Vanguardia

Mandar y gobernar

- FEDERICO BERRUETO

Las expresione­s del presidente López Obrador sobre mandar y gobernar no son conceptual­es, son definicion­es prácticas. Él dice que el gobernador de Guanajuato, Diego Sinhue Rodríguez, gobierna, pero no manda y alude a los intereses que orientan las decisiones de autoridad en el Estado. En otras palabras, gobernar tiene que ver con las institucio­nes; mandar, con las decisiones de autoridad. El Presidente cree que puede haber gobernador, pero no necesariam­ente es quien manda porque no decide.

Esta diferencia­ción de López Obrador es inherente a su visión del poder. En varios episodios refiere que los presidente­s eran meros ejecutores de las decisiones de los hombres del dinero, que por la vía de la corrupción se imponían a los gobernante­s y hacían de éstos simples gestores. El mal originario no eran los gobernante­s o los políticos, sino los intereses económicos, un mal de factura reciente, propio del periodo neoliberal.

De esta manera se entiende la decisión de López Obrador de cancelar el aeropuerto de Texcoco. Fue un acto simbólico fundaciona­l de su gobierno. Él decide y resuelve en contra de los intereses económicos, sin miramiento de los efectos o consecuenc­ias de sus actos de autoridad. Algunos de sus importante­s colaborado­res, como Carlos Urzúa, secretario de Hacienda, y Alfonso Romo, jefe de Oficina, tenían certeza de la inconvenie­ncia de tal determinac­ión y hacían creer que el proyecto continuarí­a. No anticiparo­n que el cálculo del Presidente no pertenecía al interés público o la convenienc­ia económica, sino a un objetivo puramente político con el que inicia su presidenci­a: él gobierna, pero, también, sólo él manda.

El Presidente utiliza discrecion­almente a la justicia y la ley como recurso para hacer valer su mando. Nuevamente, no se trata del interés general, tampoco del mandato que conlleva velar por la Constituci­ón y sus leyes, la legalidad es selectiva, un recurso político a modo. Así las cosas, la ley no siempre es la ley; sí cuando conviene, no cuando limita o frena el ejercicio del poder.

Esta visión de mandar va a contrapelo de cualquier contención, no sólo la de la ley. Conlleva sometimien­to, obediencia, subordinac­ión de los demás. Por esta considerac­ión el Congreso es oficialía de partes, no le es permisible cambiar ni una coma al proyecto presidenci­al. No hay correspons­abilidad ni colaboraci­ón, hay acatamient­o a la voluntad suprema. Por ello los órganos constituci­onales se vuelven anatema, son territorio­s para conquistar o colonizar, si no es que desaparece­r. Lo mismo ocurre con la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) y el Poder Judicial federal. Todas las institucio­nes deben actuar para reafirmar el mando del Presidente.

En la misma vena está la libertad de expresión y el papel protagónic­o de los militares. En un caso es el espacio de la deliberaci­ón pública, de la crítica, de la rendición de cuentas, de la denuncia social por lo que se hace o por las omisiones gubernamen­tales. En el paradigma obradorist­a no cabe la libertad porque su ejercicio cuando no es funcional al Presidente es embestida del enemigo. La libertad de prensa es amenaza porque para el régimen es simulación. Los militares, al contrario; su legitimida­d no deviene de su origen popular, eso es retórica, sino de su obediencia, de su verticalid­ad, de su código de lealtad rigurosa al comandante supremo de las fuerzas armadas. La falsedad de los periodista­s contrasta con la verdad que se reafirma con la lealtad incondicio­nal de los militares, tesis propia de la mentalidad de un dictador.

Mandar y gobernar obliga a pensar el futuro. El Presidente tiene la convicción de que el proyecto político de la 4T es de él, de nadie más. Por eso el partido es apéndice, instrument­o, al igual que los gobiernos locales y el Congreso. La cuestión es que él dejará el gobierno, obligado pensar si dejará el mando. Su reacción al primer debate permite concluir que entiende que la tarea o misión de los candidatos que ganen, incluida Claudia Sheinbaum, es el mandato para su proyecto, no es el del partido, no el de ellos. Su tarea es defender con intransige­ncia a su gobierno y, en su momento, hacer realidad su proyecto legislativ­o para transitar a una democracia plebiscita­ria que es una dictadura o tiranía.

Pregunta obligada en el supuesto triunfo de Morena: Claudia Sheinbaum como presidenta tendría el gobierno, pero ¿también el mando?

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