¿ Qué temores esconden quienes promueven la prohibición de las corridas de toros?
Durante las semanas recientes han sobrado quienes, sin más argumentos que las secreciones biliares, manifiesten su beneplácito porque a un juez en la ciudad de México se le ocurrió determinar la prohibición de las corridas de toros. Ante esa decisión, las autoridades de esa entidad federativa, así como las que se encargan de la administración federal han adoptado posturas plenas de tibieza. Una porque cuida que no se le vayan a ir votantes potenciales y, en caso de que sea la elegida, sufraguen en su contra. El otro, hace como que no ve ni oye, mientras estima que al callar adquirirá la estatura de dos de sus antecesores quienes, en su tiempo, por circunstancias diversas, prohibieron el desarrollo de festejos taurinos. Ambos, a la vez, estiman que, al prevalecer dicha prohibición, habrán de asegurar para su causa el voto de aquellos quienes se venden como amantes de los animales. Ante esta situación, este escribidor no aficionado de la corrección política, pero sí, desde hace más de seis décadas, de la tauromaquia a la que considera una expresión cultural, le dio por ir a recuperar algunos textos que escribiera en 2009, 2014 y 2021. A ellos, habremos de agregar algunas reflexiones.
Uno de los argumentos más socorridos es que las corridas de toros son algo antiguo que ya no pertenece a los tiempos modernos y en consecuencia deben de desaparecer. ¿ En verdad quienes esgrimen eso creen que por el simple hecho de que algo tenga sus orígenes en el pasado remoto es razón suficiente para exterminarlo? Bajo esa premisa, entonces habría que darle la razón a quienes demandan que ciertas prácticas espirituales sean canceladas porque provienen de algo así como dos milenios atrás. Estamos ciertos de que muchos de los enemigos de la tauromaquia sustentan su, muy personal y respetable, relación con el Gran Arquitecto basada en dogmas que provienen de tiempos lejanos y no por ello los consideran anticuados o pasados de moda. Nada de que hacemos equivalente la fiesta brava con religión alguna, simplemente nos referimos al asunto de que el origen antiguo de prácticas tan disímbolas no es motivo para cancelarlas u obviar su observancia.
Claro que por ahí alguien podría decirnos que quienes en el pasado prohibieron las corridas de toros emprendieron también una campaña en contra de una de las religiones mas antiguas. Antes de revisar este argumento, situémonos en el hecho de que dos de los seis personajes que más admiramos en nuestra historia, uno, en el siglo XIX, el estadista Benito Pablo Juárez García y el otro, a principios del XX, el estadista, Venustiano Carranza Garza, prohibieron las corridas de toros. A pesar de lo que pudiera parecer a primera vista, ambos personajes no eran lo antitaurino que podrían lucirnos, ambos acudieron, y gozaron, en ocasiones diversas a las plazas para admirar los festejos taurinos. En el caso del estadista oaxaqueño, quien emitió el decreto en 1867, hay cuatro razones que se esgrimen pudieran haber motivado su disposición para no permitir la lidia de reses bravas Algunos arguyen fue para marcar una independencia total de España de donde nos llega la fiesta. Otros indican que buscaba romper con cualquier cosa que recordara a Maximiliano quien era un taurino practicante. Una tercera opinión es la que sostiene que se debió a diferendos con el torero hispano Bernardo Gaviño y Rueda a quien, en 1863, había tenido preso en San Luis Potosí y con el que volvió a tener desavenencias en 1867. En igual forma, se dice que prohibió los toros para evitar reuniones multitudinarias que pudieran provocar alzamientos políticos. En lo que concierne al estadista coahuilense, la versión más conocida es que al impedir la realización de eventos taurinos, emitida en 1916, cobraba la afrenta cometida por uno de los dos toreros mexicanos más grande de todos los tiempos, Rodolfo Gaona Jiménez, a quien se le atribuía mantener una amistad cercana con el chacal Huerta tras de que Gaona le brindara un toro al felón durante la corrida del 23 de noviembre de 1913 en la Plaza de El Toreo. Con ello borraba lo sucedido el 28 de enero de 1912, durante una encerrona de Gaona con reses de San Diego de los Padres y Piedras Negras ( Tlaxcala), cuando entre los asistentes se encontraba el presidente Francisco Ygnacio Madero González quien emocionado ante el arte de Gaona le hizo subir al palco para felicitarlo. Asimismo, años más tarde, el llamado Califa De León fue amigo del presidente Álvaro Obregón Salido y del estadista Plutarco Elías Calles Campuzano quien llegó a echar pie a tierra para lidiar algún becerro en la hacienda El Molinito propiedad de Gaona. Pero retornando a las prohibiciones, es factible concluir que en ambos casos de prohibición fueron relacionados meramente con asuntos políticos que nada tenían con dilucidar si la fiesta brava era un acto de salvajismo o una expresión del arte.
