Why to VOGUE
Mucho más que un baile, el voguing es un testimonio de lucha SOCIAL que ha evolucionado a lo largo de más de un siglo. Esta es la REFLEXIÓN de alguien que lo vivió en los años 80 y lo ve resurgir ahora
Noviembre de 1984. El estudiante de origen cubano camina por un gélido Toronto intentando paliar el frío y la nostalgia. Es un fardo pesado llevar encima el olor de La Habana con todas sus esquinas espantadas, ese sol implacable y muchos rostros en una larga lista de añoranzas. La verdad, no tiene idea de por dónde anda. Su única meta es agotar la noche lo antes posible y, si se puede, aletargar la intrepidez de las hormonas... Desde el otro lado de una puerta verde, siente que le llama un tropel sincopado de golpes de bajo. Se deja llevar. Cruza la frontera de lo cuerdo y así, sin proponérselo, cambia el “cadereo” machorro del Caribe por una caótica mezcla de manos flamencas, pelvis de ébano sacadas del corazón de Harlem y la pátina blanca del kischt de cualquier sitio. Ese día, en la ciudad más insospechada y como el parto a destiempo de un ánimo derrotado, descubre sin dejo de titubeo adolescente que es rotundamente gay, decide arriesgarlo todo y lo reafirma con una serie de poses hieráticas y desafiantes: ¡está voguing!
El estilo de baile y expresión de reafirmación social que tipificó a la comunidad LGBTTTIQ en las décadas de 1980 y parte de los 90, fue una respuesta valiente y necesaria al haber sido víctimas durante siglos del más torcido abuso social, la denigrante tozudez maniquea y, simple y llanamente, de un crimen flagrante. Todo había comenzado mucho antes, en el Hamilton Lodge de Harlem, cuando en 1869 se celebró el primer baile de máscaras. “Una escena cuyo sabor celestial y color cerúleo jamás hubiera concebido ningún pintor angelical ni poeta edulcorado”, escribían Charles Ford y Parker Tyler. Para burlar a policías y beatos de todas las denominaciones, las parejas del mismo sexo se disfrazaban hasta hacerse irreconocibles y bailaban una fusión de jazz y vals. Por aquellos enhiestos días en los que las apariencias eran todo, los voguers desfilaban su arte de parecer heterosexuales disfrazados de mujer, mientras asumían una gestualidad estatuaria para lucir alevosamente fabulosos.
Las pomposas fiestas del Queer Harlem evolucionaron hasta convertirse en una suerte de carnaval, en el que grupos rivales competían ferozmente por ser el más extravagante y creativo. Para cuando llegaron los años 80 y 90, y por un conspicuo video llevando el fenómeno a su grado más superlativo de estilización, la cultura del vo- guing cruzó el Atlántico, primero a París y luego al resto de Europa. A estas alturas, aunque todos son parte del festín, los bailarines estrellas y figuras más polarizantes tienen formación danzaria académica y se asesoran de estilistas y artistas plásticos para crear su imagen. Pero eso no los hace menos auténticos. Lo que importa es el contexto, vivir la energía de un momento en el que nada te reprime ni limita. Hablar a puro gesto es algo que nadie puede coartarle a su prójimo.
Hoy, la cultura voguing es un fenómeno global y de redes sociales, con sus yaaas, shade y werq. Las marcas del universo del lujo se involucran en eventos que apoyan a la comunidad LGBTTTIQ, modelos y actrices trans están en el centro de la admiración de la voluble iconografía popular... Sin embargo, en muchos sitios gays y lesbianas son condenados a prisión y apedreados. En Estados Unidos siguen asesinando a personas transgénero. Hace pocas semanas, cuatro jóvenes que no pasan de los 18 años de edad golpearon salvajemente a una pareja gay en South Beach. En Moscú, tras toda la parafernalia futbolística, gays, lesbianas y trans son arrestados, torturados y asesinados. En tu misma colonia, ese vecino o vecina son mirados con recelo y disgusto por más de uno que proyecta en ellos su incapacidad de amar.
Junio de 2018. Un hombre de 57 años, en cualquier parte verde. del mundo, se percata de que más de tres décadas después, aún se necesita un llamado poderoso desde el lado libre de la puerta verde.