Zócalo Monclova

VIVIENDO LA CUARESMA DE LA MANO DE MARÍA

- COMUNIDAD FAMILIA DE DIOS comunidadf­amiliadedi­osmonclova@hotmail.com

La Cuaresma es un tiempo propicio para vivir con María, la Madre de Dios, una experienci­a de conversión y de renovación espiritual. La Cuaresma es un tiempo de gracia y conversión, en el que nos preparamos para celebrar el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrecci­ón de Jesús. Es también una oportunida­d para renovar nuestra fe y nuestro compromiso cristiano, siguiendo el ejemplo de María, la Madre de Dios, que nos acompaña y nos guía en este camino.

María es la Madre de Dios, porque dio a luz al Hijo de Dios hecho hombre. Esta es una verdad fundamenta­l de nuestra fe, que fue proclamada solemnemen­te por el Concilio de Éfeso en el año 431, ante la herejía que negaba la divinidad de Cristo. Pero María es también nuestra Madre, porque nos ha sido dada por Jesús en la cruz, cuando le dijo al discípulo amado: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,27). Desde entonces, María nos acoge como hijos suyos y nos cuida con amor maternal.

María es la mujer de la esperanza, porque confió plenamente en la palabra de Dios y en su plan de salvación. Ella dijo «sí» al ángel que le anunció que sería la Madre del Salvador, sin saber cómo se realizaría ese misterio. Ella acompañó a Jesús en su vida pública, compartien­do sus alegrías y sus dolores. Ella estuvo al pie de la cruz, sufriendo con su Hijo y ofreciéndo­lo al Padre. Ella esperó con los apóstoles la venida del Espíritu Santo, que la llenó de gracia y de fortaleza. Ella nos enseña a esperar contra toda esperanza, a creer en el poder de Dios que actúa en la historia y a confiar en su misericord­ia que nos perdona y nos salva.

María es la madre de los que sufren, porque conoce el dolor y la angustia de ver a su Hijo crucificad­o. Ella es la primera de los mártires, que dieron testimonio de su fe con la sangre. Ella es la consolador­a de los afligidos, que intercede por nosotros ante su Hijo y nos asiste con su compasión. Ella es la madre de los pobres, de los enfermos, de los perseguido­s, de los marginados, de los que no tienen paz. Ella es la madre de la Iglesia, que la venera y la invoca como Madre de Dios y Madre nuestra.

María es la discípula fiel, porque escuchó la palabra de Dios y la guardó en su corazón. Ella meditaba todo lo que acontecía en su vida y en la de su Hijo, buscando comprender el sentido de la voluntad divina. Ella obedeció a Dios en todo momento, incluso cuando no entendía o cuando le costaba aceptar su designio. Ella siguió a Jesús hasta el final, sin abandonarl­o ni negarlo. Ella fue la primera en recibir el Evangelio y la primera en anunciarlo, como lo hizo en la visitación a su prima Isabel. Ella nos enseña a ser discípulos de Cristo, a escuchar su palabra, a cumplir su voluntad, a seguir sus pasos y a anunciar su mensaje.

María es el modelo de santidad, porque fue concebida sin pecado original y vivió siempre en gracia y en comunión con Dios. Ella fue la llena de gracia, la agraciada por Dios, la que halló gracia ante sus ojos. Ella fue la inmaculada, la sin mancha, la toda santa. Ella fue la que cooperó con Dios en la obra de la redención, ofreciendo su vida y su maternidad al servicio del plan divino. Ella fue la que fue asunta al cielo en cuerpo y alma, coronada como reina y señora de toda la creación. Ella nos enseña a ser santos, a vivir en gracia y en amor, a cooperar con Dios en su proyecto de salvación, a aspirar a la gloria celestial y a venerarla como nuestra reina y madre.

María es la estrella de la nueva evangeliza­ción, porque nos muestra el camino para anunciar a Cristo al mundo de hoy. Ella nos invita a acoger el Evangelio con fe y alegría, a vivirlo con coherencia y testimonio, a compartirl­o con audacia y creativida­d, a dialogar con respeto y caridad, a servir con humildad y generosida­d. Ella nos anima a ser misioneros, a salir al encuentro de los que no conocen a Cristo o se han alejado de él, a ofrecerles la buena noticia de su amor y de su salvación. Ella nos acompaña en la misión, nos protege con su manto, nos ilumina con su luz, nos inspira con su ejemplo, nos sostiene con su oración. La Cuaresma es un tiempo propicio para vivir con María, la Madre de Dios, una experienci­a de conversión y de renovación espiritual. Ella nos ayuda a preparar nuestro corazón para celebrar el misterio pascual de su Hijo, que nos ha amado hasta el extremo y nos ha dado la vida eterna. Ella nos muestra el camino de la fe, de la esperanza, del amor, de la santidad y de la misión. Ella nos invita a rezar con ella el Avemaría, la oración más sencilla y más profunda, que resume todo el Evangelio y toda la Cuaresma: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

SEÑOR JESÚS, RESCATA A MI FAMILIA, AMÉN.

SEÑOR JESÚS, RESTAURA A MI FAMILIA, AMÉN.

SEÑOR JESÚS, SALVA A MI FAMILIA, AMÉN

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