La marcha obrera a San Luis Potosí
Los patrones no respondieron al desplegado, y por tanto, se planeó la marcha obrera a San Luis Potosí. La idea de ver al presidente Echeverría tenía como objetivo sacar la lucha de las fronteras coahuilenses y darle resonancia nacional, pues en el estado se había empantanado la solución del conflicto. Los dueños del GIS y sus abogados cada vez eran más insolentes con el Gobernador y los sindicalistas se convencieron que para vencer la intransigencia patronal requerían de la intervención del Presidente de la República, pues en el Gabinete presidencial no se contaba con ningún aliado, al contrario, el secretario de Gobernación, Mario Moya Palencia, se puso a favor de los patrones. Fue él quien telefónicamente amenazó a Salvador Alcázar por no levantar el paro como se lo ordenaba.
Se sabía que el 15 de mayo estaría el presidente Luis Echeverría en San Luis Potosí, y para entrevistarlo, la caravana obrera se puso en marcha un día antes. Luego de un mitin en la Plaza de Armas, miles de saltillenses acompañaron a los huelguistas hasta las afueras de la ciudad.
Decenas de autobuses urbanos y universitarios y autos particulares, acompañados de cientos de motocicletas, enfilaron rumbo a San Luis Potosí, y mientras que el pueblo los aplaudía, las madres obreras lanzaban sus bendiciones a la caravana.
En la madrugada del 15 de mayo, la caravana de vehículos repletos de trabajadores y estudiantes llegó a Matehuala. Allí, con armas de alto poder, esperaban policías de la Federal de Caminos con una orden: impedir que continuara la caravana. “Regresen a Saltillo, no pueden pasar”, fue el recibimiento de los elementos, al mismo tiempo que cortaban cartucho.
Los ánimos se caldearon, y para superar la riesgosa situación se solicitó hablar con el Presidente Municipal de Matehuala, quien a las 3 de la madrugada aceptó platicar con una comisión, siempre y cuando el resto de los peregrinos esperaran en un terreno baldío a la orilla de la carretera y no intentaran continuar. Los huelguistas aceptaron.
La comisión puso al tanto al Alcalde matehualense de la situación de los trabajadores y de los propósitos de la marcha, solicitándole que fuera el conducto con el Presidente y le dijera que los obreros saltillenses querían informarle de su movimiento y pedirle su intervención para solucionar el problema laboral.
Desde su despacho, el Alcalde se atrevió a hablarle a esas horas al secretario de la Presidencia, Hugo Cervantes del Río, y luego de las disculpas de rigor, le transmitió la petición obrera, y le informó que los trabajadores aceptarían sin discusión las instrucciones que diera sin crear problemas.
Cervantes del Río pidió unos minutos para consultar al presidente Echeverría. Una hora después partíamos rumbo a San Luis Potosí escoltados por los mismos policías que tenían órdenes de impedir el paso de los trabajadores. Echeverría había aceptado encontrarse con los marchistas, decidiendo el lugar, la hora y el cómo nos encontraríamos con él.
En San Luis Potosí, en la avenida 16 de Septiembre, cientos de saltillenses abordamos a Echeverría como él lo había indicado. El Presidente fingió que el encuentro era sorpresivo. Al saludarlo detuvo su marcha y atendió a los trabajadores encabezados por Salvador Alcázar, escuchándolo con atención mientras los fotógrafos de prensa tomaban gráficas para la nota del día, donde se mostraba al Presidente “atendiendo en la calle y sin protocolo a centenares de obreros saltillense que venían a pedirle justicia”. Al día siguiente, los trabajadores paristas de Saltillo se ganaron las ocho columnas de todos los diarios potosinos.
El Gobernador de San Luis Potosí prestó su despacho para que el secretario de la Presidencia dialogara con una comisión de huelguistas como lo había ordenado el Presidente. Cuando la comisión le solicitó la intervención presidencial para terminar con el conflicto, Cervantes del Río ordenó que proporcionaran dinero a los marchistas “para unos lonches”, no se rechazó la ayuda, pues nadie había comido y no teníamos recursos con qué hacerlo.
