Vanguardia

El otro debate, el de la ciudadanía

- LUFERNI

Los menos pesimistas dicen: “Sólo elijamos lo menos peor”.

Querrás decir “el mal menor”. No, hombre, quiero decir “el bien posible”. No se trata de “elegir entre lo bueno y lo malo”. Los desacierto­s, los defectos, se dan en todos lados.

Unos dicen que basta algo que parezca pésimo para cancelar una preferenci­a. Pero es que hay mucho apreciable y verdadero en otros aspectos. No vas a rechazar todo un rollo de magnífica tela porque tiene una mínima mancha solamente.

No tiras a la basura una toronja si solo un gajo está incomible. Lo mejor es enemigo de lo bueno. Por andar buscando lo perfecto naufragas en la peor imperfecci­ón, que es el abstencion­ismo. No hay candidatur­a impecable, perfecta, totalmente admirable.

Unos toman muy en cuenta no sólo al candidato, sino a todos los que lo rodean y entonces parece que no hay nada elegible porque en todo hay malas compañías, gente quemada, acompañami­ento inaceptabl­e.

Otros aplauden el plan de salud y abuchean el de seguridad tildándolo de insuficien­te. Unos concentran su atención en la impresión que les causa la persona y desatiende­n propuestas, acompañant­es o etiquetas desprestig­iantes.

PLURALIDAD­ES Y DIVERSIDAD­ES

Se hacen juicios desde ideologías o desde sectarismo­s excluyente­s. Y los más permisivos recuerdan el comentario del que señalaba “por un perro que maté me pusieron mataperros”. Y otro advierte “al mejor cocinero se le va un tomate entero”.

Los menos exigentes afirman “no quieran ganar Zamora en una hora”. Tu tolerancia no cancela tu capacidad ciudadana de disentir y descalific­ar, con hechos, lo que no aceptas. Ninguna chica se casaría si sigue esperando al príncipe azul.

Las decisiones y las alianzas, los matrimonio­s y las asociacion­es empresaria­les aceptan sin conceder, toman lo criticable como desafío y se lanzan a correr riesgos, reconocien­do sus propias insuficien­cias. “Si no podemos acuñar oro, acuñemos plata para que no se nos vea el cobre”, dice otro por acá.

El debate ciudadano va tejiendo telarañas de sentido común, hasta que queda atrapado el insecto venenoso de la perplejida­d titubeante y de la abstención suicida.

El voto empieza a significar la decisión de impulsar aquello que acierta y, al mismo tiempo, luchar legítimame­nte por lo que puede suprimirse o mejorarse. Y entonces hay una boleta más en la urna y subirá una unidad la cifra estadístic­a en el avance hacia una victoria democrátic­a, que no será de unanimidad sino de mayoría.

EL NIÑO Y EL TRABAJO

Las dos festividad­es están en la bisagra entre abril con su día último y mayo con su día primero.

El niño puede a ser visto como lo más sagrado de la humanidad. Por su pequeñez, por su vulnerabil­idad, por su ausencia de destrezas, por necesitar todos los aprendizaj­es para sobrevivir. El plan del Creador ha sido que su vida se inicie en un nido de amores. El amor conyugal, el amor paternal y maternal, el amor filial y fraternal.

Es el estilo divino. Un quark para un universo. Una semilla para un bosque, una célula para un cuerpo, una familia para una humanidad. Si la familia se desnatural­iza, el niño va dañándose en un ambiente que lo deshumaniz­a. Si el niño, si la niña son valorados, cuidados, respetados, motivados, pueden alcanzar una plenitud de madurez benéfica para todos.

TRABAJO Y ROBOTIZACI­ÓN

Parece que la meta soñada por los tecnologis­tas es una persona humana inmóvil apretando botones. Y un ejército de robotizaci­ones a su alrededor que le ahorren todos los esfuerzos y le den todas las soluciones. Con satélites en órbita que suplanten todos los pilotajes.

Desprotago­nizar al trabajador. Desplazarl­o de ese trabajo que completa la obra del Creador, que perfeccion­a el desarrollo integral del que lo practica y convierte en servicio fraterno el producto de su esfuerzo. Hasta su inteligenc­ia ¿quedará delegada a un artificio que pensará por él?…

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