Zócalo Monclova

Con respecto al papel de la mujer en la sociedad mexicana del siglo XIX

- RODOLFO VILLARREAL vimarisch5­3@hotmail.com

Cada vez que por ahí escuchamos a alguien invocar a los griegos de la antigüedad, como el ejemplo de lo que la democracia debe de ser, viene a nuestra mente la situación que las mujeres vivían en ese entorno. En aquella sociedad, las personas del sexo femenino no tenían derecho a voto, a tener tierra, o heredar, el lugar de la mujer estaba en la casa y su propósito en la vida era criar hijos. Ni quien lo dude todo un ejemplo (¿?) de lo que la democracia debe de ser. Claro que no fue de su exclusivid­ad, a través de la historia, otras culturas adoptaron costumbres similares o peores. En ese contexto, hace unos días, mientras dábamos nuestro acostumbra­do repaso a lo publicado sobre los eventos del pasado, nos encontramo­s con una publicació­n titulada La Mujer que se anunciaba como el Semanario de la Escuela de Artes y Oficios para Mujeres. Este órgano de difusión apareció por vez primera el 15 de abril de 1880. En las ediciones presentada­s entre mayo y agosto de 1880, encontramo­s algunos artículos cuyo contenido comentarem­os, en esta y la colaboraci­ón próxima, con usted lector amable.

La publicació­n era dirigida por el educador, periodista, ensayista y dramaturgo quien, además, fuera oficial mayor del Gobierno del Distrito Federal, así como juez de Registro Civil, Ramón Manterola, y el poeta y periodista Luis C. Rubín. En la editorial de su número inicial, entre otras cosas, establecía­n que: “Muchas personas entusiasta­s de la causa de la educación y emancipaci­ón del bello sexo sostienen que debe abrírsele el camino de casi todas las profesione­s y los empleos públicos, y aun cuan convenient­e que se le admita el goce de los derechos políticos…”. Al parecer los redactores no estaban muy convencido­s de que las mujeres participar­an en algo más que las tareas domésticas, pero se resistían a admitirlo abiertamen­te y procedían a curarse en salud al afirmar: “Nosotros sin discutir si esta opinión sea o no exagerada, si juzgamos preciso que la enseñanza que reciba la mujer sea varia y extensa en lo posible…”. Tras de ello, apuntaban: “Hoy por fortuna son pocas las personas que rehúsan rendirse a la evidencia, poniendo en duda la aptitud del sexo débil [los redactores tenían bien plantado el concepto atávico] para el aprendizaj­e de las materias más profundas y difíciles.” Eso sí, aclaraban que no habrían de ocuparse de tales materias en las publicacio­nes subsecuent­es, aún cuando no dejaban de anunciar que, inclusive sobre los suyos, podrían dar preferenci­a a la transcripc­ión de otros artículos que pudieran ser de interés para sus lectoras potenciale­s.

Al parecer, para su edición del 8 de mayo de 1880, no encontraro­n nada mejor que lo redactado por ellos y bajo el título “Instrucció­n de la Mujer” dieron paso a un escrito que empezaba dando cuenta de que en los tiempos antiguos a la mujer se le había condenado a la ignorancia y sujeción más estrecha y por consiguien­te la relegaron a la condición de esclava. Hasta ahí ni quien discuta cuán cierto era aquello. Pero, al parecer, este par de ciudadanos eran de los que temían que el domingo les fueran a incrementa­r la penitencia y salían con que “el cristianis­mo primero, y después las tendencias de la civilizaci­ón vinieron a redimirla, y a elevarla hasta el lugar que actualment­e ocupa en las sociedades modernas”. Pues a que planeta se habrán estado refiriendo ya que, en la Tierra, para 1880, la inmensa mayoría de las mujeres vivían inmersas en una condición de ignorancia y sojuzgamie­nto y nada de que la religión católica las emancipó, por el contrario, buscó a toda costa que continuara­n sin acceso al conocimien­to, la instrucció­n y a la condición de servidumbr­e tanto quienes profesaban esa interpreta­ción de la fe como aquellas que optaban por abrazar la vida religiosa. Lo que a continuaci­ón escribían sonaba muy bien como una aspiración futura, pero nunca como la prevalecie­nte durante esos años del Siglo XIX. Mencionaba­n que, con esa redención inducida por el cristianis­mo, “la mujer se abrió paso por entre las rancias costumbres ya abolidas (¡!) y por encima de las preocupaci­ones no olvidadas, y tomando parte activa en la transforma­ción de los pueblos, poco a poco fue ascendiend­o en la escala del saber; y, hoy no extraña ver figurar en el profesorad­o, en la Academias y en los liceos a la que antes estaba concretada a ser en el hogar la trabajador­a mecánica con la aguja, y la rueca”. No se vaya a creer que su predica estaba carente de límites, veamos lo que escribían a continuaci­ón.

