Zócalo Saltillo

Bety, la ‘patrona’ de Carneros

Sin queja e incansable, ve en el rostro de cada viajero el de su hija ya fallecida

- ROSALÍO GONZÁLEZ

“En cada migrante busco a Tania, la hija que se me murió sin comer”, dice María Beatriz López, mejor conocida como “La More”, por el color intenso de su piel.

Esta “patrona” de la migración trabaja en el ejido Carneros, ubicado a orillas de la carretera 54, donde rescata, alberga y alimenta a migrantes sin ningún subsidio, pues mantiene su labor con los modestos oficios de su familia.

Hace tres años, su hija Tania Yaneth se suicidó con la guía de un caballo, y ese día, por cuestiones del destino, “La More” no había preparado la comida para su hija, desde entonces siente la necesidad de alimentar a los migrantes con la idea de que su hija viene en uno de ellos.

En algunas ocasiones, los migrantes son salvados por la “patrona” y su familia de las garras del crimen, la deshidrata­ción, el hambre y la violencia.

Por el fuerte color de su piel, similar al de un cacao tostado por el sol del semiseco campo de Saltillo, en el ejido Carneros todos conocen a María Beatriz López como “La More”, “La Morena” o “La Morocha”.

Originaria de la capital potosina, desde hace 27 años emigró a Coahuila siguiendo al amor de su vida y padre de sus tres hijos, Arturo Castañeda Reyna, mejor conocido como “El Viejo de La More”.

Desde hace casi tres décadas, el matrimonio se dedica sin ningún subsidio a donar alimento y ropa a los migrantes que transitan sobre el tren por el sur de Saltillo, aunque esta labor se intensific­ó hace tres años, cuando la hija de esta “patrona” de la migración se suicidó en un cuarto abandonado del ejido.

Tania Yaneth tenía 17 años, un esposo enamorado y un pequeño hijo de nombre Zabdiel, que en hebreo significa “Regalo de Dios”, sin embargo, un mal día para la familia, la chica decidió colgar la guía del caballo y con ella quitarse la vida.

Desde ese momento, “La More” busca en cada migrante el rostro de Yaneth, su hambre y la necesidad de los cuidados de una madre.

“Yo sé que mi hija viene en cada uno de ellos a probar algo de comida. Se une al caminar de los migrantes segura de que va a comer llegando a esta casa, por eso voy a hacer esto hasta que Dios me dé licencia”, comenta.

Donde come uno…

Para financiar los gastos en alimentos y ropa, María Beatriz trabaja vendiendo gorditas a la orilla de la carretera 54 que comunica a Saltillo con Concepción del Oro, Zacatecas, además de que su familia le ayuda con su proyecto humanitari­o.

“Aquí compramos nuestro mandado cada ocho días cooperando mi esposo, mi hijo y mi sobrina, y con eso comemos nosotros, los migrantes y hago para mi negocio de gorditas”, explica.

Los ingresos de la familia provienen de oficios modestos: su esposo trabaja como operario en el parque industrial de Derramader­o, su hijo en una quesería y su sobrina es empleada doméstica.

En el ejido Carneros se detiene el tren todos los días procedente de San Luis Potosí. Ahí los vigilantes supervisan los vagones y bajan a los migrantes o “trampas”, como les dicen popularmen­te en esta región, que por cierto les ofrece un clima hostil donde, abandonado­s a la suerte de Dios, no les queda más que sobrevivir.

“Aquí hay historias de quienes cruzan a Estados Unidos y también de quienes pierden la vida en el camino; hay mujeres violadas que, con tal de que no las maten, se vienen siguiendo la corriente”, dice.

Todos caben…

Como vive en un tejabán junto a otras 10 personas de su familia, “La More” no tiene espacio para albergar a los migrantes que llegan, recoge o le mandan los vecinos del ejido; entonces, utiliza unos cuartos abandonado­s y unas cajas de unicel como camas.

“Hay unos cuartitos que están abandonado­s, antes yo vivía en ese lugar, pero la familia de mi esposo nos echó. Cuando vienen los migrantes y si mis cuñadas no están, les digo que se acuesten sin hacer ruido porque si no, nos corren junto con

Aquí compramos nuestro mandado cada ocho días cooperando mi esposo, mi hijo y mi sobrina, y con eso comemos nosotros, los migrantes y hago para mi negocio de gorditas”. María Beatriz López

Ama de casa

ellos”, dice en medio de risas.

Además de esos cuartos, hay otro que es propiedad del ejido, pero que está en desuso. María Beatriz ya hizo brecha para llegar a las habitacion­es donde duermen los migrantes y salen casi de madrugada rumbo a la casa de su protectora para desayunar y evitar ser vistos por los propietari­os.

Esta familia y sus tejabanes son prácticame­nte un “oasis” en el semidesier­to saltillens­e para los migrantes. No conocen de institucio­nes humanitari­as, ni han visitado nunca la Casa del Migrante, ni reciben ayuda ni protección, pero no tienen miedo ni sienten su labor como una carga, al contrario, es la vía mediante la que han encontrado consuelo y satisfacci­ón.

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Cada semana, Beatriz y su esposo atienden a más de una docena de migrantes, a los cuales alimentan y alojan en unos cuartos abandonado­s en el ejido.
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La generosida­d brota hasta en las palabras de “La More”, quien brinda consuelo a quienes tuvieron que dejar sus hogares.
 ??  ?? A pesar de sus estrechece­s económicas, María Beatriz y su familia apoyan a los migrantes que llegan a pasar cerca de Carneros.
A pesar de sus estrechece­s económicas, María Beatriz y su familia apoyan a los migrantes que llegan a pasar cerca de Carneros.
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A fin de que los viajeros no se queden sin un techo, “La More” les facilita unos cuartos abandonado­s.
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Tanto ella como su esposo y una sobrina trabajan no solo para mantenerse ellos, sino a quienes viajan rumbo a EU.

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