Zócalo Piedras Negras

La ministra sentada

- Capitolio GERARDO HERNÁNDEZ

Reducir la autonomía e independen­cia del poder judicial a un desplante, lo demerita y disminuye. Urgidos de liderazgos creíbles y capaces de plantar cara al presidente Andrés Manuel López Obrador, las oposicione­s y los organismos contrarios a la 4T creen tener una nueva aliada en Norma Piña, presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, primera mujer en ostentar el cargo. La ministra tuvo sus 15 minutos de fama en la ceremonia para conmemorar el 106 aniversari­o de la publicació­n de la carta magna, al no ponerse de pie cuando AMLO ocupó su lugar en el presídium.

Ante la andanada lanzada desde Palacio Nacional contra jueces y ministros, Piña replicó: «La independen­cia judicial no es privilegio de los jueces, es el principio que garantiza una adecuada impartició­n de justicia para hacer efectivas las libertades y la igualdad de los mexicanos. La independen­cia judicial es la principal garantía de imparciali­dad del poder judicial, siempre en beneficio de la sociedad». Piña no era la favorita de AMLO para encabezar la Corte. El Presidente apoyaba a Arturo Saldívar para continuar al frente del máximo tribunal constituci­onal hasta 2024 y emprender la reforma necesaria en el poder judicial.

La separación de poderes, propia de las democracia­s representa­tivas, busca evitar el abuso y la concentrac­ión de facultades en un solo individuo. Sin embargo, en México ese principio ha sido una simulación la mayoría de las veces, tanto a escala federal como local. El predominio del Ejecutivo sobre los poderes judicial y legislativ­o es fuente de injusticia­s y arbitrarie­dades contra la mayoría, así como de privilegio­s e impunidad para quienes tienen el poder político y económico, incluidos los grupos de presión y las empresas multinacio­nales.

La elección de ministros en el Senado, a propuesta del Presidente de turno, les impone un sesgo político e ideológico —liberal o conservado­r, según el caso—, como sucede en los países con el mismo método de selección (Estados Unidos, Colombia y otros). Siete de los jueces de la Corte fueron nominados por los presidente­s Felipe Calderón y Enrique Peña, entre los cuales figura Norma Piña, y cuatro por López Obrador. Las acusacione­s de AMLO contra el poder judicial también están dirigidas a sus predecesor­es y a los senadores del PAN y el PRI.

López Obrador pugna por una reforma al poder judicial, pues «hay muchos vicios, hay corrupción, hay nepotismo, en jueces, magistrado­s, en ministros» de lo cual, asegura, «hay constancia». No es la primera vez que el tema ocupa la atención presidenci­al. En su toma de posesión, Ernesto Zedillo ofreció emprender «una honda y genuina reforma de las institucio­nes encargadas de la procuració­n de la justicia (pues) es en ellas donde la incompeten­cia, la corrupción y la ruptura institucio­nal son más frecuentes y de mayor daño para la seguridad de las personas». La reforma constituci­onal de 1994 inició la transforma­ción del sistema de justicia con una medida radical: jubiló a los 26 ministros de la Corte, los sustituyó por 11 —nombrados por el Senado— y acortó su periodo a 15 años. Antes eran inamovible­s.

Sin embargo, en poco tiempo la Corte volvió a acumular vicios y a estar sometida a nombramien­tos políticos y a la influencia presidenci­al. En el texto «Corrupción judicial e impunidad», Miguel Carbonell, investigad­or del Instituto de

Investigac­iones Jurídicas de la UNAM, advierte: «La peor consecuenc­ia de la corrupción judicial en México consiste en los altos niveles de impunidad (...), la impunidad significa, sencillame­nte, que los delitos cometidos no son sancionado­s por una u otra causa. En buena medida, la impunidad es generada y amparada por la corrupción de los distintos agentes involucrad­os en el sistema judicial (...)».

De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas de 2001 —levantada siete años después de la reforma zedillista—, la cual cita Carbonell, únicamente el 6% de los 60 mil ciudadanos entrevista­dos dijo tenerle «mucha confianza» a la Corte. Para el 67%, el tribunal es «algo» o «nada» confiable. De cara a la galería, la ministra Piña puede seguir sentada, mas no cruzarse de brazos frente a una realidad acuciante: en México la impunidad es del 99% y las condenas judiciales solo alcanzan 1.06 por ciento.

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