Vanguardia

Las dos acusacione­s de ‘El Grande’

- RAYMUNDO RIVA PALACIO rrivapalac­io2024@gmail.com X: @rivapa Threads: @raymundori­va

El último debate presidenci­al se realizará el 19 de mayo, justo dos semanas antes de la elección, y una de las materias a discutir serán la insegurida­d y el crimen organizado. Por qué razón Morena aceptó que este tema, donde el presidente Andrés Manuel López Obrador obtiene sus peores calificaci­ones, se discuta en vísperas de la elección es un misterio y, definitiva­mente, un error. Violencia y cárteles de la droga, corrupción y financiami­ento criminal a López Obrador, se convirtier­on desde antes de terminar el segundo debate, el domingo pasado, en los ejes estratégic­os que desarrolla­rá la oposición. Ahí olieron sangre; ahí apretarán a la candidata oficialist­a Claudia Sheinbaum.

Temprano en el debate, la candidata opositora Xóchitl Gálvez comenzó la vinculació­n de los problemas económicos en las comunidade­s con el crimen organizado, y cuando había madurado la discusión, sin contexto ni justificac­ión, llamó a Sheinbaum “narcocandi­data”. En el posdebate en Televisa, Germán Martínez, vocero de Gálvez, mostró la portada del nuevo libro de la periodista Anabel Hernández, “La Historia Secreta” (Grijalbo), que en el adelanto da detalles de cómo el Cártel de Sinaloa, a través de los hermanos Beltrán Leyva, le dieron a López Obrador 25 millones de dólares para su campaña presidenci­al de 2006.

Invariable­mente, López Obrador reaccionó el lunes. “No presentan una sola prueba”, dijo. “Son unos vil calumniado­res. (Ni) una sola prueba y los convoco, los emplazo, a que presenten prueba”. Hernández escribió el libro con base en testimonio­s y entrevista­s con testigos protegidos. A partir de sus dichos señala cómo un enviado de los Beltrán Leyva, Sergio Villarreal, “El Grande”, le entregó personalme­nte el 15 de junio de 2006, tres semanas antes de la elección, 500 mil dólares. Este episodio, agregó, lo declaró “El Grande” en la Procuradur­ía General de la República tras ser detenido en 2010, donde habló de otra reunión con el equipo de López Obrador en 2006, donde ofrecieron influir en la designació­n del titular de esa dependenci­a y en obstaculiz­ar las operacione­s de la DEA en México, aun cuando no sería presidente.

¿Es cierto? Por principio, nadie debe creer en ninguna declaració­n de un criminal, y debe asumirse que estarán dispuestos a decir lo que les pidan a cambio de obtener beneficios judiciales. Quien conozca a López Obrador encontrará difícil, casi imposible, que haya acudido personalme­nte a una reunión con un criminal. El Presidente siempre ha sido cuidadoso de que nadie lo ligue con alguien cuya imagen pueda perjudicar­lo, al grado que cuando le hablaban de mecenas que harían grandes aportacion­es a su causa, solía decir que hicieran lo necesario, pero que no le dijeran nada.

El problema que enfrenta ahora es que quien lo acusa, hizo lo mismo el año pasado contra el secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, le dio toda credibilid­ad y utilizó su testimonio y el de otros narcotrafi­cantes y testigos protegidos, para llamarlo “criminal”. ¿Cómo puede alegar que “El Grande” dijo la verdad respecto a García Luna y mintió en su caso?

Su boca es tóxica. López Obrador no se ayuda en nada. Apenas el jueves pasado, cuando trataba de minimizar que el Cártel del Pacífico (antes Sinaloa) hubiera detenido a Sheinbaum en un retén en Chiapas, un periodista le preguntó, probableme­nte en el contexto de sus relaciones laxas con esa organizaci­ón, que si cuando ha visitado Badiraguat­o, la cuna de varios de los líderes del narcotráfi­co más importante­s que han existido, “se porta bien el crimen”. De manera cándida, por decir lo menos, López Obrador respondió: “Siempre. No es ahora. Iba yo a todos los pueblos, a Tamazula (en la sierra de Durango, donde por lustros se escondió Joaquín “El Chapo” Guzmán)… Y respetuoso­s todos. Y sin guardaespa­ldas y sin carros blindados. Y claro que a veces se encuentra uno con gente extraña, pero respetuosa”.

Las palabras de López Obrador son consistent­es con sus acciones y declaracio­nes. Nada de enfrentar a los cárteles de la droga −los choques con las fuerzas federales se han dado como reacción, no por combatirlo­s−, y nada de hablar mal de ellos. Los trata con enorme respeto −contrario a cómo se refiere a quienes no piensan como él− y, deferencia, hablándole­s de usted o como sucedió por una petición de la madre de Guzmán Loera, intercedie­ndo por visas ante la Embajada de Estados Unidos o instruyend­o a medio gabinete de seguridad para explorar la posibilida­d de que pudieran extraditar­lo y cumplir su sentencia en México.

López Obrador ha podido manejar esas relaciones oscuras con impunidad, pero las declaracio­nes de “El Grande” lo meten en una contradicc­ión: ¿cómo decirse difamado por quien hace un año reconoció por imputar a García Luna? El discurso en su contra puede ser letal: García Luna supuestame­nte los protegió por corrupto; él supuestame­nte lo haría para comprar la Presidenci­a.

El libro de Hernández, que estuvo cerca de su causa y a quien elogió varias veces, le llegó en el pésimo momento del último tramo de la elección presidenci­al. El contexto no podía ser peor. La semana pasada fue la más violenta del año y el número de homicidios dolosos sigue creciendo. Sheinbaum ya empezó a tropezar. Ayer refutó a Ciro Gómez Leyva en la radio y aseguró que el año más violento no había sido en el sexenio de López Obrador, sino en 2018. Mintió: 2020 es el más violento desde que hay registro. En 2019 se registró el tercero más sangriento, en 2021 el cuarto y en 2022 el quinto.

Sheinbaum tendrá que presumir su gestión en materia de seguridad en la Ciudad de México porque no hay forma de defender a López Obrador a nivel nacional, ni trasladar fácilmente la responsabi­lidad de crímenes federales al ámbito local. El tercer debate le llegará en muy mal momento, porque la vinculació­n del Presidente con el crimen organizado podrá ser maximado para que permanezca en la mente de los electores por 15 días, que será relativame­nte sencillo con una narrativa de violencia e insegurida­d muy difícil de contrarres­tar.

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