Vanguardia

Voto, obligación, libertad

- CARLOS MANUEL VALDÉS

Todo indica que dos artículos míos anteriores ofendieron a no pocas personas. De entrada, declaro que no es mi costumbre ni la función de un periodista agraviar, mucho menos a un lector. Reclamaron que haya dicho que votaré por Claudia. Les ruego releerme para que vean que nunca dije eso, dije que ella va a ganar, y no soy vidente: tiene, al día de hoy, una intención de voto del 62 por ciento. Eso podría cambiar en el tiempo que falta para el gran día. Pero en el artículo eché flores a Xóchitl, a Máynez, y una pequeña crítica a AMLO, es todo. ¡Ah!, olvidaba, también critiqué a Rubén y a Riquelme.

Acaba de morir una ilustre y prolífica historiado­ra que dejó libros de gran calado: Pilar Gonzalbo Aizpuru, con 89 años y, en el que puede ser su último libro, “Hablando de Historia. Lo cotidiano, las costumbres, la cultura”, anotó: “¿Qué función han desempeñad­o los medios de comunicaci­ón en las relaciones entre lo público y lo privado? Pensando en nuestra historia: los 300 años de callar y obedecer, ¿han influido en actitudes de desinterés por lo público? ¿Cómo relacionar la vida cotidiana con la historia del poder?”.

Creo que cada quien tendrá su respuesta. Tengo una. En los últimos seis años dejé de leer a no pocos periodista­s, en parte porque con el título y las primeras líneas sabía de qué hablaría. Me pasó con Raymundo Riva Palacio, a quien admiré por años. ¿Para qué perder el tiempo si se sabe que hablará mal de AMLO? Seis años repitiendo lo mismo. Otros de menor calado lo imitaron. Siempre desayuno bebiendo café y leyendo el periódico, lo cual antes me tomaba casi una hora. Ahora lo “leo” en 15 minutos.

Regreso al principio: no me agradan las imposicion­es. Creo que es importante informarse sobre quién de los candidatos es mejor para México. Pero debo declarar que los insultos que recibí me dejan pasmado. Según esas cartas estoy propiciand­o el chavismo, apoyo el totalitari­smo, promuevo la dictadura. Y no, no puedo creerlo, y comento que ni siquiera me ofendí porque nada de eso encaja en mi cerebro. Estoy a favor de la democracia, pero no me ha tocado conocerla. Noventa años de PRI, decenios de PAN y de partidos que se dicen de izquierda, no me parecen demócratas.

Conocí y viví algo que va más lejos: la ultrademoc­racia. Cuando trabajé con los tojolabale­s y luego con los yaquis supe lo que es la participac­ión de la gente y sí, a veces me aburría demasiado: todos quería hablar, dar su opinión, aunque repitieran la que había dicho otro. Pero era cuestión de uso del tiempo: para ellos y ellas lo importante era “decir tu palabra”. Ultrademóc­ratas lo eran, pero luego no podían salir con que “no estoy de acuerdo”, porque la memoria de los indígenas era perfecta (casi es caracterís­tica de pueblos sin literatura).

Lo poco que entendí de mis ofensores es que quieren que todos votemos por Xóchitl. ¡Bien!, la cosa es que la ley me dice que el voto es personal, libre y secreto. Ya veré por quién voto; usted vote por ella (y por sus padrinos). Como saltillens­e puedo afirmar que la máxima promotora del voto ha sido María Herrera, y dígame que no, porque fui consejero local en el IFE de Woldenberg. ¿Era democracia? No, era corrupción. Y en Coahuila sí vivimos el chavismo un sexenio (también dígame que no).

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