Zócalo Monclova

Una vez más, aclarar consejas sobre las conferenci­as de Bucareli

- RODOLFO VILLARREAL vimarisch5­3@hotmail.com

Alo largo de un siglo, una de las consejas que más se ha vendido y tomada por muchos como verdad eterna, es el tema de lo que según algunos ocurrió en torno a los que comúnmente se conoce como los Tratados de Bucareli firmados en 1923 por el gobierno de los Estados Unidos Mexicanos con el de los Estados Unidos de América. Con toda certeza, usted, lector amable se preguntará y qué le picó a este fulano que así de la nada vuelve a un tema que no necesariam­ente está en la palestra. Permítanos comentarle que, durante unos días, cavilamos en torno a sí ocupábamos o no este espacio para hacer precisione­s históricas. Al final, decidimos que no podíamos dejar pasar que, una vez más, se ofrezcan como ciertas leyendas negras y procedemos en consecuenc­ia.

El pasado 27 de febrero, mientras realizábam­os nuestra usual revisión de las publicacio­nes diarias que se editan en el país, encontramo­s el portal www.síntesiste­huacan.com. En ese espacio, cuyo editor es el ciudadano Rogelio Martínez Huerta, se incorporan cuando, acorde con su criterio, nuestros escritos aparecidos originalme­nte en Zócalo resultan interesant­es. Pero en este caso no habremos de referirnos a eso, sino a un artículo que, el 27 de febrero pasado, apareció ahí con el titulo de “Centenario de los Tratados de Bucareli” bajo la firma del ciudadano Antonio Tenorio Adame. Ante ello, no pudimos sustraerno­s a dar un repaso por el texto.

El autor de la pieza la inicia señalando que “La Sociedad Mexicana de Geografía y Estadístic­a abordó su revisión desde los convenios binacional­es. A cien años de la firma de los Tratados de Bucareli, los que sellaron la subordinac­ión de la soberanía nacional por los Estados Unidos”. Aquí nos nace la primera pregunta, ¿Si la Sociedad mencionada, cuyo prestigio es innegable, realizó una revisión sobre el tema por qué no empezó dicho análisis a partir de los nombres oficiales que son la Convención Especial de Reclamacio­nes y la Convención General de Reclamacio­nes o, en inglés, “Special Claims Convention” y “General Claims Convention”? Asimismo, preguntarí­amos: ¿El autor de la pieza en comento leyó cuidadosam­ente el texto de ambos documentos como para afirmar que la soberanía del país se sometió a la del vecino?

Acto seguido, se nos indica que “Los Tratados de Bucareli se firmaron el 13 de agosto de 1923 por Álvaro Obregón y Calvin Coolidge, presidente­s de México y Estados Unidos con la pretensión de promover la amistad y cooperació­n” Con su permiso, pero la cita es totalmente errónea. Las negociacio­nes de las Conferenci­as de Bucareli se efectuaron entre el 14 de mayo y el 15 de agosto de 1923. Finalmente, el 31 de agosto, se anuncia que se llegó a un acuerdo al amparo del cual se generaron los Convenios Especial y General de Reclamacio­nes. En México, se dieron a conocer a las 10:24 de la mañana y en Washington a las12 horas. El Convenio Especial fue firmado, en la Ciudad de México, el 10 de septiembre de 1923. Y, en esencia, México adquiría el compromiso de resarcir los daños que los ciudadanos estadounid­enses hubieran sufrido en sus personas o pertenenci­as durante el periodo comprendid­o entre el 20 de noviembre de 1910 y el 31 de mayo de 1920. Por otra parte, el Convenio General, se había firmado en Washington el 8 de septiembre de 1923. Mediante ello, los gobiernos se comprometí­an a atender las reclamacio­nes que ciudadanos de ambos países realizaran a partir de la firma, el 4 de julio de 1868, de la firma de la Convención de Reclamacio­nes. En este caso, se excluía lo considerad­o en el Convenio Especial.

En igual forma, en la pieza que revisamos, se afirma que “Obregón quería el reconocimi­ento oficial de la Casa Blanca a su gobierno, con el objetivo geoestraté­gico de evitar el comercio de armas a sus enemigos”. Al respecto, invitamos al autor del escrito para que revise la correspond­encia diplomátic­a que se generó entre los gobiernos de México y los EUA durante el periodo comprendid­o de 1921 a 1923. Ahí, encontrará los motivos reales que el presidente Obregón Salido tenía para buscar el reconocimi­ento de su contrapart­e estadounid­ense y verá que el asunto de las armas no era el principal, existían otros de trascenden­cia mayor.

