Zócalo Piedras Negras

¡Recuerde Presidente; es nuestro empleado!

- Itinerario Político RICARDO ALEMÁN

Eque l lenguaje corporal era inequívoco. Un lenguaje

grita que el Presidente mexicano está severament­e debilitado; no sólo física sino políticame­nte.

Y es que el pasado 5 de febrero llegó casi arrastrand­o los pies, cabizbajo y malhumorad­o al recinto en donde se conmemoró el 106 aniversari­o de la promulgaci­ón de la Constituci­ón.

Peor aún, minutos antes del evento, el rencoroso Presidente ordenó cambiar el orden de prelación de los lugares que ocuparían los presidente­s de la Corte y del Congreso.

Ordenó arrinconar a la ministra presidente de la Suprema Corte y al diputado, presidente del Congreso.

Pero no contó con la derrota que de manera impensable pero valiente le propinó la ministra presidente de la Corte, Norma Piña, quien permaneció sentada al arribo del Mandatario.

Es decir, Norma Piña impuso el verdadero protocolo de una democracia representa­tiva y regida por la histórica y poderosa división de poderes.

Por eso no se puso de pie ante la llegada de un López Obrador que la miró de reojo con un inevitable gesto de rabia contenida.

Sí, una mujer valiente y exigente del respeto a la división de poderes y que regaló una valiosa lección de congruenci­a, valentía y respeto a las mujeres de México y a los mexicanos todos.

Una lección que, por cierto, debiera avergonzar a muchos políticos varones; en su mayoría cobardes que no se atreven a enfrentar al tirano López Obrador, como lo hizo la ministra presidente de la Corte.

Y es que vale recordar que, según la Constituci­ón, son poderes paralelos el Ejecutivo, el Legislativ­o y el Judicial; poderes de idéntica jerarquía y que según la Carta Magna son precisamen­te poderes equilibrad­ores.

Por tanto en una democracia con auténtica división de poderes, ostentan idéntica jerarquía la jefe del Poder Judicial, el jefe del Poder ejecutivo y el jefe del Poder Legislativ­o.

Y no, no se trata de un “cambio de formas” que irritó visiblemen­te al Presidente y a sus lacayos, quienes no ocultaron su enojo y repudio.

En realidad se trata de una corrección de formas y el fin del “culto al señor Presidente”, ese rey sexenal que ha enloquecid­o a López Obrador y que mantiene en calidad de lacayos a la gran mayoría de los políticos mexicanos.

Y para fortuna de todos fue una mujer la que logró tal corrección de las formas constituci­onales, la que puso fin al añoso culto lacayuno “al señor Presidente”.

Pero la gota que derramó el vaso aún estaba por llegar.

Y es que tanto la ministra, Norma Piña, como el diputado, Santiago Creel, le dijeron en el rostro al Presidente que eran tiempos de respeto a la división de poderes y de poner fin al culto nada democrátic­o al Presidente.

En efecto, la ministra, igual que el diputado, centraron sus intervenci­ones precisamen­te en la exigencia de respeto a la división de poderes; la misma división de poderes que consagra la Constituci­ón y que reiteradam­ente violenta el Presidente.

Lo ridículo del caso, sin embargo, es que en la ceremonia para conmemorar el 106 aniversari­o de la promulgaci­ón de la Constituci­ón, quedó claro que López Obrador ya olvidó su papel de empleado de los ciudadanos.

Sí, en los hechos, López actúa como el rey mexicano, no como el jefe del Estado y del Gobierno de una democracia plural, representa­tiva y sustentada en la división de poderes.

Y sí, la siguiente lección que nos regala el evento que conmemoró el 106 aniversari­o de la Constituci­ón Mexicana es que más que un rey, López Obrador es, por mandato constituci­onal, un sirviente de los ciudadanos.

Y Obrador ya olvidó que “debe mandar obedeciend­o”. Por eso vale regresar a las definicion­es clásicas de “mandatario” y “mandantes”.

La Constituci­ón define que la mexicana es “una democracia representa­tiva”, en donde los “mandatario­s” ostentan el mandato del pueblo; lo que significa que deben obedecer el mandato ciudadano.

A su vez, la propia Constituci­ón le otorga al Presidente la calidad de “primer mandatario”.

Es decir, el Presidente es aquel ciudadano al que mediante el voto, los ciudadanos –que somos “los mandantes” –, le otorgamos el mando para conducir los asuntos del país, siempre en apego a la Constituci­ón.

En pocas palabras y le guste o no a López Obrador y a sus lacayos: en México la Constituci­ón define al presidente como el primer sirviente del pueblo; pueblo al que debe respetar y servir sin violar las leyes y menos la Carta Magna.

Sí, no lo olvide, Presidente, usted es nuestro empleado; empleado de todos los mexicanos, no es el soberano de México. ¿Lo entendió?

Al tiempo.

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