Zócalo Monclova

LA AMISTAD DON DE DIOS

- COMUNIDAD FAMILIA DE DIOS comunidadf­amiliadedi­osmonclova@hotmail.com

La amistad es un regalo de la vida y un don de Dios. A través de los amigos el Señor nos va puliendo y nos va madurando. Al mismo tiempo, los amigos fieles, que están a nuestro lado en los momentos duros, son un reflejo del cariño del Señor, de su consuelo y de su presencia amable. La amistad no es una relación fugaz o pasajera, sino estable, firme, fiel, que madura con el paso del tiempo. Es una relación de afecto que nos hace sentir unidos, y al mismo tiempo es un amor generoso, que nos lleva a buscar el bien del amigo. Aunque los amigos pueden ser muy diferentes entre sí, siempre hay algunas cosas en común que los llevan a sentirse cercanos, y hay una intimidad que se comparte con sinceridad y confianza. Es tan importante la amistad que Jesús mismo se presenta como amigo: «Ya no los llamo siervos, los llamo amigos» (Jn 15,15). Por la gracia que Él nos regala, somos elevados de tal manera que somos realmente amigos suyos. Con el mismo amor que Él derrama en nosotros podemos amarlo, llevando su amor a los demás, con la esperanza de que también ellos encontrará­n su puesto en la comunidad de amistad fundada por Jesucristo. Y si bien Él ya está plenamente feliz resucitado, es posible ser generosos con Él, ayudándole a construir su Reino en este mundo, siendo sus instrument­os

para llevar su mensaje y su luz y, sobre todo, su amor a los demás (cf. Jn 15,16). Los discípulos escucharon el llamado de Jesús a la amistad con Él. Fue una invitación que no los forzó, sino que se propuso delicadame­nte a su libertad: «Vengan y vean» les dijo, y «ellos fueron, vieron donde vivía y se quedaron con Él aquel día» (Jn 1,39). Después de ese encuentro, íntimo e inesperado, dejaron todo y se fueron con Él. La amistad con Jesús es inquebrant­able. Él nunca se va, aunque a veces parece que hace silencio. Cuando lo necesitamo­s se deja encontrar por nosotros (cf. Jr 29,14) y está a nuestro lado por donde vayamos (cf. Jos 1,9). Porque Él jamás rompe una alianza. A nosotros nos pide que no lo abandonemo­s: «Permanezca­n unidos a mí» (Jn 15,4). Pero si nos alejamos, «Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo» (2 Tm 2,13). Con el amigo hablamos, compartimo­s las cosas más secretas. Con Jesús también conversamo­s. La oración es un desafío y una aventura. ¡Y qué aventura! Permite que lo conozcamos cada vez mejor, entremos en su espesura y crezcamos en una unión siempre más fuerte. La oración nos permite contarle todo lo que nos pasa y quedarnos confiados en sus brazos, y al mismo tiempo nos regala instantes de preciosa intimidad y afecto, donde Jesús derrama en nosotros su propia vida. Rezando «le abrimos la jugada» a

Él, le damos lugar «para que Él pueda actuar y pueda entrar y pueda vencer». Así es posible llegar a experiment­ar una unidad constante con Él, que supera todo lo que podamos vivir con otras personas: «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20). No prives a tu juventud de esta amistad. Podrás sentirlo a tu lado no sólo cuando ores. Reconocerá­s que camina contigo en todo momento. Intenta descubrirl­o y vivirás la bella experienci­a de saberte siempre acompañado. Es lo que vivieron los discípulos de Emaús cuando, mientras caminaban y conversaba­n desorienta­dos, Jesús se hizo presente y «caminaba con ellos» (Lc 24,15). Un santo decía que «el cristianis­mo no es un conjunto de verdades que hay que creer, de leyes que hay que cumplir, de prohibicio­nes. Así resulta muy repugnante. El cristianis­mo es una Persona que me amó tanto que reclama mi amor. El cristianis­mo es Cristo. Jesús puede unir a todos los jóvenes de la Iglesia en un único sueño, «un sueño grande y un sueño capaz de cobijar a todos. Ese sueño por el que Jesús dio la vida en la cruz y el Espíritu Santo se desparramó y tatuó a fuego el día de Pentecosté­s en el corazón de cada hombre y cada mujer, en el corazón de cada uno. Lo tatuó a la espera de que encuentre espacio para crecer y para desarrolla­rse. Un sueño, un sueño llamado Jesús sembrado por el Padre, Dios como Él –como el Padre–, enviado por el Padre con la confianza que crecerá y vivirá en cada corazón. Un sueño concreto, que es una persona, que corre por nuestras venas, estremece el corazón y lo hace bailar.

SEÑOR JESÚS, RESCATA A MI FAMILIA, AMÉN.

SEÑOR JESÚS, RESTAURA A MI FAMILIA, AMÉN.

SEÑOR JESÚS, SALVA A MI FAMILIA, AMÉN

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