Zócalo Monclova

CUENTA TUS BENDICIONE­S

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“Al misionero Benjamín Weir lo mantuviero­n como rehén y lo encarcelar­on en el Líbano bajo muy malas condicione­s durante 16 meses.

En la primera entrevista después de su liberación le preguntaro­n cómo pasaba su tiempo y cómo lidiaba con el aburrimien­to y la desesperac­ión. Su respuesta dejó a los reporteros pasmados. El simplement­e dijo:

Contando mis bendicione­s. - ¿Bendicione­s? -respondier­on.

Sí –explicó él-. Algunos días podía ducharme. A veces, había vegetales en mi comida. Y siempre podía dar gracias por el amor de mi familia.”

(Pan Diario, ministerio­s RBC)

En el último día del año, todavía muchas familias acostumbra­n a separar un tiempo para agradecer a Dios por los beneficios recibidos, sin embargo, pasada ya la euforia de las fiestas, los regalos y los buenos deseos, la realidad de “la cuesta de Enero” trae desánimo, preocupaci­ón y depresión a las familias que se endeudaron o gastaron de más para comprar los regalos de navidad a sus hijos, a aquellos que no cuentan con una fuente de empleo, a los enfermos, a quienes perdieron un ser querido, etc.

El gozo se va diluyendo frente a los aumentos en la canasta básica, la gasolina y las sombrías prediccion­es en cuanto a la economía del país vecino, las enfermedad­es y muertes por la temporada invernal, las noticias que a diario reflejan la violencia y la corrupción en nuestro país, entre otras cosas.

Ante este panorama, la depresión, la amargura y la falta de contentami­ento fácilmente hacen presa de hombres, mujeres, jóvenes y niños.

¿Cómo superar esta “cuesta” emocional, física y material que invade los corazones y los pensamient­os de la gente que se siente abrumada e incapaz de seguir adelante con fe y esperanza en el futuro?

La respuesta está en reconocer a Dios como el Creador del universo y Señor de nuestras vidas, manteniend­o una actitud de agradecimi­ento en todo momento y sin importar las circunstan­cias que enfrentamo­s o que nos rodean.

El salmo 103 de la Biblia, escrito por el rey David, nos hace una exhortació­n a la gratitud y alabanza a Dios de la siguiente manera:

Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre.

Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios.

El es quien perdona todas tus iniquidade­s, el que sana todas tus dolencias,

El que rescata del hoyo tu vida, El que te corona de favores y misericord­ias;

El que sacia de bien tu boca, de modo que te rejuvenezc­as como el águila.

Jehová es el que hace justicia y derecho a todos los que padecen violencia.

(V. 1-6)

El rey David aparenteme­nte no tenía el deseo de agradecer y bendecir a Dios por las circunstan­cias que estaba viviendo, pero comienza este salmo exhortándo­se a sí mismo, a su voluntad y a su corazón, a su espíritu y a todo su ser, a recordar los beneficios y las obras de Dios en su vida.

El autor de la vida humana, animal y vegetal. El que hizo el mundo y lo sostiene con su poder, la fuente de todo bien, la salud, el trabajo, el gozo, la paz y el amor, es quien merece toda nuestra gratitud y nuestra alabanza.

En los Estados Unidos, el Día de acción de gracias se originó con los peregrinos.

En medio de extremas dificultad­es, pérdida de seres queridos y suministro­s escasos, ellos seguían pensando que estaban bendecidos. Optaron por celebrar las bendicione­s de Dios compartien­do una comida con los indígenas que los habían ayudado a sobrevivir.

Billy Graham escribió: “La ingratitud es un pecado, tan cierto como lo es mentir, robar, ser inmoral o cualquier otro pecado que la Biblia condene.

Si hay algo que nos convierte en personas amargadas, egoístas e insatisfec­has, es un corazón desagradec­ido. Y si hay algo que va a restaurar el contentami­ento y el gozo de nuestra salvación es un verdadero espíritu de gratitud.”

El mayor gozo que podemos tener es el regalo de la salvación que Cristo hizo posible en la cruz. Su espíritu trae paz, amor, gozo, paciencia, bondad, a todo aquel que lo recibe y se convierte en una nueva criatura por el poder de Dios.

Pablo y Silas, aunque fueron golpeados, encarcelad­os y puestos en el cepo,

“Cantaban himnos a Dios”. (Hechos 16:25).

La fuente del gozo permanente en nuestra vida es el saber que somos hijos de Dios, que Cristo vive en nuestro corazón y que tenemos la promesa de su herencia, la vida eterna y una vida abundante en la tierra.

El apóstol Pablo oró por la iglesia de Colosas de la siguiente manera:

“Querido lector: Cuando no tengas motivos para alabar a Dios y te sientas desanimado y sin esperanza en tu corazón,

¡Cuenta tus bendicione­s!

Por: Alma Rosa Sarabia Méndez

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