VOGUE (México)

La verdadera PASIÓN de Yves

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Hace diez años, nos dejaba el último DISEÑADOR que se planteaba la moda

no como un negocio, sino como un arte. Yves Saint Laurent conoció el paraíso de la creación, pero también el infierno de la

autodestru­cción. Porque para ser un genio hay que ser ángel y DEMONIO

El origen de la maison de Yves Saint Laurent tiene mucho que ver con el sexo. Con el buen sexo. Tal y como recordaba en una de sus últimas entrevista­s Pierre Bergé, su viudo y compañero de vida durante medio siglo, con solo 25 años Yves le hizo una petición desesperad­a. Era el año 1960 y el diseñador se recuperaba de una crisis nerviosa —la primera de muchas—, provocada por su ingreso en el ejército, pero también por su despido de la casa de modas más famosa del mundo, en el psiquiátri­co de Val-de-Grâce, donde le sometieron a una durísima terapia de electrocho­que. “Vamos a crear una casa de Alta Costura más grande que Dior. Yo diseñaré y tú la dirigirás”, le dijo. Bergé no pudo negarse. “Llevábamos dos años viviendo juntos. Nuestra relación era muy fuerte, con una sexualidad muy intensa. El sexo era nuestro centro de gravedad. No tenía ni idea de cómo se montaba un negocio de moda y no tenía un franco, pero el amor es así”.

Ese mismo año fundó la casa de modas que lo convirtió en una leyenda con el apoyo incondicio­nal de su amante y mentor. Su primera colección, Ligne Trapéze, fue un éxito y sentó las bases de lo que sería su trayectori­a, imponiendo el prêt-à-porter, el esmoquin, la sahariana, la túnica o el vestido Mondrian; además, rompió moldes cuando subió por primera vez a una pasarela de Alta Costura a una modelo negra, Mounia, nacida en Martinica, que se convirtió en su musa.

En aquella época su relación con Pierre Bergé, aunque con altibajos, seguía siendo la de una pareja más allá de los negocios. En 1976, sin embargo, decidieron romper, aunque siguieron viviendo en la misma casa de la rue de Babylon. Esa década, la de los años 70, estuvo llena de luces y sombras. La inauguró posando desnudo para promociona­r su eau de toilette pour homme

Rive Gauche, que sacó a la venta en 1971. En aquella época, era asiduo de alguno de los clubes y discotecas de moda más fuertes de París, como el 7, en la Rue Sainte-Anne, abierto por Fabrice Emaer, donde se mezclaba lo mejor y lo peor de la bohemia parisina: ricos y pobres, artistas y delincuent­es, aristócrat­as y prostituto­s… El único requisito para entrar era ser alguien especial. Yves Saint Laurent lo era y Jacques de Bacher, también.

Este joven dandy de origen aristocrát­ico, que fue pareja de Karl Lagerfeld durante 18 años, conquistó al diseñador y lo introdujo en el mundo de la noche más salvaje. “Cuando era joven, era un diablo con el rostro de Greta Garbo. Era lo contrario a mí. También era imposible y despreciab­le. Era perfecto: el francés más distinguid­o que he conocido”, recuerda Karl Lagerfeld en el libro Jacques de

Bascher, dandy de l’ombre (Séguier), escrito por Marie Ottavi. Un personaje que parecía escapado de las páginas de Sodoma y Gomorra, de Marcel Proust, capaz de provocar, en palabras del káiser, “casos increíbles de celos”, como los que dividieron al universo de la moda parisina en dos bandos: los amigos de Saint Laurent y, en el otro frente, los de Lagerfeld.

Con de Bascher, el diseñador conoció el ambiente más sórdido de los clubes de sexo de Nueva York, como el Mineshaft, donde se filmó Cruising, al que iban tanto amos vestidos de cuero como celebridad­es como Mick Jagger, el bailarín Rudolf Nureyev, el director de cine Rainer Werner Fassbinder o el filósofo Michel Foucault. Todos buscaban lo mismo: el placer. En esta década Yves Saint Laurent lanzó Opium y presentó una de sus coleccione­s más legendaria­s, Óperas y

ballets rusos, inspirada en el vestuario diseñado para la compañía de Diáguilev por Leon Bakst.

En los años 80 logró el reconocimi­ento definitivo al convertirs­e en el primer diseñador vivo al que el Metropolit­an Museum de Nueva York dedicaba una retrospect­iva, comisariad­a por Diana Vreeland, quien dijo: “Chanel y Dior era gigantes, pero Saint Laurent es un genio”. El resto es historia: llegó a la década de los 90 con la categoría de clásico, pero ya nada era igual. Los grandes grupos de inversión habían entrado en la moda para convertirl­a en un negocio. En 1999, el grupo Gucci —hoy Kering— compró la

maison y tres años después, en 2002, el maestro anunció su retirada. Para él la moda ya no era un arte, sino un negocio donde solo importaban los beneficios, “como si fuese hacer cortinas para ventanas”. El 1 de junio de 2008, Yves decidió

dobladillo­s.·JAVIER que, si había que hacer cortinas, lo haría en el paraíso, al lado de Dior… Que segurament­e le cosería los QUESADA

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