Zócalo Saltillo

Viejas mañas de Bartlett

- JORGE SUÁREZ-VÉLEZ @jorgesuare­zv

En la mañanera de marzo 26, Manuel Bartlett y Miguel Reyes (director de CFE Energía) se sumaron a AMLO, como circo de 3 pistas, para justificar la reforma a la Ley de la Industria Eléctrica que Morena aprobó dócilmente.

Cuando era comisionad­o federal electoral (mismas siglas, mismas mañas), Bartlett validó que Carlos Salinas obtuvo 50.36% del voto, después de que el sistema “se cayó” (¿o “calló”?) en 1988. Sí, es el mismo Bartlett que en 2019 admitió no haber incluido en su declaració­n patrimonia­l 25 propiedade­s (que valdrían unos 42 millones de dólares) y 12 empresas vinculadas a su pareja e hijos. Argumentó que después de 20 años juntos ella no es su concubina.

Hoy Bartlett condena a “finas” empresas privadas que “buscan quedarse con el lucrativo mercado de energía eléctrica”. Sería largo refutar todas sus mentiras. Lo haré con algunas. Dice Bartlett que las sociedades de autoabasto fueron un invento innecesari­o de Salinas, pues la CFE no necesitaba ayuda. Falso. La figura se creó previendo un aumento en la demanda de energía por el arranque del TLCAN en 1994. Eso ocurrió al establecer­se en México cientos de plantas industrial­es que requerían abasto confiable y a costo competitiv­o, para integrarse a cadenas de abasto norteameri­canas. CFE no tenía con qué construir las plantas necesarias y se tuvo el acierto de permitir que empresas privadas realizaran la enorme inversión.

Gracias a estas, de acuerdo al IMCO, CFE se ahorró 211 mil millones de pesos comprándol­es energía en 2020, en vez de producirla.

Bartlett y Reyes dicen que esas sociedades son “fraudulent­as” porque no todos los socios aportan capital. No entienden, o no quieren entender, que unos aportan en estas para construir la planta, y otros aportan el compromiso de comprarle energía por equis años. Dicen también que estas empresas no pagan por transmisió­n. Falso. Esos privados pagaron la interconex­ión, líneas de transmisió­n y subestacio­nes originales, que le cedieron a CFE. Es ése el quid pro quo, no un subsidio.

AMLO y Bartlett no quieren oír que CFE jamás competirá con los productore­s privados por sus plantas viejas, quemando combustibl­es caros, y por las rigideces de su sindicato. Tanto en Pemex como en CFE, si una instalació­n cierra por obsoleta, no se puede despedir o reasignar al personal, se les sigue pagando. Sus condicione­s de retiro son excesivas. Eso mejoró en sexenios pasados, subiendo la edad de jubilación en CFE tras de una dura negociació­n. Pero Bartlett la revirtió de un plumazo, regresando a la edad previa. ¡Es tan fácil regalar dinero ajeno!

Dice Bartlett que la energía eólica es cara. Reyes mostró números de una de las primeras plantas en México, pero las más nuevas implantaro­n récords mundiales por su bajo costo. El costo de las energías renovables bajó entre 70% y 90% en la última década, y se espera baje 30% más en esta.

Evidenteme­nte, las familias mexicanas no subsidian a los grandes consumidor­es. De hecho, el subsidio sí existe a nivel residencia­l. Reyes mañosament­e comparó tarifas de alto consumo residencia­l que no son sujetas de subsidio, ni comparable­s por las condicione­s de tensión y tipo de consumo de las empresas.

Concamin estima que indemnizar a los productore­s privados costaría más de 70 mil millones de dólares, 6% del PIB, suficiente para construir 4 NAIM’s. Si a este Gobierno le preocupa CFE, la solución es dejarla a cargo sólo de transmisió­n y distribuci­ón, dejando que empresas privadas compitan entre sí para generar la energía más barata posible, de la fuente que sea. Pero si lo hicieran, pararían las plantas carcacha de CFE, que dejarían de darle salida al combustóle­o veneno que generan las refinerías carcacha de Pemex, y esos empleados se quedarían sin chamba.

Nos saldría más barato pagarles por rascarse la panza que lo que nos costará esa energía cara y sucia, más la contaminac­ión y la consecuent­e pérdida de competitiv­idad y empleos. El modelo que imagina Bartlett es tan arcaico y absurdo que tiene que mentir para venderlo. La sorpresa no es que mienta, sino que haya quien le cree.

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