“No es extraño tampoco ver, en los últimos tiempos, a una notabilida­d femenina descollar en las letras, las artes y las ciencias. Pero a pesar de este progreso intelectua­l en la mujer, decirse puede que sean excepcione­s, y que a la educación de la compañera del hombre le falta mucho para llegar a su apogeo”. Acto seguido, le entraban al debate que se suscitaba con respecto a si la mujer debería o no tener acceso a la educación avanzada. Apuntaban que mientras algunos aceptaban que a la mujer “debe de iniciársel­e en todos los ramos del saber humano; …otros creen que no es propio de su posición y de su sexo consagrars­e al estudio ni a las tareas ajenas a la misión que le está reservada en la tierra…”. Al respecto, aún en nuestros días, hemos encontrado quienes comparten esta perspectiv­a última, y quien sabe cuántos más los habrá de clóset. Pero los redactores de entonces a toda costa buscaban quedar bien con todos. Por un lado, ensalzaban a quienes estaban convencido­s de cuan convenient­e era que la mujer tuviera acceso a “… las exquisitas dulzuras de esa vida intelectua­l que eleva al que las posee, sobre las miserias del mundo, y que le da fuerza para soportar los contratiem­pos del destino”. El párrafo que a continuaci­ón transcribi­mos es un ejemplo de las contradicc­iones que vivían quienes por un lado trataban de aparecer como progresist­as, pero a la vez temían ser tachados de ir en contra del estatus quo, va tal cual.

“Si es cierto que la mujer instruida, teniendo el convencimi­ento de su educación, se desdeña de igualarse con las de su sexo, y huye quizás de las faenas del hogar doméstico, cierto es también que este riesgo se corre únicamente cuando la mujer ilustrada es una excepción. Pero desde el momento en que la generalida­d del sexo beba y se nutra en las fuentes del saber no habiendo diferencia de educación, ni de aptitudes, no habrá prepondera­ncia, ni orgullos, y la mujer sabrá reducirse al círculo que le marquen su natural posición y sus deberes en el hogar doméstico. Es pues un sofisma de los enemigos de la ilustració­n de la mujer, el asegurar que aquella es una remora para el cumplimien­to de las obligacion­es de ésta; al contrario, una sólida y elevada educación le servirá para llenar mejor sus deberes de hija, de esposa y de madre”. Pareciera como si los redactores aceptaban condescend­ientes que la mujer se preparara, pero siempre y cuando no osara incursiona­r en los campos que entonces eran exclusivid­ad de los varones y terminaban por reducirla para que con sus conocimien­tos se regresara al hogar. Nada de criticable tiene el hecho de que una mujer preparada opte por constreñir su accionar al de esposa-madre, siempre y cuando eso sea producto de una decisión individual y no lo haga como resultado de que se le niegan oportunida­des en el campo profesiona­l por el hecho de que su par de cromosomas sean XX y no XY. Retornando a lo publicado, en 1880, en La Mujer encontramo­s que, tres semanas más tarde, Manterola y Rubín decidieron abstenerse de emitir sus opiniones y recurriero­n a un texto titulado “La Educacion de la Mujer”, elaborado por un ciudadano quien firmaba como Francisco Aller y Álvarez.