Con ese dinero se compraron miles de birotes (bolillos o pan francés), aguacates, y todo lo necesario para las tortas. Pero en ese momento, ya estaba circulando entre los obreros el rumor de que Alcázar se había vendido. Se hablaba de millones de pesos. Los promotores de esa difamación eran los esquiroles patronales. Pero se aclaró la situación.
Desde aquel encuentro, el presidente Echeverría atendió el problema y fortaleció al gobernador Gutiérrez. Los empresarios siguieron dándole largas a la solución del conflicto, pero días después los representantes patronales informaron que estaban dispuestos a negociar, pues Echeverría los había exhortado a llegar a un acuerdo con los trabajadores, y los López del Bosque no se atrevieron a ignorar los deseos presidenciales, menos aun cuando ya se mencionaba otra solución: la expropiación de las fábricas.
Días después se citó a una asamblea, pues los trabajadores estaban desesperados al no ver resultados de la entrevista con el presidente Echeverría. La asamblea se desarrolló en un ambiente de reclamos, impotencia y radicalismos. En ese ambiente, los adversarios de Alcázar y del paro lograron hacerse escuchar por los huelguistas. Después de 40 días en paro, la frustración y el desaliento se asomaban.
La asamblea acordó una medida angustiosa: tomar el Palacio de Gobierno para presionar la solución de la huelga. Ningún argumento los convenció y salieron del local sindical cientos de trabajadores, llegaron hasta la única puerta del Palacio que se encontraba abierta, y allí estaba esperando el Mandatario con su inseparable texana. El Palacio se había desalojado y no había policías ni guaruras acompañando al Gobernador, que ya sabía a qué iban los huelguistas.
Salvador Alcázar iba al frente de la columna. Cuando estuvo ante Eulalio Gutiérrez le dijo: “Señor Gobernador, ante la falta de resultados, la asamblea decidió que tomáramos el Palacio de Gobierno para presionar la solución del conflicto. Discúlpenos no es contra usted”.
“No me hagan esto Salvador”, dijo el Mandatario, “ustedes han visto mi actitud conciliadora y mi respeto por su movimiento. Esperemos unos días más, sé que el presidente Echeverría convocó a resolver el conflicto”.
Alcázar insistió: “Señor Gobernador no es contra usted”. Eulalio Gutiérrez contestó: “No les puedo evitar que hagan lo que han acordado, pero quiero que sepan que yo no lo permitiré, y que si lo hacen tendrán que pasar sobre mí”.
Nadie contestó, los radicales callaron, los esquiroles se agazaparon. Jugándose todo, Alcázar le dijo a la multitud: “Vámonos compañeros, el Gobernador nos ayudará a resolver el conflicto. Volvamos al sindicato”. Retornamos al local. La valiente y digna actitud del gobernador Gutiérrez convenció a los huelguistas.
Posteriormente, la parte patronal dio a conocer su condición para el diálogo: no querían al FAT en el sindicato ni en Saltillo. Ante la difícil situación se realizó una reunión de la intersindical con los líderes de Cinsa-Cifunsa y los principales asesores del FAT. Allí se acordó que decidieran los trabajadores en asamblea. En medio de una acalorada discusión, con argumentos y llanto, los obreros determinaron aceptar la condición empresarial, “por el bien del movimiento”.
Los asesores del FAT abandonaron Saltillo, pero sus activistas nunca lo aceptaron y convirtieron a Salvador Alcázar en su principal enemigo y se dieron a la tarea de minar su autoridad sindical y a desprestigiarlo. Este pleito lo aprovecharon –después de la huelga– los propietarios del GIS para despedir a más 3 mil obreros, destruir el sindicato, arrebatarles su local sindical y borrar de la historia coahuilense el movimiento triunfador, el más importante de Saltillo.
Los miles de despidos fueron una violación patronal a los acuerdos pactados en la madrugada del 3 de junio de 1974, en donde se firmó por ambas partes “un pacto de caballeros”, en cuyo escrito se acordaba que los empresarios no despedirían a ningún trabajador que hubiera participado en la huelga. Pero los López del Bosque no cumplieron su promesa firmada y mandaron a la calle a miles de trabajadores, solo por haberles ganado la huelga.
Años después quise rescatar una copia de El Pacto de Caballeros, que se había firmado al término de la huelga, pero el escrito no se encontró en el expediente, alguien lo había sustraído para que no quedara constancia histórica del documento, que mostraba la nula palabra de los López del Bosque.