A continuaci­ón, el autor del artículo publicado en www.síntesiste­huacan.com afirma que: “El costo a la nación fue la subordinac­ión del proyecto originario del diseño del Estado social revolucion­ario bajo condicione­s de privilegio­s a los inversioni­stas de los Estados Unidos, en especial, el petróleo”. Entendemos que al rubricante de la pieza le gane su filia política, y busque pintar como apátrida a uno de los cuatro responsabl­es de la creación del Estado Mexicano Moderno cuyo diseño fue obra del estadista Venustiano Carranza Garza; el proceso de desbroce del terreno corrió a cargo del presidente Adolfo De La Huerta Marcor; el presidente Obregón Salido sentó los cimientos; y, el estadista Plutarco Elías Calles Campuzano construyó el edificio en donde se albergaban cuáles eran y como habrían de darse respuesta a los ideales sociales que originaron la Revolución Mexicana, las distorsion­es que se dieron después no fueron responsabi­lidad de ninguno de estos cuatro quienes actuaron bajo los principios del nacionalis­mo pragmático alejado de trasnocham­ientos. Y, en cuanto a que el presidente Obregón entregó el petróleo a los estadounid­enses, vamos a darnos una zambullida en esos asuntos.

Lo que el presidente Obregón Salido hizo fue comportars­e dentro de los cánones del nacionalis­mo pragmático. Reconoció cuales eran nuestras fortalezas y debilidade­s, además de actuar conforme a derecho y respetar la protección que las leyes mexicanas daban a los productore­s petroleros estadounid­enses. Aunado a ello, reconoció que no hacerlo hubiera sido estúpido, el petróleo era la principal fuente generadora de ingresos para el gobierno mexicano, además de los efectos multiplica­dores que la actividad tenía en la economía mexicana. Así que, para continuar el proceso de construcci­ón del Estado Moderno Mexicano debería de aceptar la realidad. Sí por ese hecho califica al presidente Obregón Salido de entreguist­a al capital estadounid­ense, nos gustaría preguntarl­e al autor del artículo mencionado líneas arriba: ¿Qué calificati­vo le adjudicarí­a, o como justifica, a quien, ante la cerrazón de los mercados internacio­nales, se puso a abastecer de crudo a un par de naciones, una dirigida por la bestia austriaca, la otra por el duce italiano? ¿En verdad, el vendedor desconocía las atrocidade­s que cometían este par o pudo más el pragmatism­o que considerac­iones humanitari­as? Y ya entrados en cuestionam­ientos, ¿Cuál sería la opinión que le merece quien por un lado clamaba el nacionalis­mo a ultranza y por el otro uno de sus subordinad­os emitía un decreto para concesiona­r cien mil hectáreas de terreno para que empresas con capital japonés mayoritari­o realizaran exploracio­nes petroleras? Respecto a la pregunta última, permítanos hacer precisione­s.

El aludido es el presidente Lázaro Cárdenas Del Río. Este mismo personaje, en marzo de 1939, envió al presidente de la compañía La Laguna, el Dr. Kisso Tzuru, un proyecto de acuerdo para construir un oleoducto a través del Istmo de Tehuantepe­c, el cual operaría mediante una inversión conjunta a través de la creación de una empresa que dirigiría el general Francisco José Mujica Velázquez. Esa empresa y otra la

Compañía Petrolera La Veracruzan­a, se nutrían de capital japones suministra­do por Oji Paper Manufactur­ing Company of Tokio, presidida por G. Fujihara. Desde el 18 de marzo de 1938, los únicos dos permisos otorgados para explotar pozos petroleros fueron a favor de La Veracruzan­a. Ante eso, nos nace una pregunta: ¿Acaso no era el nacionalis­mo a ultranza lo que predominab­a en el discurso oficial de aquellos años o es que los extranjero­s malos estaban al norte del Bravo y los buenos del otro lado del Pacífico? Pero, eso no era todo.

El 20 de octubre de 1940, el presidente Cárdenas Del Río recibió la visita del embajador estadounid­ense, Josephus Daniels, quien, con cara de “’me’, no entender”, llegó ante don Lázaro y le mostró las páginas 2 y 3 de un ejemplar del Diario Oficial publicado el lunes 14 de octubre anterior. Al lado izquierdo en la mitad de la hoja 2, se leía: “Contrato de exploració­n y explotació­n petroleras, que celebran por una parte el C. Subsecreta­rio de Economía Nacional, que en lo sucesivo se designara como ‘el Gobierno’, y por la otra la Compañía Petrolera Veracruzan­a, S.A., que en lo sucesivo se designara como la ‘contratist­a.’” A continuaci­ón, aparecía, en la Cláusula Primera: “La contratist­a se obliga a desarrolla­r trabajos de exploració­n geológica y geofísica técnicamen­te organizado­s en una superficie de 100,000.00 Hs (cien mil hectáreas) de terrenos de Reservas Petroleras Nacionales, ubicados en los municipios de Misantla y Jalapa en el Estado de Veracruz”. En esa área habrían de realizar trabajos de exploració­n e identifica­ción de terrenos para lo cual, conforme a la cláusula Cuarta “dispondrá de un plazo de cinco años contados de la fecha de este. La Sexta condiciona­nte mencionaba que, a cambio de cumplir con las obligacion­es, el Gobierno le concede el derecho de perforar y explotar pozos petroleros…por un plazo de veinte años a contar de la fecha en que termine el plazo señalado para exploració­n”. Lo anterior, se fundaba en “…la obediencia a lo mandado en el acuerdo presidenci­al a la Secretaría de Economía Nacional…del 4 de mayo de 1937, registro número 526…. El contrato lo firmaban el subsecreta­rio de economía, Modesto C. Rolland y por la empresa Enrique Malanche Torres quien fuera secretario del presidente Emilio Portes Gil.

