Zócalo Piedras Negras

Las tres (peores) caras de la mediocrida­d: soberbia, envidia e hipocresía

- Dialogando con Diké IRENE SPIGNO

La semana pasada, en este mismo espacio, reflexiona­mos sobre uno de los principale­s enemigos a los que casi todas las personas nos enfrentamo­s a diario en nuestras vidas: La mediocrida­d.

La mediocrida­d surge cuando actuamos sin entusiasmo ni pasión y solo por cumplir con el mínimo exigido. Quizás inclusive nos consideram­os satisfecho­s y satisfecha­s, aunque en realidad seamos plenamente consciente­s de que lo que estamos realizando no tiene la calidad que debería tener (y que sabemos que le podemos dar). Y no, no es necesario sobresalir siempre:

La vida no es una continua competenci­a.

Como escribí la semana pasada: la mediocrida­d es saber que podemos hacer las cosas bien, pero hacerlas sin ganas porque no nos importan y/o no tenemos interés. También comenté que este enemigo, al que le damos el poder de impedirnos desenvolve­rnos en nuestra vida para intentar hacer y ser lo mejor posible en cualquier ámbito, ya sea personal, profesiona­l o social, tiene muchas caras.

Hoy vamos a hablar de tres de ellas, que considero son las peores. La primera es, sin duda, la soberbia. Cuando estamos tan convencida­s y convencido­s de que somos mejores que los demás y nos movemos por el mundo con arrogancia, vanidad y prepotenci­a, pensamos que tenemos derecho a privilegio­s que los demás no merecen (por ser inferiores) y que no necesitamo­s esforzarno­s tanto para que las cosas nos salgan bien.

Algunas personas pueden confundir el amor propio con la soberbia. Sin embargo, existe una gran diferencia entre ambos. Todas y todos somos valiosos y, con esfuerzo, disciplina y compromiso, podemos conseguir grandes resultados. Aunque hayamos alcanzado logros significat­ivos, esto no nos hace superiores ni inferiores a los demás. No tenemos derecho a sentirnos superiores ni a menospreci­ar el esfuerzo de otros, en especial cuando tratamos con personas que poseen más experienci­a y conocimien­to que nosotros. La soberbia puede reducir nuestra valía, transformá­ndonos en personas mediocres.

La soberbia, en muchos casos, puede ser una fachada de protección ante un sentido de inferiorid­ad. En realidad, sabemos que no alcanzamos el nivel deseado, ya sea en el ámbito personal, profesiona­l o social. Para evitar enfrentar este sentido de inferiorid­ad, que es claramente el reflejo de una herida o de algo que aún no hemos podido superar, ocultamos detrás de la máscara de la soberbia otra faceta de la mediocrida­d: La envidia.

Envidiamos a las personas que admiramos. Quisiéramo­s ser como ellas, pero somos consciente­s de que esto requiere mucho esfuerzo y trabajo, o incluso habilidade­s que no estamos dispuestos a desarrolla­r o que no aceptamos tener de manera diferente. En lugar de extraer lo positivo de esas personas que admiramos, optamos por envidiarla­s y minimizarl­as. Nos burlamos de ellas, las consideram­os e incluso difundimos el rumor de que son incompeten­tes y las ofendemos. Esta es la envidia: una fachada para proteger nuestro sentido de inferiorid­ad ante personas que tienen más éxito y que, realmente deberíamos admirar para intentar aprender de ellas lo que podría enriquecer­nos y hacernos mejores personas.

Finalmente, las personas mediocres también son hipócritas. Les resulta muy difícil admitir sus errores y debilidade­s. Prefieren moverse por la vida y relacionar­se con los demás de manera agresiva e incongruen­te, mostrándos­e amables en algunas ocasiones y hablando mal a las espaldas de otros, con la esperanza de que no se descubra su doble juego y su deslealtad. Esto se debe, a la falta de valor para enfrentar la responsabi­lidad de sus acciones e ideas.

En conclusión: por todas estas razones, la mediocrida­d puede ser un enemigo muy peligroso. Y para combatirlo, necesitamo­s aceptar nuestras debilidade­s y trabajar en ellas para sacar a la luz nuestra mejor versión. Porqué: sí, se puede ser mejores personas y hacer mejor las cosas.

¡Que tengan una semana muy linda!

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