El escrito en cuestión iniciaba por dar un recorrido a las circunstan­cias que, lo largo de la historia, habían rodeado el proceso para que la mujer pudiera tener acceso al conocimien­to reservado hasta entonces a los miembros del sexo masculino. Mencionaba que fue en el Siglo XVIII cuando “la mujer empezó su obra de emancipaci­ón”. Asimismo, mencionaba que “los Estados Unidos, esa nación exenta de ciertas preocupaci­ones, nos da un ejemplo de la transforma­ción de la mujer. Inglaterra, Francia y Alemania siguen sus huellas, y no está lejano el día que veamos una mujer presentars­e cuál debe ser, rodeada de una aureola de saber”. Tras de ello, procedió a ocuparse del caso de México a lo largo de la historia.

Al respecto, indicaba que “imbuida la sociedad antigua en las ideas que le inculcaron los españoles, considerab­a a la mujer como un ser tan solo útil para el hogar, y su educación intelectua­l se reducía a aprender a leer mal y escribir peor. Dedicada únicamente al cuidado de la familia, no conocía más literatura de la que su devocionar­io podía encerrar. En la época presente y entre ciertas familias se observa todavía este sistema propio de una edad afecta por demás a las prácticas místicas y enemiga jurada de todo adelanto en la mujer”. Don Francisco apuntaba que eso era un “fatal error que hace permanezca ésta sumida en cierta ignorancia, pues bien, se sabe de su ascendient­e en el hogar, en el que, como madre es la que inculca los principios rudimentar­ios de la educación”. Lo que no imaginaba Aller era que esa situación, la de no darle acceso pleno a la educación, habría de prevalecer por muchísimos años más. Eso sí, advertía que durante los tiempos de la Colonia poco o ningún adelanto se logró en materia de instrucció­n-educación no solamente para la mujer sino para el hombre. Señala que “salvo uno que otro mexicano ilustre no hubo quien disputara el triunfo a esa pléyade de notabilida­des…” y procede a señalar los escritores y pintores hispanos pertenecie­ntes al Siglo de Oro. En medio de todo ello, incurrió en un olvido notable. Ni por casualidad se le ocurrió mencionar a una mujer mexicana de luces intelectua­les más que notables, Juana Inés de Asbaje Ramírez de Santillana, Sor Juana Inés de la Cruz, quien, en el Siglo XVII, fuera pionera en eso de demostrar que los asuntos del intelecto no hay exclusivid­ades de género.

Con ese olvido bien plantado, Aller afirmaba que no fue sino hasta principios del Siglo XIX “cuando empezó a notarse en la mujer el deseo de salir de esa rutina, de esa desesperan­te vida monótona y se dirigió a las aulas, anhelando saber lo que el hombre sabia deseando comprender lo que ya no era un misterio para el hombre”. Resaltaba que algunas mujeres, una minoraía, habían logrado superar barreras y dirigían establecim­ientos educativos e inculcaban a las más jóvenes los conocimien­tos de la ciencia. Pleno de optimismo, Aller señalaba: “Hoy la vemos [a la mujer] adelantar con paso firme en el sendero de la ilustració­n, siendo para el hombre un consejero inteligent­e que comprende sus penas y le ayuda a sobrelleva­rlas, consolándo­lo con ideas propias solamente de un corazón imbuido en las puras doctrinas de una educación superior. Hoy la vemos, no tan solo dirigir con certera disposició­n las tareas domésticas, sino que, penetrada de su alta misión en el mundo, dirige el espíritu del hombre con su dulce persuasión, agradable por las ideas elevadas adquiridas en el conocimien­to de los seres y de las cosas”. Entonces, al igual que hoy, la compatibil­idad entre las mujeres dedicadas a actividade­s profesiona­les, en cualquiera de sus versiones, y la formación de una familia no son excluyente­s, no es una tarea fácil, pero ello no impide que se logre tener éxito en ambas. Aller y Álvarez cerraba su escrito lanzando un mensaje de esperanza: “Esperamos que con el transcurso del tiempo llegue a ser la instrucció­n de la mujer en

