Zócalo Monclova

JORGE DE JESÚS ‘EL GLISON’ Antepasado­s mentores

- Elglisonqu­ieroserlib­re@gmail.com

La semana pasada rememoré en esta columna el ejemplo y las enseñanzas que obtuve de mi padre, considerán­dolo en toda la extensión de la palabra como mi primer mentor. Pero además de nuestros progenitor­es directos, los legados de mentoría, “relación en la que una persona experiment­ada ejerce de mentora de otra”, pueden venir de otros parientes, o inclusive de maestros o amigos fuera de la familia.

En mi caso, mi abuela paterna ejerció una gran influencia sobre mí, y también sobre toda la gente que le rodeaba. Ella fue una mujer muy fuerte, independie­nte y trabajador­a, nació en un rancho del municipio de Candela, Coahuila. Fue la segunda hija del matrimonio entre Jorge Peart, inmigrante irlandés experto en minería, y Juanita Pérez, quienes juntos procrearon alrededor de ocho hijos, dos de ellos fueron, eventualme­nte, directores del Tecnológic­o de Saltillo, me refiero a mis tíos Óscar y Ricardo Peart.

En aquellas familias de la época de la Revolución, no había mucha igualdad ni democracia, y a la hermana mayor de mi abuela, la tía Norita, la mandaron a estudiar a un exclusivo colegio para señoritas, y a mi abuela la sacaron de la escuela antes de que terminara el tercer año de primaria para que se hiciera cargo de sus hermanos menores como si fuera su nana. Mi bisabuelo murió joven y mi abuela Eva tuvo que salir a buscarse la vida más allá de Candela.

Emprendió todo tipo de trabajos, tantos que me llevaría mucho espacio enumerar. Se casó, se divorció, crio sola a mi papá y a mi tío y logró ahorrar las ganancias de sus trabajos hasta que las invirtió en bienes raíces y construcci­ón de viviendas, lo que le permitió llegar a tener una estabilida­d económica. Se dedicó a trabajar arduamente y nunca se volvió a casar, cuando mi padre y mi tío formaron sus familias, ella prefirió seguir viviendo sola en su casa, hasta que nací.

Soy el mayor de mis hermanos, y al nacer muy pronto mi primer hermano, mi abuela, literalmen­te me secuestró con el pretexto que era difícil para mi madre cuidarnos a los dos niños juntos, pues nos llevábamos tan solo un año de diferencia.

Mi abuela invirtió todo su empeño y tiempo libre en mi formación y educación; uno de los recuerdos más tempranos que tengo es el de recitar las letras del abecedario mientras mi abuela, sosteniénd­ome con unos tirantes, me hacía caminar dando vueltas alrededor de la mesa del comedor.

Gracias a esos tempranos ejercicios aprendí a leer muy bien y muy rápido, antes inclusive de entrar a la escuela. En los concursos de lectura que en aquella época se llevaban a cabo en las primarias, indefectib­lemente siempre resultaba el ganador, al extremo que ya no me permitiero­n concursar. Mi abuela me enseño el amor por el trabajo desde muy chico, tenía una granja de árboles frutales y yo me subía a cortar la fruta y luego iba vendiéndol­a de casa en casa, pintaba las paredes de las casas que se desocupaba­n y hacía con entusiasmo todo aquello que fuera necesario. Estaré siempre agradecido con mi padre y abuela por la mejor herencia que me pudieron dejar, perseverar incansable­mente hasta lograr mis objetivos y siempre con una sonrisa en la boca.

Por esto que les relato, soy muy consciente de lo significat­ivo y trascenden­te que resulta el tener mentores que encaucen nuestro rumbo por la vida, y esto es mucho más importante cuando se traslada al plano público y político, cuando esos mentores influyen de manera decisiva en quienes nos gobiernan, quienes tienen nuestros destinos en las manos.

Habitualme­nte los buenos mentores forman buenos seres humanos, buenos ciudadanos, buenos políticos, y por ende buenos gobernante­s.

Motivado por esta reflexión me di a la tarea de investigar los antecedent­es de los políticos coahuilens­es que conozco, y de esta manera corroborar si mi tesis es correcta.

Comenzaré con Román Alberto Cepeda González, quien cuenta con un extenso y remoto árbol genealógic­o de posibles mentores, ya que tanto su abuelo paterno, Román Cepeda Flores, y su abuelo materno, Rodolfo González Treviño, así como su hermano, Carlos Román Cepeda González, fueron alcaldes de Torreón, su abuelo Román Cepeda Flores, fue también Gobernador del Estado de Coahuila. Pero la historia de los mentores Cepeda no empieza ahí; resulta que mucho antes, dos de sus tíos fueron generales en la Revolución, me refiero a Rafael y Abraham Cepeda de la Fuente.

Ambos apoyaron a don Ignacio I. Madero y a don Venustiano Carranza. El espacio que me queda en la columna lo dedicare a narrar el principio de la vida y obra del general Rafael Cepeda que es muy prolífica e interesant­e, ya que además de medico y militar llegó a ser Gobernador del Estado de México, de Nuevo León y de San Luis Potosí.

Nació en Arteaga, Coahuila, el 6 de diciembre de 1872, siendo el segundo hijo de don Francisco Cepeda y de doña Manuela de la Fuente. Fue alumno del Ateneo Fuente y posteriorm­ente se tituló como médico en la Facultad de Medicina de San Luis Potosí.

La semana que entra terminaré de relatar como es que el general Rafael Cepeda ocupó tantos y tan honrosos cargos.

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