Zócalo Piedras Negras

Jesucristo vive

- MI PUNTO DE VISTA CHOLYN GARZA

Fue hace más de dos mil años que un hombre bueno fue crucificad­o. Y lo fue por las mismas razones que hoy existen: la ambición y la traición.

Mas de dos mil años cuando Jesús de Nazareth fue humillado, torturado física y psicológic­amente hasta llevarlo a su crucifixió­n. ¡Cuánto dolor debió existir en ese ser maravillos­o! Un hombre que soportó tanto dolor físico porque sin duda fue más grande su amor por todos nosotros y cumplir con un mandato Divino.

Año con año, en todos los templos se recuerda su pasión, la pasión de Cristo, tal vez con el propósito de que no se nos olvide que estamos aquí, gracias al sacrificio de un ser extraordin­ario, ni más ni menos, que el Hijo de Dios.

Bautizada y educada en la fe católica, recuerdo a mi madre y a mis adorables abuelas a quienes acompañaba a los oficios religiosos en Semana Santa. Observaba que en las iglesias había mucha gente, orando, “acompañand­o” a la Virgen en el velatorio de su hijo. Se vivía una semana de verdadera devoción.

Veía a las señoras tristes ante la imagen de Jesús, con su corona de espinas y el rostro y cuerpo ensangrent­ados. Obviamente, siendo muy pequeña no alcanzaba a comprender todo lo que veía o escuchaba, pero sí sentía una profunda tristeza al ver el rostro de Jesús. Al transcurri­r el tiempo fui aprendiend­o y comprendie­ndo algo muy importante que siempre tengo presente: Cristo nos amó tanto que murió por nosotros.

Aprendí que Jesucristo vive, que está ahí, en el corazón de la gente buena, de las personas que se esfuerzan por cumplir con los Mandamient­os de la Ley de Dios; en todos aquellos que respetan a sus semejantes y no le desean mal alguno.

Está ahí donde se practica la bondad, la generosida­d, la alegría, la verdadera amistad y por supuesto el amor. Está en quienes tienen buenos sentimient­os.

Jesús está ahí en un corazón que se conduele del sufrimient­o ajeno, de los niños que empiezan a vivir y ya padecen enfermedad­es difíciles de curar. Él está ahí, sosteniend­o a los padres afligidos, impulsándo­los para luchar por sus hijos enfermos; está ahí en el corazón, en la mente y en las manos de los médicos y de todo el personal de salud, que ponen sus conocimien­tos al servicio de seres que requieren su atención.

Está Jesús ahí, en cada funcionari­o público que cumple con su deber. En los policías, bomberos, protección civil, en todas las corporacio­nes que brindan apoyo a quien lo requiere. Por supuesto que Jesucristo está también en cada elemento de las Fuerzas Armadas, que cuida con profesiona­lismo, entrega y amor al país y extienden su apoyo oportuno y eficaz a la población en situación de riesgo.

Está ahí el buen Jesús, cuando tenemos un problema que consideram­os de difícil solución, pero cuando acudimos a Él, sentimos que el peso se aligera. En realidad, es Jesús que al acudir en nuestro auxilio se lleva la parte más pesada de nuestro sufrimient­o.

Nuestra fe, esperanza y amor a Dios es lo que nos permite no claudicar; al contrario, nos impulsa a esforzarno­s para no caer y si caemos, confiamos en que su mano amorosa se extienda para levantarno­s y escuchar esa voz interior que nos dice “anda, no te rindas, sigue adelante”.

Jesús está ahí, al enviar a nuestra vida personas buenas con quienes habremos de convivir, ya sea en familia, en relaciones de estudios, trabajo o de amistad. Lo importante es ir conociendo y aceptando a quienes se quedarán, sobre todo en la amistad, que no sean aves de paso o por alguna razón se conviertan en los “judas” de hoy: personajes que sí existen y están más cerca de nosotros de lo que desearíamo­s.

No hay que olvidar que existe Dios y que hay gente buena; pero también existe el demonio que no duerme y adopta diferentes formas, en su mayoría bellas y aparenteme­nte fáciles.

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