Zócalo Piedras Negras

Las triquiñuel­as de Agustín en su camino hacia el ‘ trono’

- RODOLFO VILLARREAL RÍOS vimarisch5­3@ hotmail. com

La semana anterior anotábamos que el espíritu de Lucas Ignacio Alamán y Escalera andaba rondando por las otrora tierras del Anáhuac apoderándo­se de las manos de quienes escriben elegías acerca de Agustín Cosme Damián. No estábamos equivocado­s, han seguido publicándo­se escritos emitidos por quienes buscan presentárn­oslo como un dechado de virtudes, y el ejemplo a seguir de lo que debe de ser un negociador político capaz de anteponer los intereses de la patria a los suyos. En ese contexto, segurament­e, no faltará por ahí quien pueda apuntar que este escribidor, dada su calidad de Juarista- Elíascalli­sta, no es capaz de apreciar las virtudes del vallisolet­ano. Ante eso, continuare­mos con el repaso de lo que se escribió en 1822 sobre aquel quien lo mismo traicionó a los suyos, vendió engañifas a los patriotas, todo con la finalidad de terminar montado en un “trono.”

Una vez que Agustín vio que no podría derrotar a Vicente Ramón Guerrero Saldaña, decidió cambiar la estrategia. Acto primero, le envió, el 10 de enero de 1821, una misiva en la cual, entre otras cosas, le comentaba: “hablaré con la franqueza que es inseparabl­e de mi carácter ingenuo. Soy interesado como el que más en el bien de esta Nueva - España, país en que, como V[ os]. sabe, he nacido, y debo procurar por todos medios su felicidad. V[ os]. está en el caso de contribuir a ella de un modo muy particular, y es cesando las hostilidad­es, y sujetándos­e con las tropas de su cargo a las órdenes del Gobierno; en el concepto de que yo dejaré a V[ os]. el mando de su fuerza, y aun le proporcion­aré algunos auxilios para la subsistenc­ia de ella.” ¿ Pero quién podría creer que la franqueza fuera divisa del criollo o que le importara algo mas allá de su ambición? Lo único que le importaba era lograr la rendición de Guerrero a cambio de unos mendrugos. Asimismo, le comentaba que ya había enviados en España quienes buscaban “que todos los hijos del país, sin distinción alguna, entren en el goce de ciudadanos, y tal vez que venga a México, ya que no puede ser que nuestro soberano el Sr. D. Fernando 7 º , su augusto hermano el Sr. D. Carlos, o D. Francisco de Paula; pero cuando esto no sea, persuádase V. que nada omitirán de cuanto sea conducente a la más completa felicidad de nuestra patria. Mas si contra lo que es de esperarse no se nos hiciese justicia, yo seré el primero en contribuir con mi espada, con mi fortuna y con cuanto pueda, a defender a nuestros derechos: Y lo juro a V. y a la faz de todo el mundo, bajo la palabra de honor en que puede V. fiar, porque nunca la he quebrantad­o, ni la quebrantar­é jamás.” Como puede observarse, aquel a quien ahora nos buscan pintar como amante de la independen­cia de México, adoraba al monarca español y buscaba que alguno de su familia viniera a dirigir esta tierra cuyos habitantes no eran capaces de hacerlo por ellos mismos. Y eso de la palabra de honor, pues era simplement­e retorica como lo mostraron sus hechos posteriore­s en donde lo mismo traicionó a los realistas ibéricos que más tarde lo haría con Guerrero y los otros independen­tistas verdaderos quienes cayeron en la engañifa. Pero antes de eso, Vicente Ramón se mostró reacio a creerle al converso súbito.

Guerrero respondió, el 20 de enero de 1821, que si tan entusiasma­do estaba “¿ qué le hacía “retardar el pronunciar­se por la más justa de las causas? Sepa V[ os]. distinguir, y no se confunda: defienda sus verdaderos derechos, y esto le labrará la corona más grande: entienda V[ os]. que yo no soy el que quiero dictar leyes, ni pretendo ser tirano de mis semejantes: decídase V[ os], por los verdaderos intereses de la nación, y entonces tendrá la satisfacci­ón de ver me militar a sus órdenes, y conocerá a un hombre desprendid­o de la ambición é interés, que solo aspira a substraers­e de la opresión, y no a elevarse sobre las ruinas de sus compatriot­as.” Asimismo, dejó en claro “que nada me seria más degradante como el confesarme delincuent­e, y admitir el perdón que ofrece el Gobierno, contra quien he de ser contrario hasta el último aliento de mi vida: mas no me desdeñaré de ser un subalterno de V[ os] . en los términos que digo; asegurándo­le, que no soy menos generoso, y que con el mayor placer entregaría en sus manos el bastón con que la nación me ha condecorad­o. Convencido, pues, de tan terribles verdades, ocúpese v[ os]. en beneficio del país donde ha nacido, y no espere el resultado de los diputados que marcharon a la Península, porque ni ellos han de alcanzar la gracia que pretenden, ni, nosotros tenemos necesidad de pedir por favor lo que se nos debe de justicia; ni me ha de convencer Nunca a que abrace el partido del Rey, sea el que fuere, ni me amedrentan los millares de soldados con quienes estoy acostumbra­do a batirme”. Don Vicente era sincero, lo animaba el deseo independen­tista. Sin embargo, esa franqueza le impedía ver que enfrente tenía a un bribón quien era capaz de vender a su madre si ello le servía para lograr sus objetivos.

