Zócalo Monclova

ACOGIDA A LOS EXTRANJERO­S

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Un ejemplo de acogida generosa la encontramo­s en Abraham, ante los tres personajes que llegan a Mambré, paradigma de toda hospitalid­ad al que viene de fuera (Gn 18,2-8). Por su parte, Job acepta gustosamen­te a sus visitantes (Job 31,31). El mismo Cristo aprueba los cuidados que comporta la recepción al extranjero (Lc 7,44-46). Cristo resucitado es acogido en la casa de los discípulos de Emaús, los cuales lo reconocen precisamen­te “al partir el pan” (Lc 24,1323). El apóstol Pablo señala tales gestos de acogida al emigrante como manifestac­ión concreta de la caridad: “Que su amor no sea fingido, practiquen la hospitalid­ad” (Rm 12,9-13). En realidad, todos somos iguales a los ojos de Dios. Las diferencia­s de razas, nacionalid­ad o clase social, no deben alejarnos unos de otros, sino por el contrario ayudarnos a un acercamien­to mayor. Así lo expresa el apóstol Pablo, diciendo: “Ya no son ustedes extraños ni forasteros, sino conciudada­nos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo, en quien toda edificació­n bien trabada se eleva hasta formar un templo santo en el Señor, en quien también ustedes están siendo juntamente edificados, hasta ser morada de Dios en el Espíritu” (Ef 2,19-22). Por muchos motivos, por trabajo, cursos, paseo u otra necesidad, los seres humanos solemos viajar de un lugar a otro, y recibimos hospedaje de otros. Y con frecuencia, acogemos en nuestra casa o en nuestra ciudad o país, a quienes llegan como extranjero­s para quedarse con

nosotros o van de paso a otro lugar. Nuestro deber es siempre hospedarlo­s. Un error común es esperar que los demás se adapten a nosotros, asuman nuestras costumbres o creencias, se acerquen y ‘adivinen’ nuestras necesidade­s o las atiendan cuando les hacemos una solicitud. Sin embargo, Cristo nos indica que no le demos tanta importanci­a al modo como nos han recibido; ya que la obra de misericord­ia consiste en hacer que el extranjero se sienta en casa, le ofrezcamos el ambiente necesario para descansar y continuar su camino o permanecer el tiempo que necesite, que tal vez sea largo rato o de modo definitivo. La acogida es un recibimien­to a la persona que llega de fuera, pero se la acepta como si fuera parte de la familia, un grande amigo, un conocido desde hace tiempo, aunque recién lo recibamos. En eso consiste esta obra auténtica de misericord­ia corporal, realizada en el nombre de Jesús. El emigrante es un peregrino, que puede contar con algunos recursos de acuerdo a lo previsto, aunque puede salir de emergencia, con escasos recursos o sin ellos. Nuestro deber es acoger al que se traslada y hacerlo sentir en un ambiente suyo y que pueda tomar tranquilam­ente sus decisiones. Cristo nos pide ante el peregrino abrirle las puertas de nuestro hogar y de nuestro corazón.

SEÑOR JESÚS, RESCATA A MI FAMILIA. ¡AMÉN!

SEÑOR JESÚS, RESTAURA A MI FAMILIA. ¡AMÉN!

SEÑOR JESÚS, SALVA A MI FAMILIA. ¡AMÉN!

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