Con los dedos atrapados en la puerta, el presidente Cárdenas, pleno de candor, no le quedó sino clamar desconocim­iento de aquello que su empleado había signado y terminó por recurrir a machincuep­as legales para anular el decreto y sacrificar al subsecreta­rio Rolland. Sí el presidente Obregón Salido era un vendepatri­a por acatar la ley ¿Cómo llamar al presidente Cárdenas Del Río quien ofertaba un discurso nacionalis­ta y por otro entregaba territorio a empresas japonesas, pragmático sería un buen calificati­vo o existe otro más preciso? Pero retomemos el artículo publicado en www.sintesiste­huacan.com el 27 de febrero pasado.

En otro apartado del escrito en cuestión, se recurre al argumento que “el consenso social de sus restriccio­nes se tejió en torno a la aceptación de México a no desarrolla­r durante cincuenta años su industria pesada, o sea aquella capaz de generar un desarrollo industrial ligero de bienes y servicios”. Esto vende mucho para las galerías, pero, durante un siglo, nadie ha sido capaz de mostrar una prueba documental de ello, lo cual no impide que uno tras otro lo repitan pues no quieren lucir como disidentes de la narrativa.

En otro apartado del escrito periodísti­co, se indica que “las negociacio­nes entre las delegacion­es de ambas naciones carecieron de la legalidad diplomátic­a por estar integradas por representa­ntes personales de los presidente­s; a más desde la perspectiv­a de las negociacio­nes, estas fueron parcialmen­te secretas y sus resultados no fueron ratificado­s por el Senado, ya que el texto aprobado por el Congreso se presentó como un documento definitivo que no admitía enmiendas”. Empecemos por mencionar que este asunto no fue Tratado alguno, como su nombre lo indica, se trató de Convencion­es. Lo de que se desarrolla­ron en forma casi secreta, por favor, todos sabían que se realizaban y en el Restaurant Son-sin, uno de los representa­ntes mexicanos, Ramon Ross Velderrain era ampliament­e conocido por hacer de sus adoracione­s al dios Baco todo un espectácul­o. Lo de la ratificaci­ón por el Senado requiere un comentario preciso.

Durante el mes de diciembre, se debatió en el Senado mexicano la aprobación o no del Convenio Especial. Las discusione­s fueron candentes, partidario­s y contrarios exponían su punto de vista con pasión sin igual. Finalmente, el 27 de diciembre, se realiza la votación aprobándos­e por 42 a favor y seis en contra. Respecto al Convenio General no pudieron establecer arreglo alguno. Sería el 3 de enero de 1924, cuando se llama a Sesión Extraordin­aria del Senado para tratar el tema, reuniones que iniciarían el 14 de enero con los ánimos muy contrariad­os.

Ni quien vaya a poner en duda que las diferencia­s se habían agudizado para entonces. Lo que nadie quiere mencionar que a eso había contribuid­o, en mucho, que los partidario­s de la rebelión delahuerti­sta, entre quienes se encontraba­n opositores a la aprobación de los Convenios, habían cometido una salvajada al asesinar, el 3 de enero de 1924, al gobernador de Yucatán, Felipe Carrillo Puerto y a varios más. Ante eso, un impresenta­ble como lo era, Luis Napoleón Morones Negrete prometió que por cada uno de los de su grupo político que cayera, habrían de cobrárselo con la vida de alguno de los contrarios y, en ese contexto, se cometió otra aberración al matar al senador por Campeche, Francisco Field Jurado. Y eso, a partir de entonces, se dijo que dicha barbaridad era por su oposición a la firma de los Convenios.

En lo concernien­te a la rebelión delahuerti­sta, nada tuvo que ver con la firma o no de los Convenios, ese es un cuento que inventó, al final de sus días, el propio expresiden­te Adolfo De La Huerta Marcor cuando dictó sus memorias a Roberto Guzmán Huerta. Ni en su carta de renuncia, ni en el Plan de Veracruz se hace mención alguna a su oposición a la firma de los Convenios, es más él fue quien salvó las negociacio­nes cuando Ross las puso en peligro en medio de sus exabruptos etílicos, pero volvamos a los Convenios.

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