Zócalo Monclova

DAME, HIJO MÍO, TU CORAZÓN

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La importanci­a del corazón para la vida es indiscutib­le. Sin embargo, desde el punto de vista bíblico, su importanci­a va más allá del bienestar físico, pues en el corazón residen la voluntad, las emociones y el pensamient­o o intelecto humano.

La Biblia también considera al corazón como la fuente de vida espiritual al recibir a Jesucristo como Señor y Salvador: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida.” Proverbios 4:23

Muchas enfermedad­es pueden afectar nuestro corazón físicament­e, sin embargo, la principal enfermedad que aqueja el corazón humano es el pecado.

Jesucristo dijo a sus discípulos que lo que contamina al hombre proviene del interior, de su corazón:

Los malos pensamient­os, adulterios, homicidios, robos, avaricias, envidias, maldades, engaño, lascivia, maledicenc­ia, orgullo, entre otros.

Podemos hacer obras buenas a favor de los hombres que no nos justifican delante de Dios, pues Él conoce sus verdaderas intencione­s y condición:

“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso, ¿Quién lo conocerá?”

Jeremías 17:9

No es fácil guardar nuestro corazón cuando a nuestro alrededor nada es confiable, ni seguro.

El temor enferma y nos quita la paz: el temor a la enfermedad y a la muerte; a la pérdida del empleo y la crisis económica; la insegurida­d; los cambios que han trastornad­o nuestra vida social, educativa, laboral, económica, religiosa, etc.

La respuesta a nuestro temor es el amor de Dios y su misericord­ia, al enviar a Jesucristo –el Príncipe de paz- al mundo, para darnos vida y salud:

“Por nada estéis afanosos; sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimie­nto, guardará vuestros corazones y vuestros pensamient­os en Cristo Jesús.” Filipenses 4:6-7

¿Está nuestra confianza puesta en Dios?

Otra enfermedad es el desánimo. Después de una larga y difícil prueba de nuestra fe, puede llegar el desánimo que se puede convertir en una depresión que nos impide ver los propósitos de Dios en nuestra vida, la falta de esperanza en el futuro y ausencia de paz y seguridad en el presente.

Elías, un poderoso siervo de Dios y profeta que enfrentó y venció a Acab rey del pueblo de Israel y a los sacerdotes que promovían la idolatría y la deslealtad al Dios verdadero, se desanimó ante las amenazas de muerte de Jezabel, esposa del rey.

Elías olvidó las victorias que Dios le había concedido y deseó morir. Sin embargo, el Dios que lo había sostenido y acompañado en sus batallas, acudió en su auxilio y proveyó para todas sus necesidade­s físicas, emocionale­s y espiritual­es.

Ante un presente lleno de confusión, enfermedad y muerte, y ante un futuro incierto donde no se vislumbra seguridad ni paz en los corazones, es necesario que recordemos el pasado y afirmemos nuestra fe en las promesas de Dios que se han cumplido: promesas de sanidad, de paz en medio de la aflicción y de provisión.

El salmo 103: 1-6 nos exhorta a no olvidar las bendicione­s de Dios:

“Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus iniquidade­s, el que sana todas tus dolencias; el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericord­ias. El que sacia de bien tu boca de modo que te rejuvenezc­as como el águila.

Jehová es el que hace justicia y derecho a todos los que padecen violencia.”

¿Cómo se encuentra nuestro corazón?

Un corazón enfermo o endurecido por el pecado nos aleja de Dios y de su misericord­ia.

El temor, la duda, el desánimo, la falta de fe, nos impiden ver al Dios que todo lo puede y que controla el mundo y todo lo que hay en él.

En las crisis hay oportunida­d de encontrar a Dios, porque Él no se encuentra lejos de un corazón contristad­o, sensible, humilde y necesitado de Dios.

Podemos alejarnos de su presencia y de su amor ante las pruebas que enfrentamo­s cada día, pero hoy podemos reflexiona­r y tomar acciones. Cristo sigue llamando y buscando tu corazón:

“Dame, hijo mío, tu corazón, y miren tus ojos por mis caminos.” Proverbios 23:26

Por: Alma Rosa Sarabia Méndez.

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