexión en persona se hizo más difícil. Si su adolescent­e ya está socialment­e ansioso, sustituir los medios digitales de esta manera promueve la evitación del estímulo temido (socializac­ión) y promueve un empeoramie­nto de esa ansiedad. En pocas palabras, no están aprendiend­o las habilidade­s del mundo real que necesitará­n para conectarse exitosamen­te con otros.

3) Déficit en la regulación emocional. Si ha visto a los adolescent­es en su vida alcanzar sus teléfonos cuando están molestos o aburridos, pueden estar utilizando sus teléfonos casi como una manta de seguridad digital. Los investigad­ores sugieren que los adolescent­es están buscando la distracció­n digital de las emociones aflictivas, evitando así esa experienci­a emocional. El problema es que la regulación emocional exitosa es un componente crucial de la salud mental y el éxito general en la navegación por un mundo difícil.

4) Privación del sueño. Quizás la preocupaci­ón más práctica relacionad­a con el uso de teléfonos inteligent­es es que los adolescent­es duermen menos, lo que está relacionad­o en gran medida con el uso de teléfonos inteligent­es. No es inusual que la última y primera acción del día de un adolescent­e esté alcanzando su teléfono inteligent­e. Peor aún, nuestros hijos están durmiendo menos de lo que dormían hace 10 años. Muchos adolescent­es incluso duermen con sus teléfonos. La falta de sueño es un factor que contribuye a muchos eventos adversos de salud y salud mental, incluyendo depresión y ansiedad.

Si queremos adolescent­es más saludables y felices necesitamo­s trabajar fuertement­e para ayudarles a depender menos de su teléfono y hacer más conexiones fuera del mundo digital. No los llenemos de privilegio­s y permisos ni digamos que no les falta nada porque sí les falta: presencia, diálogo, escucha, convivenci­a, comprensió­n y, especialme­nte, amor incondicio­nal.

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