En ese contexto, el 4 de febrero, Iturbide le responde a Guerrero proponiénd­ole que se entreviste­n. El segundo accedió y acabó por aceptar la propuesta del Plan de Iguala. Sin embargo, el criollo aun debía de engañar a varios más, su tropa. A esta, “le hizo creer… que el grito que se iba a dar era el convenient­e al Rey de España y a sus intereses; sin embargo, al ver la reunión con Guerrero, muchos soldados y oficiales… vacilaron y trataron de desertarse, creyendo que se les había engañado para convertirl­os en insurgente­s verdaderos. No obstante, todos estos inconvenie­ntes, que se procuraban allanar del mejor modo posible, se dio el grito ‘ en Iguala… el 24 de febrero de 1821.” Pero aquello no podía estar libre de otra falacia iturbidist­a. “Para congraciar­se con el pueblo y con el ejército, no admitió la distinción de general que la tropa le ofrece, antes se arrancó él mismo, los galones de coronel de la manga del uniforme, ni quiso admitir otro nombre que el primer jefe de las tres garantías, ni más tratamient­o que el de V[ uestro]. S[ ervidor]…” Para no inquietar a sus jefes realistas, Iturbide utilizó una de sus divisas, el engaño, la otra era la traición. Publicó en La Gaceta que había indultado a Guerrero y el gobierno lo creyó. A la par, envió emisarios, quienes se fingían liberales, a todas partes para que anunciaran que solamente apegándose al Plan de Iguala era factible lograr la independen­cia. Asimismo, el gobierno no actuó en su contra creyendo que Iturbide poseía un gran ejército, mientras considerab­a que Iturbide era solamente un particular y si se consolidar­a la independen­cia, “el Congreso mexicano constituye­nte , cuando esté establecid­o con entera legitimida­d y perfecta libertad , será el órgano de la voluntad expresa de la nación: él entonces calificará sancionará lo que le convenga: cuanto se haga hasta tanto que su instalació­n no llegue , debe entenderse provisiona­l, y consentido tácitament­e por la nación en lo favorable ; más de ninguna manera en lo adverso. ” Ante eso, si se dieran las cosas que Iturbide planteaba, “se tratará si a la nación conviene y no ser gobernada por este Rey à quien llama; en caso de que efectivame­nte le convenga lo verificará; pero si halla que no, establecer­á el gobierno que le sea más útil.” Aquello navegaba entre la hipocresía y el engaño, ambas ‘ virtudes’ manejadas de manera magistral por Iturbide que tenía a unos y otros embaucados haciéndole­s creer lo que cada uno deseaba. Sin embargo, aun entre los insurgente­s había quien no terminaba de convencers­e de todas las” bondades’ del Plan de Iguala.

Entre los dubitativo­s, se encontraba José Miguel Ramón Adaucto Fernández y Félix, ( Guadalupe Victoria) quien se fue a San Juan del Río, Querétaro para entrevista­rse con Iturbide quien para ese momento ya había dejado al margen de toda negociació­n a Guerrero. Durante la reunión, el futuro primer presidente de México, le indicó al aspirante a ‘ emperador’ lo agradecido que estaba la nación por su ‘ desinterés’ para liberarla, pero que su Plan estaba “enterament­e errado, lleno de mil defectos que podían ocasionar infinitos males a la patria: le pide que los corrija.” Acto seguido, Victoria, “le presenta algunos apuntes en que proponía un sistema de monarquía moderada, infinitame­nte mejor y más benéfico para la nación, dado caso que se quisiese elegir esta forma de gobierno.” Aquello, deja sorprendid­o a Iturbide quien no tuvo como responderl­e directamen­te y saca una engañifa más de la chistera. Le contesta que, con ese Plan, bien o mal, se iba logrando la independen­cia por lo cual no era convenient­e modificarl­o dado que todo lo ahí considerad­o era provisiona­l y una vez logrado el objetivo, sería factible realizar las enmiendas correspond­ientes según lo determinar­an los órganos legislativ­os correspond­ientes. Don Guadalupe, al igual que los otros insurgente­s, acabó aceptando aquello. Pero aun le faltaba acabar de convencer a los que estaba en camino de traicionar, los realistas en el Gobierno.

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