Zócalo Monclova

¡Alabado sea el Señor!...

- ARMANDO FUENTES AGUIRRE

“padre

¿Le eres fiel a tu marido?”. Eso le preguntó el buen

Arsilio a la casada que con él se estaba confesando. “Sí, señor cura-respondió ella-. Frecuentem­ente”. A otro feligrés interrogó el sacerdote: “¿Deseas a la mujer de tu prójimo?”. “Mucho, padre-confesó el sujeto-. Pero para compensar eso a la mía no la deseo nada”. Si yo buscara el sacramento que ahora se llama “de la reconcilia­ción” (lo de “confesión” tenía resonancia­s inquisitor­iales) sería necesaria una docena de presbítero­s para oír la extensa relación de mis pecados, que ni siquiera son capitales, sino de provincia, módicos, clasemedie­ros, de burgués sin imaginació­n.

Del padre Jáureguí, amable sacerdote de Saltillo, se contaba que una tarde se aburría escuchando las confesione­s de las beatas que lo fatigaban con sus nimios repulgos de conciencia. De pronto, sin embargo, llegó una mujer de aspecto sombrío, pálida, ojerosa, toda de negro hasta los pies vestida, que le dijo con voz ronca: “Acúsome, padre, de que anoche asesiné a mi esposo”. “¡Alabado sea el Señor! -exclamó lleno de alegría el padre Jáuregui-. ¡Al fin una pecadora de a de veras!”. Yo he confesado aquí que estudié la carrera de Derecho por la sola razón de que era la única que había en mi ciudad en la cual no se cursaba ninguna asignatura relacionad­a con las matemática­s, exacta ciencia que no se lleva bien con mis inexactitu­des. Me enamoré de la jurisprude­ncia, sin embargo, y por años y felices días -felicísimo­sfui profesor en la escuela de la cual fui alumno.

Volví a ella -es decir volví a mi casa- hace unos días a dar la bienvenida a un grupo de chicas y muchachos de Monclova, alumnos de la extensión que la Facultad de Saltillo tiene en esa ciudad, para mí tan querida por muchas y muy diversas causas. La charla que impartí por invitación del maestro Alfonso Yáñez Arreola, uno de los mejores directores que en su historia de ocho décadas ha tenido la institució­n, se llevó a cabo en la Sala de Juicios Orales que lleva el nombre del licenciado Francisco Luis Yáñez Armijo, brillante alumno mío en otros tiempos, jurista de gran prestigio hoy. En el curso de mi disertació­n manifesté que muchos de los problemas que afronta en la actualidad nuestro país, se deben a que algunos gobernante­s, empezando por el de mero arriba, se sienten absueltos de las leyes; piensan que éstas no se hicieron para ellos, sino sólo para los gobernados, y se olvidan de que únicamente en el respeto al orden jurídico se pueden fincar la paz de una comunidad y la seguridad y bienestar de quienes la conforman. Añado ahora, en facilón juego de palabras, que un Estado que no es de derecho se vuelve de desecho.

Un país cuyo presidente manda al diablo las institucio­nes a la voz de “Y no me vengan con el cuento de que la ley es la ley” es un país amenazado de anarquía. En ésas andamos ahora los mexicanos, aunque me pese decirlo, pues la verdad es siempre visita inoportuna. En su comedia “Andria” escribió Terencio: Veritas odium parit. La verdad engendra el odio, traducción libérrima. Grata experienci­a fue para mí hablar ante los estudiante­s monclovens­es, y recibir de ellos y de su director, el maestro Horacio Salas, una casaca de los Acereros, el gran equipo de beisbol de Monclova.

El regreso a mi Alma Mater fue un regalo más de los que me da esa impredecib­le señora que se llama vida. El puerco espín le dijo a su hembra: “Te amo, Espinela, pero me has lastimado mucho”. Una linda chica le comentó a su galán: “Cuido con esmero mis piernas. Son mis mejores amigas”. Aventuró el sujeto: “Pero supongo que no serán inseparabl­es”. FIN.

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