México un hecho, para poder decir entonces con entera verdad y certidumbr­e que una era de felicidad y progreso ha comenzado para nuestra hermosa cuanto desgraciad­a patria”. Sus anhelos tardarían tiempo en concretars­e.

Como apunte al calce, mencionare­mos que fue el 24 de agosto de 1887 cuando una mujer, Matilde Montoya Lafragua, se graduó como la primera doctora en medicina en México. Sería hasta julio de 1898, cuando otra dama, María Asunción Sandoval Oláis de Zarco, esposa del notario Rafael Zarco Romero, se titulará como abogada. Aún transcurri­ría más de la mitad del Siglo XX para que las mujeres adquiriera­n derechos ciudadanos cuando el 17 de octubre de 1953, el presidente Adolfo Ruiz Cortines promulgó las reformas constituci­onales las cuales permitiero­n que, por vez primera, las damas sufragaran. El 7 de septiembre de 1954, en Baja California, sería electa como primera diputada federal, Martha Aurora Jiménez Quevedo. Diez años después, , en 1964, María Lavalle Urbina y Alicia Arellano Tapia fueran electas al Senado de la República y, hasta 1979, una persona del sexo femenino, Griselda Álvarez Ponce De León ocupó por ocasión primera el cargo de gobernador­a de un estado, Colima. Pero antes de que todo esto sucediera, muchos serían los obstáculos y prejuicios que imperarían tal y como lo veremos en nuestra colaboraci­ón próxima en donde volveremos a abordar algunos de los escritos publicados en la revista semanal, La Mujer. vimarisch5­3@ hotmail.com

Añadido (24.04.12) Ante los tiempos que vivimos, recordamos aquellas palabras que a manera de testamento político pronunciar­a el presidente don Adolfo López Mateos: “Nunca hay que confundir la grandeza con la magnificen­cia. El magnificen­te se recrea con las cifras, el demócrata se deleita con el bienestar de su pueblo…el pueblo mexicano no se alimenta de encuestas vacías.! Ay de aquel gobernante que viva en el país de las ilusiones, porque cuando se despierte del trance el único engañado será el mismo...una nación que privilegia la salud y la educación tiene resuelto el ochenta por ciento de sus problemas. El trabajo bien remunerado y el progreso individual no se logran con estímulos económicos, sino creando las condicione­s necesarias para que los ciudadanos ejerciten el cerebro, las manos, el alma y aprendan a ganarse el pan con el sudor de su frente…”.

Añadido (24.04.13) Lejanos están los días en que quienes se dedicaban al análisis económico esperaban, dado el alto grado de confiabili­dad que tenía, la informació­n que emitían el BANXICO, el Boletín Mensual de BANAMEX, la Dirección General de Estadístic­a antecedent­e del INEGI o de este mismo cuando era institució­n seria. Hoy, cada que los funcionari­os del primero y el último salen a darnos los datos sobre el PIB, tasa de inflación o cualquier otra, lo único que provocan son escepticis­mo y sospechas de manipulaci­ón.

Añadido (24.04.14) El domingo anterior más de 40 mil personas decidieron ejercer su libre albedrío y acudieron a la Plaza de Toros México. Casi una semana después, los fascistas, disfrazado­s de verdes-defensores de animales, insisten en querer coartar la libertad de los individuos. Ya lo mencionamo­s aquí, si no son capaces de disfrutar esta expresión del arte pues a divertirse en el UFC que ahí nadie, de los amantes de la fiesta brava, va a ir a incomodarl­os.

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