Y DE LA NUBE SALIÓ UNA VOZ QUE DECÍA: “ESTE ES MI HIJO AMADO; ESCÚCHENLO”
En aquel tiempo, Jesús tomó aparte a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos a un monte alto y se transfiguró en su presencia. Sus vestiduras se pusieron esplendorosamente blancas, con una blancura que nadie puede lograr sobre la tierra. Después se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro le dijo a Jesús. “Maestro, ¡qué a gusto estamos aquí! Hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. En realidad no sabía lo que decía, porque estaban asustados. Se formó entonces una nube, que los cubrió con su sombra, y de esta nube salió una voz que decía: “Éste es mi Hijo amado;
escúchenlo”. En ese momento miraron alrededor y no vieron a nadie sino a Jesús, que estaba solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos guardaron esto en secreto, pero discutían entre sí qué querría decir eso de “resucitar de entre los muertos”.
REFLEXIÓN La transfiguración de Jesús es un anticipo de Resurrección. Pero no fue comprendida de esa forma por los ahí presentes. Incluso Pedro, invadido por el temor, sugiere quedarse a vivir en la montaña, por miedo a lo que vendría para Jesús y para ellos. A veces el temor y el apego a llevar una vida
cómoda, libre de riesgos, nos impide cumplir con la misión que Jesús nos encomendó. Sin embargo, muchos mártires y santos han dado su vida por predicar y practicar el Evangelio de Jesucristo. El que desee seguir al Señor debe renunciar a los placeres del mundo y abrazar su cruz y seguirlo cada día (Mt 16, 24), pese a las adversidades, pues él es nuestro ejemplo a seguir. Sí, es un discipulado radical, pero es Jesucristo quien nos ayuda, nos anima y nos fortalece cada día, porque no está muerto, ¡ha resucitado!
Fuente: Reflexiones de Rubenia Figueroa y Myrza Barra Salgado