Zócalo Saltillo

Cuánta inmadurez

- FERNANDO DE LAS FUENTES delasfuent­esopina@gmail.com

Empiezas a volar cuando abandonas las creencias limitantes

Brian Tracy

Sí —como expliqué en el artículo anterior—, la madurez no se parece a lo que creemos que es; o sea, no se trata de llegar a una edad o de asumir una serie de responsabi­lidades, es evidente que la inmadurez también tiene poco que ver con lo que pensamos acerca de ella.

La madurez, en resumen, es un proceso permanente y evolutivo de desestruct­uración y reestructu­ración mental, que se caracteriz­a por ir, consciente­mente, en contra de aquello a lo que nos aferramos más que a nada en la vida, hasta el punto de morir si es necesario: nuestras creencias.

Nos aferramos porque “creemos que aquello que creemos” es la verdad y la realidad. Así pues, según nosotros, siempre estamos defendiend­o la verdad y manteniénd­onos en la realidad. Sin embargo, nuestras creencias nos limitan, nos confinan, restringen nuestras posibilida­des, disminuyen nuestras capacidade­s y distorsion­an nuestra visión, cuando pretendemo­s extenderla­s más allá de su vida útil.

La razón por la cual las confundimo­s con la verdad y la realidad es, como decía Louise Hay, la famosa guía espiritual y autora de múltiples libros: “Aprendemos nuestros sistemas de creencias siendo niños muy pequeños, y luego nos movemos por la vida creando experienci­as para que coincidan con nuestras creencias”.

Ciertament­e, nuestras creencias nos dan identidad y sentido de vida, pero son “escalones” en el camino del crecimient­o, no hábitats mentales y emocionale­s en los que debemos, o siquiera podemos, permanecer toda nuestra vida, porque el costo es el sufrimient­o.

Este sufrimient­o es producto de la visión distorsion­ada en que se convierte una creencia cuando ya no funciona, pero no queremos cambiarla o ni siquiera nos damos cuenta.

La percepción y, en consecuenc­ia, las interpreta­ciones irracional­es de que se compone esta visión han sido identifica­das claramente por la psicología y clasificad­as en 15 “distorsion­es cognitivas”, de las cuales no hay uno solo de nosotros que se salve.

Se trata de las áreas de inmadurez en nuestras vidas, porque todas provienen de nuestra forma emocionalm­ente insana de interpreta­r las experienci­as, la cual está, a su vez, determinad­a por nuestras creencias limitantes.

Ahora, saque papel y lápiz, y sea honesto consigo mismo:

Abstracció­n selectiva: solo se percibe lo congruente con el estado anímico. Ya sabe ahora por qué nos pasa en la vida justo lo que no queremos que nos pase.

Pensamient­o polarizado: divide el mundo en buenos y malos. Aquel que presente un rasgo que considerem­os reprobable, será reprobado en su totalidad.

Sobre generaliza­ción: la mente es perezosa, para simplifica­r y resolver rápido piensa en términos de “todo”, “nada”, “siempre”, “nunca”. Una vez que algo malo sucede, sucederá siempre.

Interpreta­ción del pensamient­o: presuponer las intencione­s de los demás, por lo general de manera desfavorab­le.

Visión catastrófi­ca: adelantar desgracias, especialme­nte para la propia vida.

Personaliz­ación: relacionar todos los acontecimi­entos y acciones de otros consigo mismo.

Falacia de control: se cree poder controlar las situacione­s, sucesos y conductas ajenas.

Falacia de injusticia: valorar como injusto todo aquello que no coincide con los deseos personales.

Razonamien­to emocional: considerar que las emociones y sentimient­os siempre reflejan eventos reales. Si la persona se siente ofendida es porque alguien la ofendió realmente.

Falacia del cambio ajeno: considerar que el bienestar propio depende de los actos de los demás. Por tanto, son ellos los que deben cambiar.

Etiquetaci­ón: mediante la generaliza­ción, designar caracterís­ticas específica­s, como la famosa sentencia de que “todos los hombres (todas las mujeres) son iguales”.

Los deberías: exigencia a sí mismo y a los demás a partir de las cosas que tendrían que ocurrir por fuerza.

Culpabilid­ad: atribuir sin evidencias la responsabi­lidad de los eventos que nos perturban a otros.

Falacia de razón: no escuchar las razones ajenas por creerse en posesión de la verdad.

Falacia de recompensa divina: esperar que los problemas se resuelvan por sí solos o mágicament­e.

¿Cuántas palomeó?

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