Poco antes de las pláticas donde se arregló el conflicto, el presidente Echeverría le comunicó a los líderes obreros que el aumento salarial del 40% que demandaban los huelguistas no lo darían los propietarios del GIS, pero les pidió que aceptaran el incremento salarial del 20% que ofrecían los patrones, prometiendo que días después de que terminara la huelga, decretaría un aumento de emergencia del 20% para todos los asalariados del país, y de esa forma los sindicalistas saltillenses completarían el incremento demandado y de paso, beneficiarían al resto de la clase trabajadora. Los huelguistas creyeron en la promesa presidencial. Y Echeverría les cumplió.
Finalmente, los huelguistas obtuvieron el 20% de aumento salarial, el 70% de los salarios caídos (50% en efectivo y 20% en despensas), además del aumento de emergencia del 20% que el presidente Echeverría decretó para toda la clase trabajadora. La huelga también consiguió que los trabajadores eventuales con seis meses de labores obtuvieran su base, pues había obreros que tenían 15 años laborando y seguían siendo temporales.
Luego del triunfo sindical, Alcázar ya no quiso reelegirse como dirigente sindical, ya estaba agotado. La huelga lo había desgastado y la división de los trabajadores había deteriorado su ánimo, pues fue difamado por los simpatizantes del FAT, los esquiroles patronales y los “charros” cetemistas agazapados. Alcázar se negó a la propuesta que le hizo dirigente estatal de la CTM, Gaspar Valdés, de dividir el sindicato de Cinsa-Cifunsa en tres sindicatitos.
La división y la persecución mostraban que el sindicato que organizó la victoriosa huelga de 49 días, estaba próximo a ser destruido. Ante esta adversa situación, Alcázar retornó a su empleo de obrero, y para aislarlo lo enviaron al tercer turno, y cuando un obrero se le acercaba, era inmediatamente despedido. Lo mantenían vigilado y marginado.
Por estos aciagos días, la secretaria del sindicato le informó a Salvador Alcázar que un académico del Colegio de México deseaba hablar con él, para recabar información sobre la huelga, pues escribiría una investigación sobre el paro de 49 días y su triunfal desenlace. Agobiado por la situación que prevalecía, Alcázar no lo atendió. El nombre del solicitante era Manuel Camacho Solís, quien tiempo después editaría un libro de su autoría titulado: La Huelga de Cinsa-Cifunsa, un Intento de Regeneración Obrera.
En 1975, Salvador Alcázar fue despedido del GIS. El sindicato de Cinsa-Cifunsa fue dividido en tres sindicatitos y el local sindical se les arrebató a los trabajadores y fue cerrado para siempre como recinto obrero, a pesar de que el terreno donde se encontraba el sindicato había sido donado a los obreros por la señora Anita del Bosque, esposa de don Isidro López Zertuche. Sobre ese terreno, la empresa construyó el local sindical, cuyo costo íntegro se les rebajó a los sindicalistas, a razón de un peso semanal hasta que fue totalmente liquidado. Luego se vendió el local, participando como “coyotes” Gaspar Valdés Valdés y un tal doctor González Carielo.
Salvador Alcázar, quien dirigió la huelga victoriosa más importante de la historia de Coahuila, continuó dedicándose al fisiculturismo y a promover el deporte. Hasta la fecha.
Por su parte, los propietarios del GIS nunca pudieron superar la afrenta de haber sido derrotados por los trabajadores organizados. Esa importante huelga obrera fue borrada de la memoria histórica de Saltillo, pero seguramente algún día la historia popular pondrá en su justa dimensión aquella huelga reivindicativa y justa que ganaron los obreros de Cinsa-Cifunsa en 1974.
Algún día Óscar Flores Tapia reconoció que la derrota de los López del Bosque por los obreros saltillenses había sido un importante factor para decidir traer a la Región Sureste de Coahuila a la General Motors. ¿Cómo logró traerla?, pregunte: Su respuesta coloquial me lo aclaró: “Me pidieron el cuadrito, me pidieron el clavito, me pidieron el martillo, y si me hubieran pedido el hoyito, yo se los habría dado”.