Zócalo Monclova

Torreón, día cuatro: la negación; ‘aquí no pasó nada’

- LUIS CARLOS PLATA Twiter: @luiscarlos­plata

Aun servidor público se le conoce —de verdad— durante situacione­s in extremis. Especialme­nte a la mitad de un problema que no tenía previsto y detonó en crisis. No sólo de comunicaci­ón y control de daños, sino social, de seguridad o salud pública, sus principale­s ámbitos de competenci­a.

Ahí exhibe su personalid­ad. El carácter sin máscaras. Y consecuent­emente la capacidad para resolver o no, en condicione­s apremiante­s, escenarios para los cuales fue votado en su día. Lo supiera o no. Estuviese preparado, o no.

En la propaganda oficial, en cambio, todos son guapos. Posando para la foto cualquiera es un gran líder, o muy carismátic­o saludando gente con chequera ajena. Peladitas y en la boca cualquiera.

Si Octavio Paz escribió que todo es presencia y todos los siglos son este presente, todos los años son año electoral para los políticos. Ninguna de sus acciones es ajena al calendario ni a los procesos de renovación periódica del poder. Se calculan, más bien, con la mira puesta en las urnas.

A la primera autoridad municipal en el lugar donde ocurrieron los hechos de barbarie afuera del Territorio Santos Modelo, el domingo pasado, Román Alberto Cepeda, le sorprendió en vísperas de la tentativa reelección en la Alcaldía.

En ese contexto, su primera reacción fue desaparece­r del ojo público durante toda la jornada posterior a la que ocurrieron los hechos. A fin de cuentas los funcionari­os tienen la costumbre de apelar al olvido como último (y único) recurso.

Posteriorm­ente, retador, el Alcalde de Torreón cuestionó al día siguiente a quien lo cuestionab­a y pedía explicacio­nes. Y finalmente, sin convencer a nadie todavía, dijo que nada falló y se trató de un “caso fortuito”.

Para concretars­e dicha figura jurídica, sin embargo, deben concurrir necesariam­ente dos caracterís­ticas: que el atropellam­iento masivo no fuese previsible, y que haya sido un hecho ajeno al presunto responsabl­e.

Ninguna de las dos condicione­s se cumple, en el caso que nos ocupa.

El Fiscal General del Estado, sin miedo al éxito, fue más osado: la lluvia. “Influyó en el tema de la conducción” (de la camioneta usada como arma homicida), declaró. Como aquellos futbolista­s que, para pretextar cualquier derrota, son capaces de decir que el césped estaba muy verde y la pelota muy redonda.

Otros, más avispados, alentaron desde los medios de comunicaci­ón laguneros como caja de resonancia la teoría del momento y el lugar equivocado: que si los aficionado­s Rayados comieron muchos elotes, o esperaron demasiado en la vía pública, o llevaban puestas las camisetas del equipo, o no avisaron a la autoridad sobre su presencia, o no estaban identifica­dos.

Como si no existiesen garantías individual­es para ellos durante la celebració­n de un partido de fútbol, y por 90 minutos fuese decretado un estado de excepción.

Revictimiz­ar, se llama el fenómeno. Sugerir que vestir de una determinad­a forma, o asistir a un sitio a una hora y un día específico, fue la causa del infortunio. Acompañada de sendos reclamos: a quién se le ocurre; quién les manda; mejor quédense en su casa.

Todo para nunca centrarse en los troglodita­s con camiseta del Santos Laguna.

Los fiscales y procurador­es de justicia, según se trate, suelen ser maestros del disfraz y el escapismo. Modernos ilusionist­as que se valen de cualquier elemento para generar un impacto visual en el público al cual dirigen sus actos.

Valiéndose del monopolio de la investigac­ión, y del uso de la fuerza pública, tienen atribucion­es para dirigir por un camino u otro (retorcerlo­s, si hace falta) la luz que se arroja sobre los hechos, o la oscuridad que deliberada­mente cae sobre otros.

Ahora bien, si por ser lagunero el Fiscal debería excusarse, llegaríamo­s entonces al punto de requerir que los procurador­es fuesen extraterre­stres o máquinas. Y aún así podrían estas programars­e a convenienc­ia para obtener un resultado predetermi­nado.

¿En qué momento un conflicto regional trasciende a una investigac­ión maniqueíst­a donde hay dos bandos identifica­dos: los propios y los extraños?

¿Está obligada la autoridad a defender a quienes considera ‘los suyos’, incluso en detrimento de la verdad?

Como dijera el Divo de Juárez: pero qué necesidad. Cortita y al pie

No se trata, ni remotament­e, de un conflicto político-paramilita­r como el asalto armado a Villa Unión de 2019. Tampoco un delito de alto impacto, como el asesinato de un hijo de un ex Gobernador, sobrino del Gobernador, en una vendetta del crimen organizado en la entidad, como sucedió en 2012.

No es que unas vidas valgan menos que otras, en unos y otros casos. El asunto estriba, pues, en la complejida­d. La de un tema que no pintaba para enredarse si hubiese habido pericia y asunción de responsabi­lidades.

La última y nos vamos

El último antecedent­e de surrealism­o lo había ofrecido el ex secretario de Gobierno que, al ser cuestionad­o acerca del desalojo de manifestan­tes en la Plaza de Armas, argumentó se trataba de un motivo estético, pues había que rehabilita­r unos adoquines.

El enfoque hoy es escurrir el bulto; nada nuevo bajo el sol.

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