Quienes se oponen a la tauromaquia indican que al efectuarse esta se comete un acto de salvajismo en donde espectadores y toreros dan rienda suelta al goce que le produce ver sufrir un animal. En primer lugar, sin dejar de considerar que entre unos y otros haya algunos enfermos de sadismo, al igual que existen en la sociedad en general, desde nuestra perspectiva la inmensa mayoría de quienes somos aficionados a la fiesta brava no caemos en esa categoría de enfermos mentales. Partimos de la premisa de que ese animal es criado con todos los cuidados y consideraciones por parte de los ganaderos. Un verdadero aficionado es aquel que parte de reconocer la belleza de un ejemplar bien puesto de pitones de pelaje negro con sus respectivos cinco años y rondando los quinientos kilogramos. Y si a todo esto agrega nobleza a la hora de la lidia produce una conjunción que lo mismo ha generado poesía y música que monumentos y pinturas de plasticidad excelsa.
En ese contexto, como exponentes singulares de arte, durante los gobiernos de los presidentes Lázaro Cárdenas del Río y Manuel Ávila Camacho, habría de florecer la generación más trascendente de toreros mexicanos encabezada por el Maestro de Saltillo, Fermín Espinoza Saucedo. A su vera se desarrollarían, Silverio Pérez Gutiérrez, Jesús Solórzano Dávalos, Lorenzo Garza Arrambide, Luis Castro Sandoval, Luis Procuna Montes, Carlos Ruiz Camino ( Carlos Arruza) y un sinnúmero más que de enumerarlos ocuparía la mayor parte de esta colaboración. Mientras que, en 1939, el presidente Cárdenas abría las puertas de nuestro país para recibir refugiados españoles, ya para entonces los toreros mexicanos encabezados por el Maestro Armilla habían sido echados, en 1936, de España por los toreros españoles encabezados por Marcial Lalanda Del Pino. Tal medida, conocida como “el boicot del miedo,” fue producto de la incapacidad exhibida por los diestros ibéricos de entonces para superar la calidad de los mexicanos. Sí bien a Cárdenas nunca se le conoció afición alguna por la fiesta brava, su familia política estaba relacionada con la actividad a través de Jesús Solórzano. Por lo que respecta a Ávila Camacho, su hermano Maximino estuvo involucrado con las corridas de toros. Durante esos años fue épica la rivalidad que Maximino sostuvo con Lorenzo Garza, no a nivel del ruedo sino por poseer en exclusiva las llaves de la alcoba de cierta dama de origen argentino. Cuenta la leyenda que la competencia llegó a tal punto que en una ocasión en que Garza toreaba, en los tendidos se encontraban la señora aludida y el entonces primer hermano del país. Al efectuar el brindis de la faena correspondiente, el regiomontano herido en su orgullo se acercó a la barrera y les dirigió un mensaje alejado de la mesura y las buenas costumbres imputándole a la dama ser la líder en el país en ciertas prácticas. A partir de ahí, Garza tenía dos opciones, salir en hombros de los aficionados o con un kilogramo de plomo en el cuerpo; optó por la primera.