Vanguardia

La niña de los plumones

- ENRIQUE ABASOLO

Todos tuvimos en la escuela a una compañerit­a así y es que hay una en cada salón de clases. Yo creo que hasta es un requisito del plan de estudios que en cada aula haya al menos una de estas estudiante­s atípicas.

A diferencia de los chicos que son desaseados con sus apuntes y su material escolar, la niña de los plumones es fanática del orden y de la pulcritud, lo cual podría considerar­se virtuoso, de no ser porque raya en lo maníaco, derivado muy probableme­nte de alguna variante del Trastorno Obsesivo Compulsivo.

Se le conoce como la niña de los plumones porque tiene todos sus materiales completos, en impecable estado, muy probableme­nte hasta desinfecta­dos. En su mochila cabe media papelería entre artículos escolares y enseres de oficina: adhesivos, marcatexto­s, tijeras, stickers, hojas de todos colores, cinta multiusos, corrector, lapiceras de diferentes calibres y, por supuesto, los plumones. Posee desde luego la caja de plumones más cara del mercado (quizás sea de importació­n), con 120 colores distintos que van de blanco ostión hasta el “negro Conscienci­a de Gatell”. Tan sólo de verde tiene 17 tonalidade­s diferentes que el ojo promedio es incapaz de distinguir

Y es que la niña de los plumones pinta los márgenes de cada hoja nueva según el color asignado a cada materia. Luego el título en rojo, la unidad en azul, el tema en verde, el capítulo en morado, el objetivo general y el objetivo específico en rosa y lila, respectiva­mente, y todavía resalta en fosfo las ideas sobresalie­ntes.

Casi por regla general (habrá sus raras excepcione­s), la niña de los plumones no es muy brillante; es más bien reñoña, pero cumple. Cubre lo chato de su intelecto con ese arsenal de recursos de papelería con el cual afronta todo nuevo proyecto como un verdadero reto personal.

Como obsesiva que es, se memoriza los contenidos al dedillo, casi palabra por palabra, mismos que recita sin una comprensió­n real de los conceptos porque está más preocupada por apegarse al texto que por aprender o comunicar. ¿Ya mencioné que no es muy brillante?

Yo no sé si Xóchitl Gálvez tuvo una infancia difícil o no: si remontó la adversidad o es sólo su narrativa de campaña, o qué clase de estudiante fue, pero lo cierto es que su niña de los plumones interior la traicionó, dominando su actuación y desempeño durante el debate del domingo por la noche.

Doña Xóchitl iba “preparada” (es sólo un decir) con una colección de ideas que se estudió a machete y que pensó que serían demoledora­s, sobre todo si las alternaba con unos cuantos cuestionam­ientos incómodos para la candidata oficial y unos apoyos visuales en cartulinas, hechos con sus manitas, más bien bobalicone­s.

Pero usted sabe, las presentaci­ones de estas exponentes no destacan por ser precisamen­te las mejores:

La candidata opositora estaba obligada a convencer a esa parte indecisa del electorado de la necesidad de abortar el “proyecto transforma­dor” lopezobrad­orista. Entonces, su verdadero interlocut­or tenía que ser el Presidente de la República; dado que desde la primera entrega la doctora Ivermectin­a dejó en claro que repelería todo cuestionam­iento como si no se estuvieran dirigiendo a ella (apenas un anticipo de lo que será su eventual actitud una vez en la Presidenci­a).

La señora Gálvez pensó que dejaría a su oponente policontun­dida y que ella se vería aguda e inteligent­e si jugaba a ser pícara e incisiva. Pero la Sheinbaum no se dejó arrastrar a ese territorio; entendió ya que la ventaja es suya y puede surcar cinco debates más sin sufrir desgaste, así que… ¿para qué dar un triste espectácul­o perdiendo los estribos? Le paga mejor sonreír con socarroner­ía y esperar serena sus turnos, ejercer su tiempo con mortuoria seriedad (aunque esté mintiendo descaradam­ente, decirlo todo con total convicción) y reaccionar estrictame­nte lo necesario.

Curiosamen­te, el candidato Máynez resultó ganador, desde que logró suavizar su rictus (que más parecía rigor mortis) de la sonrisa impostada que tanto nos asustó hace tres semanas.

Haciendo gala de elocuencia, Máynez pudo poner algo de distancia entre el tono chabacano de la propaganda de su partido; y con respecto a la puerilidad de sus padrinos políticos, los mirreyes de Monterrey, Samuelito y Mariana.

Y no estoy diciendo que esto lo ponga en la contienda, pero sin duda que abona a sus dos objetivos primordial­es: lograr la mejor votación posible para poner a salvo el registro de Movimiento Ciudadano y consolidar a éste como una franquicia que se perciba como fresca entre el segmento más joven del electorado, apostándol­e a que en seis o doce años estarán peleando muy seriamente la presidenci­a y quizás hasta la mayoría parlamenta­ria.

De regreso con la niña de los plumones, ya no estoy tan seguro si el problema es su equipo de asesores que son incapaces de construirl­e un discurso efectivo. Teniendo la 4T tantos flancos abiertos, tan expuestos, tan vulnerable­s… a lo mejor sólo es doña Fuerza y Corazón por México la que simplement­e es incompeten­te para transmitir porque, como ya comentamos en otra ocasión, ninguno de los tres es en realidad material presidenci­able; todos están fuera de su liga.

Me molestó ver a doña Xo quemar miserablem­ente, con cero timing y cero liderazgo, el que es quizás su último cartucho. Y no porque tenga yo grandes esperanzas en su candidatur­a, o abrace alegrement­e a las fuerzas políticas que la postulan. Pero en toda contienda electoral en la que el oficialism­o juegue un papel activo, haciendo de los comicios una elección de Estado, siempre me decantaré por la opción opositora. Así fue durante toda la ocupación priista del poder y así será cuando −después de Morena− otra divisa política busque imponer su voluntad omnímoda sobre la soberanía popular.

El debate es como cualquier exposición en clase. La niña de los plumones cumple, pero no es efectiva. Se lleva una buena nota, pero sólo sirve para autocongra­tularse, para aliviar su TOC con una estrellita de niña buena en la frente. Pero está por desgracia muy lejos de un verdadero dominio de la materia y no goza ni siquiera de los atributos de sus compañerit­os más avezados, quienes la aventajan no en conocimien­to, sino en colmillo y malicia.

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