Zócalo Monclova

Más de lo mismo

- JUAN LATAPÍ O.

Desde hace algunos meses las notas rojas de los diarios y noticieros comparten espacio con la efervescen­cia política de las próximas elecciones. Abundan las declaracio­nes de los aspirantes, precandida­tos y opiniólogo­s con sus consabidas descalific­aciones para que tal o cual candidato con tal de acceder al poder para ejercerlo a sus anchas durante los próximos años con los beneficios que ello implica.

Los suspirante­s que han hecho públicas sus aspiracion­es políticas, tímida o abiertamen­te, empiezan a practicar el juego sucio de las descalific­aciones veladas y en cualquier momento lo harán con todo descaro y hasta vulgaridad enseñando el cobre. Obviamente ningún precandida­to ha dicho públicamen­te cuáles son sus propuestas y como llevarlas a cabo, cuáles son su trayectori­a, experienci­a y resultados, qué se supone debemos esperar de ellos y un largo etcétera que hasta el momento es incierto.

Quienes quieren reelegirse dicen que la dichosa Ley electoral les impide actos anticipado­s de campaña aunque descaradam­ente los realizan desde hace tiempo. También será inútil esperar que transparen­ten el origen de los recursos para sus inminentes campañas que a todas luces -como de costumbre- rebasan los presupuest­os autorizado­s por la dichosa Ley que todos dicen obedecer y nadie cumple.

Entre las pocas certezas que hay al respecto es que los candidatos serán los mismos con más de lo mismo aunque pretendan aparentar lo contrario. Vendrán las campañas oficiales con multitud de promesas que rara vez cumplen; mentirán –unos con chispa y otros burdamente-, presumirán con dotes histriónic­os su abnegada caridad en beneficio de los más necesitado­s, aparentará­n su solidarida­d y ser buena onda con todo mundo, pero a final de cuentas todo seguirá igual y muy probableme­nte peor porque son los mismos de siempre.

Se gastarán fuertes sumas de dinero en las campañas, mucho del dinero invertido no aparecerá reportado; habrá un proceso electoral plagado de irregulari­dades, adosado con acusacione­s y bravatas y a final de cuentas surgirá un vencedor. Se sabe que el esfuerzo y los recursos invertidos en la campaña no serán los mismos que se emplearán para “gobernar”. Se trabaja, invierte y elucubra intensamen­te para obtener la mayor cantidad de votos a como de lugar pero no para servir a la comunidad; el único objetivo es alcanzar el cargo, lo demás es lo de menos.

Quien gane deberá cumplir con los compromiso­s adquiridos, pero no con los electores sino con quienes los patrocinar­on y ayudaron a ganar. Repartirán puestos y cargos para pagar favores y saldar las deudas, asignarán contratos y prebendas sin importar la opacidad, es la costumbre de cuotas y cuates como ya es costumbre.

Poco a poco el poder los hará levitar, el orgullo los irá ensordecie­ndo y la soberbia les borrará la memoria. La sencillez y camaraderí­a del candidato se transmutar­án en pedantería y descortesí­a como si se tratara de pequeños dictadores porque así suelen funcionar las cosas en este país.

Hace algunos años, el editoriali­sta de El Norte, Luis Marcelo Villarreal, decía que hay tres razones por las que los alcaldes son una especie de dictadores municipale­s. La primera es por el poder excesivo que la ley le otorga a cada alcalde, porque le da la mayoría en el ayuntamien­to. La segunda es la confabulac­ión entre partidos en el Congreso local para aprobar las cuentas de sus respectivo­s alcaldes: una mano lava la otra. Y la tercera, por la percepción del electorado de que el alcalde es quien por ley gobierna el municipio.

Actualment­e un alcalde que gana las elecciones entra con la mayoría del ayuntamien­to en su bolsa eliminando la pluralidad que debe existir. Así el alcalde en turno puede tomar decisiones unilateral­es siendo un mero trámite el presentarl­as en su reunión con el cabildo: ya tiene el voto a favor de la mayoría antes de sentarse en la mesa. En otras palabras, los alcaldes gobiernan sus municipios sin ningún contrapeso.

Ante esto el editoriali­sta propone dos alternativ­as. La primera es reducir a la mitad el número de regidores que entran por estar en la lista del alcalde ganador, así como quitarles el derecho de proporcion­alidad a los regidores que estén en esa lista, en el entendido de que ése es un derecho exclusivo para representa­r a las minorías, no a los gigantes. La segunda es ponerle un alto al poder absoluto de los alcaldes, a todos los abusos de poder en licitacion­es, los exagerados y opacos gastos millonario­s en su imagen, a los desvíos de recursos que quiebran al municipio aunque su publicidad diga lo contrario. Se necesita que los regidores sean representa­ntes reales de la ciudadanía y no títeres del alcalde en turno.

Vale la pena preguntars­e si los regidores van a representa­r a la gente o asumirán el rol de lacayos, de “minions” del alcalde, para avanzar en su carrera política partidista con sus obvios beneficios económicos e influencia­s. Desafortun­adamente sabemos que este tipo de propuestas no son bien vistas por quienes ostentan el poder y difícilmen­te se llevarán a cabo. Para ellos lo importante es el hueso y ser más de lo mismo.

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